lunes, 31 de agosto de 2009

No te rindas (XX)

“Hola”
No hay respuesta. Mejor. Directo a la habitación, entonces.
Zapatos fuera, sentado en la cama. Una sombra. Una voz.
“No puedo más, Alberto”
Ese rostro, tan bello, pero ahora marcado por dos líneas mojadas de lágrimas.
“Alberto, ¿no tienes nada que decir? Esto es normal, ¿no?”
El cordón ha quedado metido dentro del zapato. La boca semi abierta, para una semi sonrisa de falsa indignación.
“Alberto… ¡Contesta, coño! ¡Contesta!”
Un sonido gutural, una palabra sin cumplir.
“Qué…”
“Que por qué no me hablas, por qué no me dejas de una vez…”
El cordón sigue allí, metido en el zapato. La puerta del armario está entornada. El tenue color de las paredes. Los ojos que se tambalean de un lugar a otro de la habitación, pero nunca se paran donde tienen que pararse.
“¿Qué quieres, Julia?”
“Oír tu voz, Alberto. Escucharte hablar”
“No entiendo… Yo…”
Falta de aire. Acorralado, sin ninguna intención de resistir.
“No entiendes… Tú lo único que entiendes es la distancia de los que te rodean. Tienes un hijo de dieciséis años y te importa una mierda. Tienes una mujer acojonada, a la que le dijeron que tenía cáncer, y te lo pasaste por el forro. Tienes hasta suerte…”
Risa de nervios, de dolor intenso, de lágrimas incontroladas, aunque la voz se mantiene firme.
“Es que encima tienes suerte. Todo ha sido un susto y tú, hala, a seguir como siempre. Pero tú ni te has dignado en estar allí, conmigo, cuando el médico me ha dado la noticia. ¿Dónde estabas?”
“Contigo…”
“¿Conmigo? Tú llamas esperar fuera estar conmigo… ¡Qué huevos tienes, Alberto! ¡Vaya par de huevos!”
Estridente. Oírla hablar de forma tan vulgar. Como el cordón en el zapato. Estridente.


XX. Alberto y la verdad
“Eres feliz? Qué quieres ser de mayor? Te apuntas al concierto?” Tres preguntas para Alberto. A la primera, hubiera contestado que no de todas formas, independientemente de la rabia desenfrenada de Julia. Alberto nunca ha creído en la felicidad, es algo superfluo. Estás bien, estás mal, y depende todo del momento. Ahora toca estar mal. Julia ha decidido que es el momento de estar mal.

Alberto no llega a comprender las razones de aquellas palabras. ¿Por qué Julia se ha empeñado en que ambos deban estar mal? ¿Cuál es el sentido de sacar la mierda? Alberto, claro, lo sabe que su matrimonio no es aquel idilio que la gente se espera. Pero Alberto acepta a Julia, con sus cosas, sus defectos, sin rechistar. ¿No es eso el amor, el cariño? ¿A qué viene ponerlo en duda ahora? ¿No hubiera sido mejor, entonces, no casarse? Porque Alberto no puede imaginar que Julia fuera tan ingenua de pensar que la fase de enamoramiento durase toda una vida. Del enamoramiento, uno pasa a la fase del respeto, de la aceptación moral del esposo o la esposa como parte integrante de un núcleo familiar.

De mayor, Alberto quiere ser como es ahora. Ya es mayor. La juventud es algo que se fue, hace muchos años. Alberto estudió, se preparó, trabajó duro y hoy está donde está. Él tenía que lograr un futuro y ese futuro es su presente. Eso es ser mayores.

El concierto es el viernes a las diez y media de la noche en una sala de la que no ha oído hablar en su vida, Alberto. El concierto tiene que ser lo que Jorge considera la felicidad. O lo que le acerca a ella. Laura es otra parte de esa felicidad, o, por lo menos, lo era. Porque ahora ya no están en una relación. Ahora “es complicado”. Pero, en su Facebook, en MySpace, en su música mal grabada, Jorge parece ser feliz. Alberto podría ir, a lo mejor, y descubrir si, fuera de las redes sociales, su hijo es realmente feliz. En casa, sería imposible. En casa, Jorge no existe.

Para Alberto, esa falta de existencia es un concepto que le presenta un problema. Porque, cuando Julia dio a luz, Jorge sí que existía. Era tangible. Lloraba, respiraba, se movía a malas penas, pero no parecía feliz. Parecía buscar su sitio entre extraños. Hoy, no. Hoy Jorge es prácticamente un adulto. Su cara puede expresar emociones. Su voz puede comunicar un estado mental, una situación, plantear un objetivo. Pero Alberto no logra recordar una mueca, una queja, un simple planteamiento. Jorge, aunque ya haya crecido y tenga su historia, no existe.

Alberto toma nota de la dirección de la sala en la que tocará su hijo. Responde al mensaje de Laura: “quién eres? te hace feliz Jorge? quién es jorge?” Alberto decide apuntar la dirección en su iPhone. El iPhone no está.

Alberto se ha dejado el iPhone en casa, seguramente. Una extraña sensación invade a Alberto. El iPhone está, posiblemente, en su habitación, en la mesilla de noche. Abandonado y encendido. Alberto nota cómo su intimidad puede ser violada, de repente, y él no puede hacerle nada.

¿Qué hacer?, se pregunta Alberto. ¿Ir a casa a por el iPhone? ¿Esperar a volver por la noche? Luego, piensa que no tendría que pasar nada. Julia no está en casa. Julia está trabajando.

Julia está trabajando en su proyecto, del que tanto se siente orgullosa. Julia es arquitecta, recuerda Alberto, y su proyecto acaba de ganar el concurso del ayuntamiento. Julia tiene éxito y, aún así, Julia es infeliz. Julia es buena en lo que hace. ¡Por Dios! ¿Por qué es infeliz, Julia? ¿Por qué no puede limitarse a ser feliz? Pero si la felicidad no existe, recuerda Alberto. Entonces, “mejor me lo pones”. ¿Para qué buscar algo que no existe?

Jorge no existe, Julia no existe. No existía, por lo menos, hasta anoche. Alberto es el que no existe es él. Alberto no existe, simple y llanamente. No existe en su trabajo, en el que lleva la responsabilidad de un departamento virtual, porque él es un jefe virtual. No existe en su vida personal, ya que es incapaz de dirigirle una frase cumplida a Julia. No existe para su hijo. No sabía nada de su viaje a Londres; no sabía nada de su música, de su grupo. Laura parece ser el único nexo con la realidad, porque es su conexión a su propio hijo.

Alberto no tiene iPhone, se lo ha dejado involuntariamente en casa. En casa no hay nadie o, por lo menos, no debería de haber nadie. Alberto se da cuenta de que, aun estando él en casa, no habría nadie.

Outlook reclama la atención de Alberto. Un nuevo mensaje le espera en su bandeja de entrada de Facebook. Es Laura. “Soy Laura. Lo intenta. Tu hijo. Te espero en el concierto”.

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No te rindas by Marco Odasso is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License.

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