martes, 18 de agosto de 2009

No te rindas (VII)

VII. Alberto y la amistad virtual
La reunión ha sido convocada por Alberto. Decide que tendrá que preparar un PowerPoint en el que explicar el porqué de su celebración. Los datos no son buenos en esto, aquello y eso otro.

La reunión podría cambiar muchas cosas para el resto del año porque Alberto tendrá que hablar con sus jefes en Alemania y activar una especie de Plan B, con el fin de adaptar los procesos internos de la empresa en España al andamiento de las ventas.

En la reunión, Alberto pedirá explicaciones a todos, para saber cómo cada departamento está enfrentándose a la situación. Alberto está convencido de que hace falta y hace falta ahora.

Para la reunión, Alberto va a enviar una convocatoria por correo electrónico para que nadie se olvide de todo lo que tiene que llevar: informes, documentos, plan a corto plazo. Abre el Outlook y se da cuenta de que tiene como unos veinte correos electrónicos sin leer. Todos ellos ponen “Facebook”.

La reunión es en media hora pero Alberto quiere ver qué es eso que Facebook le lanza una tormenta de mails, así, sin más. Es una clara violación de su intimidad. Va darse de baja en cuanto lea el contenido del primero.

Alberto lee que el jefe de ventas le ha aceptado como amigo. En los siguientes, como Alberto es nuevo, le sugiere una serie de posibles amigos, todos ellos compañeros de trabajo. Alberto pincha en uno de los links y accede a su Facebook. “¿Qué hago ahora?”

Sobrecogido por tanta información, decide aceptar todas las sugerencias y empieza a invitar amigos. Además, se da cuenta de que, en su página de inicio, tiene otras tres solicitudes de amistad. Otros tantos compañeros. Aceptar. Aceptar. Aceptar.

Luego, Alberto decide entrar en el perfil del jefe de ventas. No se lo puede creer. ¿Que le gustan los U2? ¿Su película favorita es La jungla de Cristal? Vacaciones en el Mar Rojo. El jefe de ventas en bañador, con su mujer. Sus hijos. Una galleta de la fortuna dice que “no tendrá que tenerle miedo a las nuevas amistades”. El jefe de ventas está pensando que “los lunes son un coñazo”, una de las ejecutivas de marketing opina, a su vez que “jijijji, a mí me lo vas a contar…” y que su directo subalterno, el responsable del canal cree que “pues no me hagas venir entonces!!!”.

Alberto descubre “el muro”. “¿En qué estás pensando?” “Que tengo una reunión”, escribe a bote pronto, cuando le llaman al teléfono. Es su secretaria. Todo el mundo le está esperando en la reunión y él llega tarde.

Alberto cierra inmediatamente el navegador y se levanta, de prisa, para unirse a una reunión que él mismo ha convocado y a la que está llegando con casi diez minutos de retraso.

Alberto no puede dejar de pensar que en su estado pone la hora en la que ha introducido el comentario. ¿El jefe de ventas sabrá que estaba en Facebook cuando hubiera tenido que estar en la sala de juntas? No. Imposible.

La reunión ya ha empezado sin Alberto. Nada más abrir la puerta, Alberto mira hacia el jefe ventas quien, con sonrisa de pillo, le dice que, efectivamente, tiene una reunión. Alberto se da cuenta de que ha ido con su portátil; todo el mundo lo ha hecho. Claro. Le han cazado. “Me voy a dar de baja”, piensa.


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