martes, 1 de septiembre de 2009

No te rindas (XXI)

“¿Julia?”
No está en casa.
“¿Julia?”
No está en casa.
“¿Jorge?”
No está en casa.
El iPhone sí está en casa, en la mesilla, tal y como pensaba.
Llamadas perdidas, el Outlook, un SMS.
“Me voy”
Julia no está en casa.


XXI. Alberto y el concierto
La sala no es como Facebook. Gente, humo, bebida y música. Alberto se siente incómodo. Se sentía incómodo en casa, eligiendo la ropa que ponerse. Una camiseta, vaqueros, zapatillas. La camiseta la tiene porque va a correr, como las zapatillas. Los vaqueros tuvo que tomarlos prestados de su hijo. Alberto se siente ridículo. Mejor, fuera de lugar.

El grupo de Jorge aún no ha empezado. Hay otros que están tocando. Alberto no distingue muy bien ni la música ni las letras de la canción. El sonido es pésimo porque la sala es un agujero, para nada pensado para la música.

Alberto se queda rezagado, cerca de la barra, para no tener que mezclarse. La gente, todos más jóvenes que él, está saltando, bailando, repitiendo la letra que Alberto no puede llegar a escuchar con claridad.

Alberto se pregunta qué hacer si se cruzara con Jorge. Es muy posible que ocurra. El garito es enano. No habrá más de cincuenta personas. Alberto pide un ron con coca cola.

Hace mucho que Alberto dejó de fumar, pero decide sacar tabaco de la máquina. Alberto pide cambio en la barra. Introduce las monedas y saca una cajetilla de Marlboro. Se agacha para recoger el cambio. De pronto, se percata de que alguien está esperando a que se levante. Alberto mira a Laura avergonzado. Laura le sonríe. Le da dos besos. “Pensaba que no vendrías”.

¿Cómo le habrá reconocido? ¿Por Facebook? A lo mejor, porque es el único cliente del garito que tiene más de veinte años. “Jorge no sabe nada”, dice Laura. Jorge no sabe que Alberto está en la sala. “¿Se lo vas a decir?”. “Díselo tú…” Y Laura mira hacia el escenario donde Jorge y su grupo están terminando de montar el escenario con sus instrumentos.

Alberto se esconde detrás de las cabezas de los demás, aterrorizado por la posible mirada de Jorge. Jorge ve a Laura, al lado de la máquina de tabaco. Jorge sonríe y guiña un ojo. Laura le devuelve la sonrisa y le manda un teórico beso. Luego, manteniendo la sonrisa, le dice a Alberto que disfrute del concierto. “¿Estáis juntos otra vez?” “Lo intentamos”. No abandonan, Laura y Jorge. Otro beso en la mejilla para Alberto y Laura le recuerda “disfruta”.

Alberto se apoya a la barra, se enciende un cigarro y reza a que el humo del pitillo, de alguna forma, le esconda de su hijo. Pero Jorge está tocando, está cantando. Jorge está completamente inmerso en su música.

Alberto observa cada movimiento de Jorge; cómo va entregándose a la canción; cómo acompaña cada nota con su voz. Jorge vive lo que está haciendo, lo vive con sus compañeros de grupo, lo vive con las miradas de su público. Jorge es un ser vivo, parte integrante de un mundo real.

Jorge se gira sobre sí mismo. Jorge lo da todo por su gente, por sus canciones. Alberto desconoce lo que allí está pasando. Pero Alberto empieza a disfrutar. Ese sonido mal reproducido de una música claramente mejor de lo que parece empieza a relajar a Alberto.

Cuando Alberto empieza a mover el pie derecho, Laura aparece a su lado otra vez. “Tendrás que felicitarle. ¿Lo sabes? No te vayas sin decirle nada, Alberto”.

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No te rindas by Marco Odasso is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License.

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