viernes, 28 de agosto de 2009

No te rindas (XVII)

XVII. Alberto y las consecuencias
Alberto entra en el despacho del director general y se encuentra con éste y con el director de comunicación para España y Portugal. Alberto se huele que algo pasa y cree saber por qué.

Alberto admite, tras ser preguntado, que, efectivamente, ha creado el grupo de Facebook para el departamento financiero. El director de comunicación le explica que eso no se puede hacer. Facebook es comunicación externa y no interna. Para eso existe una Intranet que hay que aprovechar.

Alberto explica que no entiende por qué tanto rollo con la comunicación 2.0, si luego se ponen trabas. El director de comunicación explica que deben existir unas normas. Es importante establecer unos límites para que la información confidencial no salga de la organización. Las redes sociales conllevan riesgos que hay que minimizar.

Alberto alega, respaldado por los conocimientos adquiridos en tan poco tiempo, que los grupos pueden crearse con normas estrictas de privacidad. Nadie tiene que enterarse de lo que se cuece en su grupo, ni tener acceso a lo que allí se discute.

Alberto se queda de piedra cuando el director de comunicación le explica que Facebook sí se queda con esa información. Alberto, está claro, no leyó las condiciones que aceptó cuando se dio de alta en Facebook.

Facebook se queda con toda la información. Da igual que uno se dé de baja. Facebook la conserva y tiene derecho a utilizarla para sus fines promocionales y comerciales, sin más autorizaciones por parte de los usuarios. O sea, Facebook es malo…

Alberto cae en que, entonces, todo lo que él hace en Facebook deja un rastro, una huella permanente. Las implicaciones son enormes. Alguien puede conocer la historia de otra persona siguiendo ese rastro.

El director de comunicación le solicita oficialmente a Alberto que cierre el grupo y que le consulte cada vez que quiera llevar a cabo alguna actividad en las redes sociales, la cuales son competencia exclusiva del departamento de comunicación. Alberto accede, aunque, por fin, comprende que la comunicación está ya fuera de control: de la empresa, de los profesionales, de las personas en general. La comunicación, ahora, tiene vida propia.

En su despacho, Alberto envía un mail a todo su departamento: el grupo se ha cerrado, más explicaciones durante la reunión. Abre Facebook y procede a borrar el grupo, aún consciente de que el rastro quedará en algún lugar. Pero, ya que está en Facebook, descubre que el Jorge ha modificado la información de su perfil. Ahora, en vez de estar en una relación, “es complicado”. Laura, a su vez, está “soltera”.

Alberto aprende que las cosas, en Facebook, tienen consecuencias en la vida real. No obstante, decide contestar el mensaje privado de Laura, en el que se presenta como una amiga de su hijo y que, sí, entendió perfectamente el tono y el sentido de su comentario hacia Jorge. “Gracias, no te preocupes. Espero no haber hecho un daño irreparable en vuestra relación”. Las consecuencias valen para lo que valen y tienen fecha de caducidad.

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