domingo, 30 de agosto de 2009

No te rindas (XIX)

“Todo ha salido bien, ¿no?”
Ya no hay que temer los remordimientos de conciencia.
“Eso parece…”
Mirar el cielo. Saber que sigue allí, el cielo. El marido, hace mucho que se fue.
“¿Tienes que tomar algún tratamiento? ¿Alguna precaución?”
Tomar pequeñas dosis de dolor, antes de envejecer al lado de un desconocido.
“¿Qué quieres hacer con tu vida, Alberto?”
Real.
“No entiendo”
Nunca lo haces.
“¿Qué persigues? ¿Cómo te ves dentro de veinte años?”
“Sigo sin entenderlo”
No es de extrañar.
“¿Por qué estás aquí?”
Nada de rodeos.
“¿De qué hablas, Julia?”
Habla de sí misma, de una viuda que pudo dejar viudo a su marido.
“Hablo de nosotros, Alberto. De nosotros. De cómo me abandonaste. Hablo del desplante de hoy, de los de ayer, de mi soledad a tu lado”
El enésimo silencio.
“Algún día tendrás que hablar, Alberto”


XIX. Alberto y los eventos
La máquina de café de la empresa es, como siempre, el tótem de un ritual matutino consolidado en cualquier lugar de trabajo. El corrillo se forma temprano, según va entrando la gente. Lo primero es un café y la cháchara correspondiente. Hasta Alberto se une todos los días, aunque él no se entretiene con las conversaciones de pasillo. Alberto se prepara su café, saluda educadamente, como mucho responde a un par de preguntas y se va a su despacho, donde bebe ese brebaje inmundo. ¿Por qué el café de esas máquinas dispensadoras es tan asqueroso?

Alberto comprueba que no se ha formado el clásico corrillo de gente. Sabe que es una mañana diferente. El que sí está es el responsable del canal de distribución. Tiene cara de pocos amigos. Porque hoy es el día.

Alberto fue involucrado directamente en la toma de decisiones de los despidos. Es el responsable financiero y es el que tiene que echar cuentas. Alberto no echa a la gente, pero puede proporcionar información útil sobre los costes de los despidos y, en base a ellos, cada jefe de departamento presenta unos candidatos, según el rendimiento y las funciones de cada empleado. Hoy se van siete personas. El responsable del canal no es uno de ellos, pero ventas perderá un elemento.

Para Alberto, los días de despido son como otro cualquiera. Total, le podría tocar a él como a otro cualquiera. Forma parte de la realidad de una corporación. En caso de pérdidas, pues hay gente que se va. Es ley de empresa.

Lo que no es ley de empresa, Alberto ya lo tiene claro, es que alguien comunique en Facebook su propio despido. Pero sí es ley de vida. Es imposible coartar la libertad de expresión. Es clamoroso que Alberto no pueda crear su grupo de Facebook, mientras el que ya es un ex de la empresa pueda escribir en su estado que “acabando de recoger mis cosas de la ofi, despedido y abandonado, todo por la crisis… o la ineptitud??”

¿Y si fuera cierto? Alberto se pregunta si es que, en todo este proceso de reestructuración, no destaca una falta total de previsión por parte de los que lideran la compañía. Pero Alberto es hombre números. Y éstos no coincidían. Demasiados gastos y menos beneficios suponen un reajuste. Pero lo que es imposible reajustar es la conversación continua de Facebook. Porque los amigos del despedido responden y crean una ola que está a punto de romper justo en toda la cara de la empresa. “joder, tío! Qué hijos de puta!”, “lo siento, tienes algo en perspectiva?”, “cabrones!!”, y un larguísimo etcétera. No se puede parar. No se puede frenar una caída en picado de la reputación de la compañía. A ver qué hace ahora el responsable de comunicación.

Alberto se ve, por un lado, casi enganchado a esa cadena de comentarios subidos de tono. Son el apoyo de la comunidad hacia esa persona en concreto. Pero, claro, él está en el otro bando, haga lo que haga, diga lo diga. Aún estándose quieto, Alberto es parte integrante de la conversación. Porque Alberto es la empresa, forma parte de ella. Si insultan la compañía, le insultan también a él.

Alberto tiene el valor de cometer el acto más cobarde. Decide, por primera vez, hacer algo que va en contra de lo que, en el fondo, ha estado persiguiendo desde que está en Facebook: la popularidad. Alberto decide averiguar cómo eliminar a su ex compañero de su lista de amigos.

Una cruz. Un simple símbolo, pero todo un icono que representa la exclusión: ése es el único gesto, el único clic. En un momento, ha pasado de treinta y dos amigos a treinta y uno. Alberto ha abandonado a su destino a un ex colega. La pregunta es: ¿se dará cuenta el ex colega de que Alberto le ha retirado la amistad? Tarde.

Facebook habla claro: un tres resalta en la pestaña de la Bandeja de entrada. Pero ahora lo que le intriga más a Alberto es que se acaba de abrir una ventanita, abajo a la derecha. “qué tal?”, parece un mensaje. Mensajería instantánea. Y es Laura. “ya tienes tus tres preguntas, vas a ir al concierto?”

Alberto, un poquito espeso, escribe “hola”, pero no aparece como enviado. De hecho, el cursor sigue parpadeando al lado de la letra a. Alberto medita. Alberto cree que dándole a la Intro el mensaje podría enviarse, instantáneamente. ¿Es ésa una oportunidad de recapacitar? Después de hacer despegar su primer mensaje, añade “¿qué concierto?”. “el de tu hijo, lo tiene publicado en su perfil”.


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No te rindas by Marco Odasso is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License.

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