lunes, 21 de diciembre de 2009

Ma se ghe pensu

Isola GallinaraImage via Wikipedia















Hay una canción en genovés que, desde que era un crío, no puedo escucharla sin emocionarme profundamente. Se trata de Ma se gue pensu. Es la historia de un emigrante genovés en Argentina, quien, ya mayor, necesita volver a su Génova querida. Su hijo le intenta disuadir, porque ya es mayor y el viaje es largo. Sin embargo, el atardecer con Génova iluminada es demasiado para el hombre. Le dice al hijo que está cansado de escuchar "Señor, caramba". Que su hijo, claro, nació allí y se crió hablando Español. Al final, el hombre vuelve (final feliz...) y rehace su nido en su ciudad natal.

Llevo días pensando en lo estúpida que es mi nostalgia repentina. Por mi mar, mis montes tan pegados a él. No dejé nada así de muy importante allí, si tengo que ser sincero, pero tengo esta extraña sensación de melancolía. Se dice que podrían ser las Navidades. No sé. A mí nunca me han gustado, de hecho, las he aborrecido toda mi vida. Las Navidades, para mí, significan recuerdos tristes, amargos, y no va a ser el entusiasmo general el que me haga cambiar de opinión, hoy, con 41 añitos que llevo.

Yo lo achaco al cansancio. A las ganas de redimensionarme en algo menos grande, menos ambicioso, que es la vida, el día a día. Creo que me hace falta respirar algo más sencillo que el aire contaminado por los coches y la prisa para lograrlo todo. El otro día me acordé de una vez, cuando era niño, y, junto con mi hermano y mi padre, nos fuimos a dar un paseo por la playa. Yo llevaba un sombrero de cowboy y el cinturón con dos pistolas de plástico. Hacía un viento terrible, y el sol calentaba lo que podía, el pobre. Tendría cinco años, a lo sumo. Pero me acuerdo del olor del mar enrabietado. Como si hubiese ocurrido hace cinco minutos o como si estuviese allí, ahora mismo.

Nunca he considerado la nacionalidad de uno como algo tremendamente importante, lo juro. Me parece absurdo, a día de hoy, agarrarse al orgullo patrio. He tenido (y tengo) la suerte de conocer otros países y siempre he intentado llevarme todo lo bueno que te pueden ofrecer. Pero creo en que existe un vínculo tácito con la tierra. Cuando hablo de tierra, me refiero al suelo en sí. Al meter la mano y escarbar y ensuciarse las manos con el humus propio de donde has nacido. Es algo que lleva cada uno tan adentro como el código genético. Yo puedo oler que el vino Pigato de Albenga viene de esa tierra. Puedo reconocer el perfume de la misma tierra en la que he nacido yo en un tomate, una alcachofa. Estoy convencido de que todo el mundo, si se para a pensar, puede hacer lo mismo.

Me molesta un poco toda esta intrusa nostalgia. Tengo mi vida aquí y no me arrepiento. No tengo intención de volver. Sólo me gustaría poder meter la mano y escarbar en el suelo, en Alassio, Albenga o Borghetto Santo Spirito. Mancharme bien, echarle un ojo a ese mar que no se está quieto nunca, ¡joder! (que me perdone el poeta...), y volver a casa, a Madrid.

jueves, 3 de diciembre de 2009

En defensa de los derechos fundamentales en Internet

Ante la inclusión en el Anteproyecto de Ley de Economía sostenible de modificaciones legislativas que afectan al libre ejercicio de las libertades de expresión, información y el derecho de acceso a la cultura a través de Internet, los periodistas, bloggers, usuarios, profesionales y creadores de internet manifestamos nuestra firme oposición al proyecto, y declaramos que…

1.- Los derechos de autor no pueden situarse por encima de los derechos fundamentales de los ciudadanos, como el derecho a la privacidad, a la seguridad, a la presunción de inocencia, a la tutela judicial efectiva y a la libertad de expresión.

2.- La suspensión de derechos fundamentales es y debe seguir siendo competencia exclusiva del poder judicial. Ni un cierre sin sentencia. Este anteproyecto, en contra de lo establecido en el artículo 20.5 de la Constitución, pone en manos de un órgano no judicial -un organismo dependiente del ministerio de Cultura-, la potestad de impedir a los ciudadanos españoles el acceso a cualquier página web.

3.- La nueva legislación creará inseguridad jurídica en todo el sector tecnológico español, perjudicando uno de los pocos campos de desarrollo y futuro de nuestra economía, entorpeciendo la creación de empresas, introduciendo trabas a la libre competencia y ralentizando su proyección internacional.

4.- La nueva legislación propuesta amenaza a los nuevos creadores y entorpece la creación cultural. Con Internet y los sucesivos avances tecnológicos se ha democratizado extraordinariamente la creación y emisión de contenidos de todo tipo, que ya no provienen prevalentemente de las industrias culturales tradicionales, sino de multitud de fuentes diferentes.

5.- Los autores, como todos los trabajadores, tienen derecho a vivir de su trabajo con nuevas ideas creativas, modelos de negocio y actividades asociadas a sus creaciones. Intentar sostener con cambios legislativos a una industria obsoleta que no sabe adaptarse a este nuevo entorno no es ni justo ni realista. Si su modelo de negocio se basaba en el control de las copias de las obras y en Internet no es posible sin vulnerar derechos fundamentales, deberían buscar otro modelo.

6.- Consideramos que las industrias culturales necesitan para sobrevivir alternativas modernas, eficaces, creíbles y asequibles y que se adecuen a los nuevos usos sociales, en lugar de limitaciones tan desproporcionadas como ineficaces para el fin que dicen perseguir.

7.- Internet debe funcionar de forma libre y sin interferencias políticas auspiciadas por sectores que pretenden perpetuar obsoletos modelos de negocio e imposibilitar que el saber humano siga siendo libre.

8.- Exigimos que el Gobierno garantice por ley la neutralidad de la Red en España, ante cualquier presión que pueda producirse, como marco para el desarrollo de una economía sostenible y realista de cara al futuro.

9.- Proponemos una verdadera reforma del derecho de propiedad intelectual orientada a su fin: devolver a la sociedad el conocimiento, promover el dominio público y limitar los abusos de las entidades gestoras.

10.- En democracia las leyes y sus modificaciones deben aprobarse tras el oportuno debate público y habiendo consultado previamente a todas las partes implicadas. No es de recibo que se realicen cambios legislativos que afectan a derechos fundamentales en una ley no orgánica y que versa sobre otra materia.

Este manifiesto, elaborado de forma conjunta por varios autores, es de todos y de ninguno. Si quieres sumarte a él, difúndelo por Internet.

martes, 6 de octubre de 2009

Vacuidad...

Manuel Martín Cuenca, director de películas del calibre de La flaqueza del bolchevique, responde hoy, en El País, con un artículo de réplica al que ayer se publicaba, en la misma cabecera, cuya firma era de Jaime Rosales (La soledad, entre otros).

El debate, para ubicarnos, es acerca del "Manifiesto contra la orden", con referencia a la nueva Orden por la que se regulan las subvenciones al cine, cambiando, estructuralmente, la forma por la que se regía hasta la fecha. Rosales se pronunciaba a favor de dicha Orden y en contra del Manifiesto. Por su parte, Martín Cuenca, firmatario y uno de los grandes impulsores del Manifiesto, rebate los argumentos de su colega de profesión.

De forma tan transparente como la empleada por Rosales, Martín Cuenca expresa su opinión y claro rechazo a las ideas recogidas en el anterior artículo.

De hecho, explica que la implicación política es un derecho de cualquier individuo o colectivo. Añade que no sólo el cine es un sector subvencionado. Considera que la Orden, al discriminar las películas de presupuesto mediano, va en contra de la propia naturaleza del mercado español, ya que la gran mayoría de películas producidas se mueven en esos presupuestos.

Sobre todo, todo lo que Rosales explica acerca de los riesgos de alinearse con un bando político es lo que más molesta a Martín Cuenca, hasta el punto de que "Sinceramente, tus afirmaciones sobre el papel de la democracia me alejan intelectualmente de ti, y me cuestionan todo lo que, a continuación, pasas a exponer". Es un enfrentamiento dialéctico, claro, sin dobles sentidos, argumentado.

Pero, si hasta aquí todo bien, ¿qué pasa entonces? Pues que el razonamiento de Manuel Martín Cuenca desliza en la banalidad y la trivialidad, endoctrinada al más puro estilo de los "qualunquisti", en pura contradicción con todos los argumentos anteriores. ¿Por qué? Pues por una frase tan trivial que hace que toda su dialéctica se vaya al traste en un momento.

Cito de El País,: "Aparte de que esté en contra de ese concepto, que no es más que una vacuidad efecto del marketing y la moda, todos sabemos cómo han funcionado y funcionan esas comisiones". Vacuidad... Del marketing (y, perdón por la vulgaridad, aquí me toca los cojones)... De la moda (sigue molestándome profundamente)... De cómo han funcionado y funcionan esas comisiones... ¿Cómo funcionan, estimado Martín Cuenca? Explíquenoslo, por favor. Déjese de filosofía barata y vacua, citándole. Porque podríamos abrir un amplio debate sobre cómo se formarán las comisiones que decidan el futuro de la producción cinematográfica. Por favor, cuéntenos la verdad.

Mezcla usted el marketing, la moda, las comisiones con una pasmosa facilidad, la verdad, y nos deja aquí, pendientes de su pluma, de su teclado y no nos dice por qué. ¿Qué habrá de tan vacuo en el marketing, las modas y las comisiones? No lo sé. No nos concede ni una pizca de su sabiduría al respecto. De verdad, señor Martín Cuenca, su tan argumentada propuesta periodística se cae por su propio peso gracias a declaraciones tan gratuitas, de las que usted, al parecer, se queja.
Reblog this post [with Zemanta]

lunes, 5 de octubre de 2009

Reflexiones cinematográficas

Recojo, de alguna forma, el guante lanzado por el excelente blog de Gonzalo Martín y su post en el que se recoge parte del artículo firmado por Jaime Rosales en El País, en el que el director de La soledad hace un análisis sobre la financiación por subvenciones y la polémica aplicación de la Ley de la Igualdad.

Lo primero, me parece que Rosales es muy valiente, en este momento, al reflejar de forma tan clara sus opiniones, en el fondo, contrapuestas a las de su gremio, el cinematográfico. Y lo digo sin haber todavía expresado mi opinión. De hecho, lo hago sobre la base de su comportamiento, antes que por el contenido.

Luego, el artículo me proporciona una excelente oportunidad para analizar, bajo mi modesto punto de vista, el desarrollo del cine en este País, desde hace un par de años. Sin duda alguna, la llegada de la ex Presidenta de la Academia, directora y guionista, Ángelez González Sinde, al puesto de Ministra de Cultura ha representado un momento clave. ¿Por qué? Pues porque, por mucho que se quiera minimizarlo, su background cinematográfico hace que todo el mundo piense en el cine a la hora de referirse a su Ministerio. Es inevitable, ahora. Fue evitable, cuando el actual Presidente del Gobierno decidió nombrarla. Hablo de oportunidades y no de cualidades.

González Sinde, al fin y al cabo, llegaba precedida de su actividad como cineasta y de su toma de posición acerca de temas tan debatidos como, por ejemplo, la piratería de obras audiovisuales. No veo, personalmente, ningún tipo de incongruencia en su comportamiento, desde que asumió el cargo. Lo que ocurre es que, en la era actual, marcada por una gran crisis financiera y económica, es la cultura entera la que se tambalea. Elegir a una personalidad directamente vinculada con un sector en particular, sobre todo siendo éste el cine, no me parece la mejor de las elecciones.

A pesar de que sigo diciendo que el cine debería formar parte de un macro sector estratégico, conocido como audiovisual, y que el apoyo (necesario) lo debería proporcionar Industria, no creo que los nuevos mecanismos de subvención al cine sean peores que los que antes estaban. En este sentido, estoy de acuerdo con Rosales. Me parece que el intento de aclarar una situación algo obscura, como la asignación de dinero público a (prácticamente) fondo perdido, pues es una tarea a elogiar y no a criticar. Pero, claro, lo veo desde fuera, como contribuyente y espectador (dos veces pagador).

En lo que se refiere a lo que Rosales considera como definirse de un bando u otro de la política, creo que estamos hablando de un defecto muy europeo, por el que la cultura, en general, ha abusado a lo largo del siglo XX y, ahora, XXI. Posiblemente, una normalización política de la cultura en general podría ayudar, siempre y cuando se conserve el derecho de los autores y artistas a opinar sobre los temas que, además, afectan a la sociedad en su conjunto. Si, bajo un punto de vista comercial, esto es perjudicial, pues debería considerarse como un hecho congruente con la expresión clara de las opiniones de cada uno. Hay que atenerse a las consecuencias. Sin embargo, no estoy tan convencido de que el público español le dé la espalda a su cine exclusivamente por razones políticas.

Yo vengo de fuera y mi análisis, desde un punto de vista todo lo imparcial que pueda ser, es que la fuerza y el ímpetu culturales y creativos de hace dos décadas fueron lentamente apagándose. Yo, hoy, tengo que elegir entre lo que hay en cartelera y veo repetidas prácticamente las mismas películas, una y otra vez. Lo único que cambia son los títulos, el reparto (a veces, porque hasta en este punto habría que hablar) y poco más. Lo demás, si lo miramos bien, es casi siempre lo mismo. Es la originalidad de los argumentos que ha dejado de ser la fuerza pujante. Lo mismo diría yo de lo que ocurre cuando la Academia decide presentar a los Oscar su candidata. Los votantes, en este caso, pocas veces deciden arriesgar con lo que realmente se plantea como algo nuevo, fresco, diferente.

Con todo el respeto por Trueba, ¿por qué no presentar los REC, o las soledades de turno? ¿Por qué no arriesgarse con lo que rompe moldes en ese momento, como estímulo para que los autores se la jueguen? ¿Es porque los Oscar son un producto mediático? No lo sé.

Además, el cine europeo en general y, por ende, el español, se enfrentan a un cambio tan dramático en la forma de consumir contenidos, por el que para desplazar a una familia al cine hay que darle un aliciente espectacular que un producto menos exagerado, bajo el criterio de entretenimiento, no tiene. Es innegable. Pero esto no significa que las historias españolas no tengan público. Me niego a pensar eso. De verdad lo digo. Pero hay que ser valientes. Hay que pensar que el concepto taquilla ya no es el mismo. Y, encima, los márgenes de beneficio y la comercialización son diferentes. Es el hecho de quedarse inmóviles ante los cambios que está perjudicando sobremanera el producto cinematográfico.

No significa esto que Internet se convierta, de golpe y porrazo, en la panacea o en el verdugo de una industria (??). No. De hecho, el propio concepto de Internet se convierte en una fábula, en un cuento chino. En mi profesión, Internet es lo que transporta la información de un lugar a otro. Es una herramienta que lo hace más fácil. Es la ramificación por la que la información actual pasa. No vale con decir "montemos un portal de distribución de contenidos". No es eso. Pensamos en "html" y no en medio de transporte y allí reside el error. Internet es la Web, un teléfono, una nevera que hace la compra sola, un medio por el que ver un programa en la televisión, hasta el método de proyección para una sala de cine. Es la herramienta, no el contenedor.

Acabado este inciso y esperando que el sector de la producción no se quede petrificado, creo que el problema más grave del sistema de subvenciones es que se ha convertido en una especie de anestesia para el sector, en vez de ser lo que pretendía ser: un método de apoyo a una industria, pero eso ocurre cuando, con Cultura, se fomenta la actividad de una Industria. Es contradictorio por definición. No es la subvención en sí que sea mala. De hecho, sigue siendo necesaria. Es lo que la subvención genera, en caso de inmovilidad. Rosales habla de amiguismos, es posible. De clientelismo político, también es posible. Yo lo que veo (repito, como espectador) es un cine anclado a su pasado (reciente, eso es cierto), pero que no ha podido adaptarse a los criterios de un público que ha cambiado, mucho. A nivel sociológico, esta España poco tiene que ver con la de principios de los años 80. Por gustos, por costumbres y, sobre todo, por capacidad de recibir la información, algo que ha incrementado de forma exponencial. Si a nosotros, pobres artesanos del marketing, nos cuesta adaptarnos a estos nuevos tiempos en los que no es tu target el que va a ti, sino al revés, no entiendo por qué, desde el cine, se pretenda que las cosas sigan igual que siempre.

Última aportación en este aburrido y largo post. Sobre la Ley de la Igualdad y su incorporación en el mundo del cine. De poco sirve meter con calzador a la mujer, si el propio gremio (y esto pasa en cualquier actividad económica) no abre las puertas a la igualdad en el día a día de la industria.
Reblog this post [with Zemanta]

jueves, 1 de octubre de 2009

Cuenta la leyenda...

Cuenta la leyenda que Internet, al fin, adelantó a la mítica "caja tonta", la televisión, en inversión publicitaria. ¿Es un hito? ¿Es un dato histórico? ¿O es, sencillamente, algo trivial?

Por un lado, el momento es propicio, debido seguramente a la actual recesión, en la que la inversión publicitaria global ha disminuido considerablemente. Eso es cierto. Pero también es, a mi modo de ver, la constatación de que los medios convencionales hace tiempo que no son, ya, el epicentro de la comunicación.

Pero ¿qué moraleja podemos aprender de esta leyenda? Pues, probablemente, que los que aún se resisten y piensan que todo sigue igual, desaparecerán lentamente del horizonte. Los que creen que el modelo de negocio, la forma de vender y de venderse sigue vinculada a un derecho adquirido no se sabe muy bien ni cómo ni por qué, son fantasmas, cada vez más transparentes, cada vez más menudos. Ya no los vemos. No nos interesan. No llaman para nada la atención, por mucho que griten, ya no tienen voz.

Por supuesto, la moraleja no es ningún momento que "Internet lo es todo". Para nada. Si alguien piensa que los que estamos emocionados con "esto de la nueva era de la comunicación" es que no vemos otra cosa que Internet, pues, otra vez, no se han enterado de nada. Siguen, sordos, por un camino largo y tedioso hacia el cementerio de los mastodontes inútiles e ineptos.

La moraleja es que, hoy y por fin, lo tenemos todo, pero todo, a nuestra disposición. Y que si alguien no quiere acabar siendo ese fantasma, esa especie en extinción, tendrá que pasar por el aro del juicio universal de la gente. La gente opina y decide mucho más de lo que podía pasar hace años. Porque hoy dispone de un sistema de megafonías cruzadas aterrador. "Tu producto es una caca!!" "Tu música es buenísima" "Tu servicio de atención al cliente da asco", etc. etc. Todo forma parte de una gran conversación, en la que los que nos dedicamos a esto no paramos de sorprendernos, estoicos en la búsqueda de la clave para controlarlo todo, quimera de lo imposible, porque la gente cambia de opinión de una forma que da gusto.

Internet, cuenta la leyenda, recibe más dinero en publicidad que la tele. La tele se resiste. "Yo tengo un 28% de share", grita. No entienden algunos que la "caja tonta" ya no es la bola de cristal a la que todo el mundo le consulta pasado, presente y futuro. Es un objeto más, dentro de un conjunto de voces. Es una articulación de un cuerpo con muchas articulaciones, por donde fluye la información, al fin, democráticamente distribuida, con sus cánceres (véase contenidos poco apropiados, exhibiciones xenófobas y pedófilas). Pero, en general, el cuerpo lo alcanza casi todo. Por Internet, por la pantalla grande, por la radio, por la escritura, por miles de herramientas, incluida la televisión.

Hasta el brazo Internet, cada vez más grande, tiene sus puntos flacos. Es torpe. Tiene problemas de ceguera cuando usa banners; se difumina y se disipa a la velocidad de la luz. Pero, moraleja, todo este caos obliga a ser creativos, a intentarlo. Obliga a estamparse contra la pared con tal de hacer las cosas bien, mejor. Hoy, todos estamos pendientes de un juicio mucho más grande y solemne. No tenemos excusas, porque nuestro público sí que dice lo que piensa y es vulgar, grotesco, alegre, inteligente y estúpido a la vez. Es exactamente como todos nosotros. Creadores, expertos en mercadotecnia, autores, vendedores de humo. Honestos y deshonestos. Ésta es la gran moraleja que se extrapola de aquella leyenda que dice que un día en Internet se invertía más en publicidad que en la tele.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Más que un coche

Es oficial. Fernando Alonso será, al fin y tras rumores que han durado casi tres años, piloto oficial de la scuderia Ferrari. El Cavallino Rampante, por segunda vez en su historia, contará con un piloto español, en este caso el mejor de la parrilla actual. Un matrimonio anunciado, con el beneplácito del Santander, próximo sponsor oficial del equipo de Maranello.

Tras todo lo ocurrido en el pasado, me gustaría desearle suerte a Alonso. Formará parte de algo único, indescriptible, y le seguirá una pasión que nunca ha conocido antes. También le insto a asumir una responsabilidad que se le supone a todo piloto en rosso, porque formará parte de la leyenda del automovilismo mundial.

Ferrari es el motor que hace vibrar a niños y mayores, en toda Italia. Es una fe. Es un ruido ensordecedor que hace que todo italiano recuerde la poesía de un doce cilindros que ya pasó a la historia. Es un cura enloquecido que dobla las campanas cada vez que una Rossa llega primera a la meta.

Los que adoramos Ferrari queremos pilotos que lo den todo y más. A Felipe Massa le perdonamos los fallos porque, si hace falta, se la juega. A Kimi Raikkonen no le quisimos nunca, a pesar de ser mejor que el brasileño; le respetamos y le estamos agradecidos por un título ganado in extremis. Pero nada más. Sin embargo, nosotros vivimos por Gilles Villeneuve, por Enzo Ferrari, símbolo de una Italia en reconstrucción, pero que forjó la leyenda que todos admiran.

Pesa mucho, la Rossa. Es un coche difícil de conducir porque te acompañan 60 millones de personas. A lo mejor, no lo celebramos como una victoria de la selección de fútbol. A lo mejor, es que lo llevamos mucho más adentro. Y, a pesar de que la Fórmula 1 actual es un soberano coñazo, cuando vemos a un piloto subido en ese bólido, derrapar por sacarle una centésima más, no podemos evitar vibrar con él.

Forza Alonso! Forza Ferrari!
Reblog this post [with Zemanta]

martes, 29 de septiembre de 2009

Polanski sí, Polanski no

Leo que la comunidad cinematográfica mundial está haciendo un llamamiento para que la justicia de Estados Unidos indulte a Roman Polanski, a punto de ser extraditado desde Suiza. El director polaco francés fue acusado de haber violado a una menor de edad, allá por el año 1977.

Sinceramente, no sé qué pensar. El hecho es lo suficientemente grave para que no se nos olvide el hecho, la acusación. Se trataba de una niña (porque era una niña, no lo olvidemos) de 14 años. Y, por cierto, Polanski admitió haberse acostado con ella.

Sin querer entrar en el mérito de la disputa judicial, quiero hacer hincapié en que, en su día, Polanski decidió pactar con la fiscalía para luego huir antes de ir a juicio u oír, por lo menos, cuál iba a ser la sentencia y la consecuente condena. Éste, para mí, es el elemento clave de la historia.

Además, a través de lo que parece ser un acuerdo extra judicial, Polanski consiguió que la víctima decidiese no seguir adelante con el proceso (sobre todo en lo que se refiere a la responsabilidad civil). Estoy de acuerdo, eso se consiguió a base de dinero. Pero no quita que un adulto, reconocido cineasta internacional, se acostase con una niña de 14 años (en todo caso un delito). Me da igual que la niña consintiese; me da igual que fuera virgen o no. El delito existe y está, además, admitido por el propio Polanski, quien prefirió huir en vez de asumir las consecuencias.

También se deberían aclarar las turbias circunstancias en las que los hechos ocurrieron (alcohol, drogas, etc.). ¡Con una menor! ¿Dónde coño está el sentido de la responsabilidad? Si hay gente a la que todo este embrollo no le parece lo suficientemente grave, pues apaga y vámonos. De todas formas, como la propia víctima pide que la cosa no vaya a más, creo que Polanski puede asumir perfectamente una condena, mitigada por los años, la acusación particular y la benevolencia de la opinión pública. Lo de haber huido de la justicia, sin embargo, es lo que probablemente más teme Polanski.

Os dejo un artículo de El País, titulado Una explicación legal. Es muy didáctico e imparcial.

martes, 22 de septiembre de 2009

Escribe tú que a mí me entra la risa...

Leo El País, esta mañana, con el fin de informarme de la situación en Honduras. El Presidente exiliado y expoliado, Zelaya, que vuelve a su país, por sorpresa, para reclamar su derecho a gobernar. Zelaya se queda en la embajada de Brasil de la capital, para que no se le detenga.

La noticia de El País es un remix, un refrito de agencias (AGENCIAS - Caracas/Tegucigalpa/Washington). Supongo y asumo que El País no tiene corresponsal en Honduras. Vale, no pasa nada.

Sin embargo, en la home de Elpais.com, justo debajo de la noticia, la primera y la destacada, pone: YO PERIODISTA: ¿Estás allí? Envía tus fotos y textos. Perfecto. Contenido generado por el usuario, participación, etc. etc.

Pero vuelvo a fijarme en la entradilla. Literal, "El Gobierno 'de facto' decreta el toque de queda". Alarmante, ¿no? A ver, que no se me venga ahora con que el lector puede cumplir una importante función de apoyo a la libertad de expresión. Se le pide a alguien que vive bajo un toque de queda, con una situación bastante peligrosa por delante, que envíe sus textos y sus fotos.

Con perdón, señoras y señores... ¡Y UNA MIERDA! En vez de ser tan cutres, los directores, redactores en jefe y demás responsables de El País que envíen a un puñetero corresponsal y no se ahorren el dinerillo de un viaje, el seguro y los pluses de peligrosidad, etc. En vez de aprovecharse del lector, desamparado, ya que no hay ley que le proteja como a los periodistas - y que, encima, estén planteándose cobrar por los contenidos del periódico online, o que, por lo menos, la edición impresa hay que pagarla - que hagan su trabajo, de una puñetera vez: ¡que informen!

Es una vergüenza, punto.
Reblog this post [with Zemanta]

viernes, 18 de septiembre de 2009

Hay que pedir permiso antes de entrar

Qué bonitas las redes sociales. Todo el mundo en contacto con todo el mundo. La actividad es frenética. Nos encanta contar qué hacemos, compartirlo con nuestra esfera de amistades, reales y virtuales. Además, nos damos cuenta de que las redes sociales pueden funcionar como un medio de autobombo, por el que nos promocionamos en lo profesional tanto como en lo personal.

Esta muy bien poder decirle al mundo, yo qué sé, ¡acabo de lanzar mi corto! Está bien porque tu espacio es eso: tu espacio. Pero las cosas se complican. ¿Por qué? Pues porque estás al descubierto. No tienes ningún tipo de protección a que los que hayas aceptado como "amigos" se aprovechen para usar tu espacio, que tus contactos ven, para hacerse publicidad ellos.

Pues no, chaval, no. Esto no es así. Esto se llama spam. Si alguien quiere escribir en mi muro, mi espacio, o llámalo como te dé la gana, me tiene que pedir permiso. Utiliza tu muro, tu espacio para hacer tu promoción personal y profesional. Y, dentro de este gran juego, ya me encargaré yo de comentar, de interactuar, con el fin mismo de ayudarte en esa labor de promoción. Además, lo haré encantado, porque forma parte de ese espíritu solidario que se crea entre buenos amigos, aunque virtuales, que se respetan.

Es el mal uso, la intromisión lo que hay que penalizar. Pero, en este sentido, los usuarios son lo suficientemente listos como para actuar en consecuencia y penalizar estos comportamientos. Especialmente cuando el que se entromete promociona algo parecido a lo tuyo y, encima, ha tenido bastante más posibilidades que tú para darse a conocer.

Aunque en Internet, la buena educación es importante. Hay que pedir permiso antes de entrar en la casa d cualquiera.

martes, 15 de septiembre de 2009

Derechos de redactor

Leo una noticia en El Mundo, en la que informa de que Comisiones Obreras pide que los periodistas cobren derechos de autor por sus trabajos, como ocurre en la gran mayoría de los países de la Unión Europea.

Yo, periodista de formación que practicó durante años la profesión, podría estar encantado si se recogiera este derecho en la reforma de la Ley de Propiedad Intelectual. Sin embargo, mi sensación es otra, contraria a dicha reforma, por el sencillo hecho de que mi (aún no olvidada) vocación no casa demasiado con el concepto que aquí se pretende defender.

Mi primera pregunta es: ¿quién gestionaría esos derechos? ¿La SGAE? ¡Dios nos libre! Me niego a pagar el "impuesto revolucionario" a una entidad que considero abusiva en sus prácticas. ¿Las distintas asociaciones de periodistas? ¡Por favor! Cuando, además, para colegiarse parece que no vale con practicar durante años. Por cierto, siempre me alegré de pertenecer a un gremio cuya formación "oficial" la podías conseguir exclusivamente trabajando, por mucho que se intentará, fracasando, imponer una carrera obsoleta desde sus principios. También me siento orgulloso de que la profesión de periodista pueda ejercerse sin tener que pasar por la licenciatura. Porque, al final, lo que cuenta es si sabes contar la información y puedes especializarte según tus conocimientos. Puedes estudiar historia, ciencias políticas, derecho y demás, teniendo presente que tu futuro será el periodismo.

Que exista un conflicto de intereses entre editor y redactor (autor), estamos todos de acuerdo. El editor cobra. Las Agencias cobran. Pero sigo pensando que, a pesar de los intentos prehistóricos de cobrar por los contenidos en un mundo en el que la comunicación de la información, de la cultura, deben estar al alcance de todos, por el sencillo hecho de que esto sí que es un derecho fundamental. Es la ruptura de la barrera del conocimiento. La información es hoy un derecho tanto cuanto la posibilidad de acceder a ella. Porque así es cómo demostramos que hemos evolucionado como sociedad, de cara al elitismo sectario del pasado.

Pero, claro, cuesta tener que afrontar nuevas fórmulas de negocio. Cuesta renunciar al proteccionismo cateto. Cuesta salir del caparazón y enfrentarse a la dura realidad. Cuesta, sobre todo, tener que dar explicaciones: de por qué tu contenido, tu información, no cumplen con las expectativas del público. Mientras no te sustentas exclusivamente de las masas, es más fácil esconderse. Cuando el "mercado" te juzga, no paga y tienes que demostrar que tu creación es un vehículo válido para que la financiación te llegue por otras vías, pues te has quedado sin protección, sin red.

Yo, para los periodistas, prefiero otras fórmulas como el Copyleft o el Creative Commons. Me parecen más acordes con la realidad, y, sobre todo, con la necesidad de que todo el mundo tenga acceso. Propondría garantizar que yo, periodista y autor, conserve la explotación sin fines de lucro de mi información. Que esté informado de cómo se utiliza (y se vende) esa información por parte del editor.

Y, por cierto, Comisiones Obreras podría velar un poquito más por la profesión, asegurándose de que el redactor cobre un sueldo digno. Que los becarios cumplan con sus funciones de becarios y no se les obligue a ejercer como un redactor por la décima parte del sueldo de un redactor. Me parece mucho más importante garantizar el futuro del periodismo a través de condiciones laborales serias que meter a la profesión en la penosa agonía de la gestión de los derechos de autor al más puro estilo del siglo XIX.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Farewell, my poet, farewell...



Érase una vez una noche clara, melancólica; una noche extraña, presagio de un adiós, de un hasta nunca. Érase una vez una noche de agradecimientos implícitos, taciturnos, delicados, como una caricia, tan dolorosos como cargados de íntima alegría. Érase una vez la noche del 12 de septiembre de 2009. Érase una vez Leonard Cohen.

Tres horas en las que estuve flotando en el aire, viajando por la vida de este cantautor y artesano de la canción. Nos lo dio todo, a sus casi 75 años. No escatimó nada, 27 canciones esculpidas en un frío Palacio de los Deportes. Ni el molesto eco del edificio pudieron romper el vínculo que Cohen pudo crear conmigo, con los diez mil que estábamos allí. Nunca frase tan banal ha tenido tanto sentido: "yo estuve allí". Estuve allí cuando nos levantamos con los ojos llenos de lágrimas para aplaudirle, para suplicarle que tuviera piedad de nosotros, que no se ensañara con nosotros, que nos dejase respirar, aunque tan sólo fuera por un momento. Fue tras The Partisan. Fue cuando, al levantarnos, nos rendimos ante el poeta, sí, el poeta que dentro de cien años los libros de texto mencionarán como mencionan hoy a otros grandes hitos del verbo.

Pero no, él no nos dejó el honor de respirar. Decidió, implacable, seguir por su camino, cada vez más intenso, más potente, más... Y Famous Blue Raincoat fue mi personal rendición. Yo ya no podía más.

Pudo conmigo, con su voz que, en algunos momentos, se reencontraba con el Lady's man, con el joven Cohen, para agarrar mi alma y dejármela destrozada de amor por su letra cristalina, perfecta, cadencia impune del tiempo que pasa. Pudo conmigo en sus sentidos homenajes a su grupo de músicos excelsos, a sus coristas. Coristas metáforas de sus conquistas y que se apartaron para que él pudiera introducir, otra vez, el puñal en la dulce y desaparecida Janis Joplin con la tremenda Chelsea Hotel #2. Una felación revivida como si hubiese tenido lugar en ese mismo momento y en ese mismo escenario.

Hoy, escuchando, como no, un disco de Cohen, me doy cuenta de que me dijo adiós, como se lo dijo, susurrando, a los otros 9.999 que me acompañaron en ese viaje de tres horas. El concierto de anoche fue mi regalo de cumpleaños; no supe, hasta que lo desenvolví, que fuese tan delicado, tan frágil, tan desgarrador. Sólo puedo darle las gracias a Nuria por haberme regalado un momento que nunca olvidaré. Porque tres horas pasaron en un breve instante. Leonard Cohen, se presentó, sonrió y se despidió. Para siempre.

martes, 8 de septiembre de 2009

viernes, 4 de septiembre de 2009

¿Qué homenaje?

Recojo una información publicada en El Mundo sobre un informe de Reporteros Sin Fronteras. Son los datos de los periodistas muertos a lo largo de 2009. 31 reporteros asesinados, claro, no se refieren a decesos por causas naturales. Por supuesto, han muerto en zonas de guerra o, de alguna forma, conflictivas, en países difíciles para la profesión. Lo más espeluznante, sin embargo, es que, en los últimos quince años murieron 338 profesionales de los medios de comunicación.

Ahora bien, yo hago una reflexión, como periodista de formación. Me pregunto qué futuro tiene la profesión, que homenaje se le puede dedicar a este grupo de valientes, que dieron su vida por informarnos, cuando los políticos de casa se permiten el lujo de dar ruedas de prensa sin aceptar preguntas; si nos olvidamos de casos como el de José Couso, asesinado en Irak por un disparo de un tanque norteamericano y el Gobierno español de la época aceptando la versión americana, escupiendo en la memoria de un ciudadano de este país; si los propios editores son cómplices del menosprecio de la profesión, permitiendo que su plantilla se componga de pobres becarios que tienen que hacer el trabajo de un redactor, con un sueldo miserable; que esos redactores son despedidos, porque, claro, sale más barato el becario explotado; que la información se recabe de Internet, descaradamente, copiada y pegada; que un impresentable como el presidente del Gobierno de mi país monopolice con sus medios los medios de Estado.

Qué homenaje vamos a proporcionarle a los que arriesgan su vida por decirnos qué pasa realmente. Preferimos no decir nada, que los medios estén copados de lameculos que lo dan todo por su amo (da igual el color, siempre siervos serán). Es preferible no hacer nada en contra de la creación de feudos televisivos autonómicos, regidos por caciques locales. Es mejor dejarse llevar por el gossip de supuestos profesionales. Y no decir nada. O, bueno, decir "total, los medios de comunicación son todos partidistas", "no te creas lo que dicen los medios de comunicación".

Leo el informe de RSF y me da rabia. Mucha rabia. Porque al resto de la sociedad le importa un pimiento.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

3 de septiembre de 1989

Mañana no sé si tendré ganas de recordarlo. Es una de esas cosas que cada uno guarda para sí mismo, porque cada uno lo vivió a su manera. Mañana será 3 de septiembre, un día normal en el calendario.

Hace veinte años, sin embargo, ese mismo día desaparecía para siempre un hombre bueno, un ejemplo para todos, por su honestidad, su humildad. En el fondo, ese hombre lo tenía todo y, a pesar de ello, mantuvo los pies en el suelo, bien agarrados. No me gusta exaltar a aquellos que no conozco personalmente, pero en el caso de Gaetano Scirea, no me queda más remedio. Fue alguien especial, que todo el mundo respetaba, porque él respetaba a todo el mundo. Como me han enseñado mis padres, el respeto es lo primero que tienes que darle a los demás. Y Gaetano Scirea, ese concepto, lo llevó siempre a rajatabla.

Sí, fue un futbolista. Un jugador que aunó, caso muy poco frecuente, el deporte con la dignidad y la honestidad. Fue elegante en la cancha y en la vida, arraigado a sus orígenes, modesto entre los endiosados.

Podría mencionar mil y una anécdotas de juego. De algunas de sus hazañas como libero de la nazionale y de la vecchia signora. Podría decir que fue claramente mejor que Baresi o, por lo menos, a la altura de Beckenbauer. No lo haré. Prefiero recordarle por su cabeza bien alta, con el balón en los pies o como persona. Prefiero destacar sus silencios en un mundo poblado de chácharas inútiles y estériles. Más que de blanco y negro, le recuerdo vestido de su humildad.

Ciao, Gaetano, grazie di tutto.

Reblog this post [with Zemanta]

No te rindas (XXII)

XXII. Alberto y la felicidad
Terminado el concierto, Alberto pierde de vista a Jorge. Busca a su guía, Laura, entre la multitud, pero ella tampoco está. Alberto termina su copa de un trago. Es la tercera. Alberto no está acostumbrado a beber. Alberto nota cierto mareo.

Alberto decide ser valiente. Se mueve hacia el escenario, ahora que ya no hay concierto y hay hueco, un pasillo hacia lo que parece ser la puerta de atrás del garito. Alberto se mete en el hueco, casi sin respirar. Alberto quiere hablar con Jorge.

Alberto pasa la puerta y se siente aliviado al ver cómo la gente ni se percata prácticamente de su presencia. Descubre una escalera que lleva a lo que podrían considerarse, malamente, unos camerinos. En uno de ellos, están los músicos del grupo de Jorge tomando cerveza de unas litronas. Alberto se pregunta si eso no es ilegal, ya que la mayoría son menores de edad. A nadie parece importarle, a Alberto tampoco. Pero Jorge no está.

Alberto sigue por el angosto pasillo que lleva a una salida de emergencia. Efectivamente, Jorge no aparece. Alberto se pregunta si, a lo mejor, su hijo no está en la barra. Pero decide abrir la puerta de la salida de emergencia y respira una bocanada de aire no contaminado por el humo y por la humedad calurosa del local.

La puerta da a una placita, un pequeño parque. Alberto sale y se enciende otro cigarro. Respira hondo con la primera calada, a ver si se recupera un poco de los efectos del alcohol. Alberto da un paso hacia adelante y ve que hay alguien sentado en un banco, a unos veinte, treinta metros de donde está él. El parque está completamente a oscuras y Alberto no puede distinguir quién está sentado allí.

Con cierta precaución, decide acercarse al banco. Pocos pasos son necesarios para averiguar que se trata de Jorge, con la cabeza hacia atrás. Hay alguien con Jorge. Alberto para en seco.
Laura está sentada al lado de Jorge, haciéndole una felación. Jorge está disfrutando y, de vez en cuando, acaricia el pelo de Laura. Alberto no puede seguir allí pero, a la vez, es incapaz de moverse. Está como paralizado. Sin embargo, no es pudor, sino las ganas frenéticas de ver cómo dos personas disfrutan. Alberto está hipnotizado por la expresión de felicidad de Jorge.

Jorge abre los ojos y lo primero que ve es Alberto. Con la mano, avisa a Laura de que algo pasa. Laura levanta la cabeza del pene de Jorge, dejándolo, además, al descubierto, y también se da cuenta de que Alberto está mirando. Jorge se tapa. “Pero ¡qué coño…!”

Alberto se da la vuelta para que Jorge pueda arreglarse y Laura retomar cierta compostura. “Perdona… Lo siento… Lo siento…”

“¿Qué coño haces tú aquí?” Jorge está cabreado. No se puede creer lo que acaba de ocurrir. Alberto está aterrorizado con la idea de volver a mirar a los ojos a Jorge. “¿Qué hacías? ¿Espiarme?” ¡Sí! ¡Sí! Alberto le estaba espiando, quería descubrir por qué es feliz. Quería volver a sentir que Jorge existía, que él mismo existía. “Lo siento, de verdad… Yo no quería…”

“¿Sabe mamá que estás aquí? ¡Joder! ¡Esto es la hostia!” Laura intenta tranquilizar a Jorge, enfurecido porque su intimidad ha sido desvalijada por alguien que, históricamente, ha pasado de ella toda la vida.

“¿Mamá sabe que estás aquí espiándome? ¿Eh? Viendo cómo me lo monto con mi chica… ¡Eres un cerdo, papá!” Alberto se rinde. Alberto llora. Alberto no tiene más que contar, ni que esconder. Cuarenta y cinco años y no tener nada. “Mamá se ha ido…”, murmulla Alberto.

“¿Qué?” Jorge se queda sin palabras. Siente rabia, tiene ganas de arremeter contra ese hombre que ha convertido su hogar en un limbo silencioso. Se acerca a Alberto y lo coge violentamente del brazo. “¿Que mamá se ha ido?” Alberto no opone resistencia.

Laura separa la mano de Jorge del brazo de Alberto. Laura le pide con la mirada a Jorge que no se ensañe. Le pide compasión. Le pide ser hijo y padre de un hombre afligido. “Déjale en paz, Jorge”. Alberto llora, en silencio, mirando lejos, siempre lejos, nunca a los ojos de su hijo, nunca de cara a la situación, a la vida.

Jorge se calma. Jorge entiende a Laura. Jorge mira a su padre, hombre vendido, hombre rendido. Le mira de arriba abajo. “Esos vaqueros son míos…” Alberto explota en una risa llena de lágrimas. “Sí…” “Pues los estás arrastrando, que soy más alto que tú”. Alberto no tiene más remedio que mirar a Jorge. Los labios de Alberto amagan una sonrisa, a la espera de que Jorge haga lo mismo. Jorge se lo piensa, lo que se tarda en cambiar de idea. “¿Te ha gustado el concierto?” “Me ha encantado…”

“¿Cuándo se ha ido?”
“Esta mañana… Creo”
“¿Dónde ha ido?”
“No ha dicho nada”
"¿Y qué vas a hacer?”
“No lo sé”
“¿Quieres a mamá?”
“Tampoco lo sé…”
Llanto. Un abrazo.
“No sé qué hacer…”
"Pues no te rindas..."


Creative Commons License
No te rindas by Marco Odasso is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License.

martes, 1 de septiembre de 2009

No te rindas (XXI)

“¿Julia?”
No está en casa.
“¿Julia?”
No está en casa.
“¿Jorge?”
No está en casa.
El iPhone sí está en casa, en la mesilla, tal y como pensaba.
Llamadas perdidas, el Outlook, un SMS.
“Me voy”
Julia no está en casa.


XXI. Alberto y el concierto
La sala no es como Facebook. Gente, humo, bebida y música. Alberto se siente incómodo. Se sentía incómodo en casa, eligiendo la ropa que ponerse. Una camiseta, vaqueros, zapatillas. La camiseta la tiene porque va a correr, como las zapatillas. Los vaqueros tuvo que tomarlos prestados de su hijo. Alberto se siente ridículo. Mejor, fuera de lugar.

El grupo de Jorge aún no ha empezado. Hay otros que están tocando. Alberto no distingue muy bien ni la música ni las letras de la canción. El sonido es pésimo porque la sala es un agujero, para nada pensado para la música.

Alberto se queda rezagado, cerca de la barra, para no tener que mezclarse. La gente, todos más jóvenes que él, está saltando, bailando, repitiendo la letra que Alberto no puede llegar a escuchar con claridad.

Alberto se pregunta qué hacer si se cruzara con Jorge. Es muy posible que ocurra. El garito es enano. No habrá más de cincuenta personas. Alberto pide un ron con coca cola.

Hace mucho que Alberto dejó de fumar, pero decide sacar tabaco de la máquina. Alberto pide cambio en la barra. Introduce las monedas y saca una cajetilla de Marlboro. Se agacha para recoger el cambio. De pronto, se percata de que alguien está esperando a que se levante. Alberto mira a Laura avergonzado. Laura le sonríe. Le da dos besos. “Pensaba que no vendrías”.

¿Cómo le habrá reconocido? ¿Por Facebook? A lo mejor, porque es el único cliente del garito que tiene más de veinte años. “Jorge no sabe nada”, dice Laura. Jorge no sabe que Alberto está en la sala. “¿Se lo vas a decir?”. “Díselo tú…” Y Laura mira hacia el escenario donde Jorge y su grupo están terminando de montar el escenario con sus instrumentos.

Alberto se esconde detrás de las cabezas de los demás, aterrorizado por la posible mirada de Jorge. Jorge ve a Laura, al lado de la máquina de tabaco. Jorge sonríe y guiña un ojo. Laura le devuelve la sonrisa y le manda un teórico beso. Luego, manteniendo la sonrisa, le dice a Alberto que disfrute del concierto. “¿Estáis juntos otra vez?” “Lo intentamos”. No abandonan, Laura y Jorge. Otro beso en la mejilla para Alberto y Laura le recuerda “disfruta”.

Alberto se apoya a la barra, se enciende un cigarro y reza a que el humo del pitillo, de alguna forma, le esconda de su hijo. Pero Jorge está tocando, está cantando. Jorge está completamente inmerso en su música.

Alberto observa cada movimiento de Jorge; cómo va entregándose a la canción; cómo acompaña cada nota con su voz. Jorge vive lo que está haciendo, lo vive con sus compañeros de grupo, lo vive con las miradas de su público. Jorge es un ser vivo, parte integrante de un mundo real.

Jorge se gira sobre sí mismo. Jorge lo da todo por su gente, por sus canciones. Alberto desconoce lo que allí está pasando. Pero Alberto empieza a disfrutar. Ese sonido mal reproducido de una música claramente mejor de lo que parece empieza a relajar a Alberto.

Cuando Alberto empieza a mover el pie derecho, Laura aparece a su lado otra vez. “Tendrás que felicitarle. ¿Lo sabes? No te vayas sin decirle nada, Alberto”.

Creative Commons License
No te rindas by Marco Odasso is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License.

lunes, 31 de agosto de 2009

No te rindas (XX)

“Hola”
No hay respuesta. Mejor. Directo a la habitación, entonces.
Zapatos fuera, sentado en la cama. Una sombra. Una voz.
“No puedo más, Alberto”
Ese rostro, tan bello, pero ahora marcado por dos líneas mojadas de lágrimas.
“Alberto, ¿no tienes nada que decir? Esto es normal, ¿no?”
El cordón ha quedado metido dentro del zapato. La boca semi abierta, para una semi sonrisa de falsa indignación.
“Alberto… ¡Contesta, coño! ¡Contesta!”
Un sonido gutural, una palabra sin cumplir.
“Qué…”
“Que por qué no me hablas, por qué no me dejas de una vez…”
El cordón sigue allí, metido en el zapato. La puerta del armario está entornada. El tenue color de las paredes. Los ojos que se tambalean de un lugar a otro de la habitación, pero nunca se paran donde tienen que pararse.
“¿Qué quieres, Julia?”
“Oír tu voz, Alberto. Escucharte hablar”
“No entiendo… Yo…”
Falta de aire. Acorralado, sin ninguna intención de resistir.
“No entiendes… Tú lo único que entiendes es la distancia de los que te rodean. Tienes un hijo de dieciséis años y te importa una mierda. Tienes una mujer acojonada, a la que le dijeron que tenía cáncer, y te lo pasaste por el forro. Tienes hasta suerte…”
Risa de nervios, de dolor intenso, de lágrimas incontroladas, aunque la voz se mantiene firme.
“Es que encima tienes suerte. Todo ha sido un susto y tú, hala, a seguir como siempre. Pero tú ni te has dignado en estar allí, conmigo, cuando el médico me ha dado la noticia. ¿Dónde estabas?”
“Contigo…”
“¿Conmigo? Tú llamas esperar fuera estar conmigo… ¡Qué huevos tienes, Alberto! ¡Vaya par de huevos!”
Estridente. Oírla hablar de forma tan vulgar. Como el cordón en el zapato. Estridente.


XX. Alberto y la verdad
“Eres feliz? Qué quieres ser de mayor? Te apuntas al concierto?” Tres preguntas para Alberto. A la primera, hubiera contestado que no de todas formas, independientemente de la rabia desenfrenada de Julia. Alberto nunca ha creído en la felicidad, es algo superfluo. Estás bien, estás mal, y depende todo del momento. Ahora toca estar mal. Julia ha decidido que es el momento de estar mal.

Alberto no llega a comprender las razones de aquellas palabras. ¿Por qué Julia se ha empeñado en que ambos deban estar mal? ¿Cuál es el sentido de sacar la mierda? Alberto, claro, lo sabe que su matrimonio no es aquel idilio que la gente se espera. Pero Alberto acepta a Julia, con sus cosas, sus defectos, sin rechistar. ¿No es eso el amor, el cariño? ¿A qué viene ponerlo en duda ahora? ¿No hubiera sido mejor, entonces, no casarse? Porque Alberto no puede imaginar que Julia fuera tan ingenua de pensar que la fase de enamoramiento durase toda una vida. Del enamoramiento, uno pasa a la fase del respeto, de la aceptación moral del esposo o la esposa como parte integrante de un núcleo familiar.

De mayor, Alberto quiere ser como es ahora. Ya es mayor. La juventud es algo que se fue, hace muchos años. Alberto estudió, se preparó, trabajó duro y hoy está donde está. Él tenía que lograr un futuro y ese futuro es su presente. Eso es ser mayores.

El concierto es el viernes a las diez y media de la noche en una sala de la que no ha oído hablar en su vida, Alberto. El concierto tiene que ser lo que Jorge considera la felicidad. O lo que le acerca a ella. Laura es otra parte de esa felicidad, o, por lo menos, lo era. Porque ahora ya no están en una relación. Ahora “es complicado”. Pero, en su Facebook, en MySpace, en su música mal grabada, Jorge parece ser feliz. Alberto podría ir, a lo mejor, y descubrir si, fuera de las redes sociales, su hijo es realmente feliz. En casa, sería imposible. En casa, Jorge no existe.

Para Alberto, esa falta de existencia es un concepto que le presenta un problema. Porque, cuando Julia dio a luz, Jorge sí que existía. Era tangible. Lloraba, respiraba, se movía a malas penas, pero no parecía feliz. Parecía buscar su sitio entre extraños. Hoy, no. Hoy Jorge es prácticamente un adulto. Su cara puede expresar emociones. Su voz puede comunicar un estado mental, una situación, plantear un objetivo. Pero Alberto no logra recordar una mueca, una queja, un simple planteamiento. Jorge, aunque ya haya crecido y tenga su historia, no existe.

Alberto toma nota de la dirección de la sala en la que tocará su hijo. Responde al mensaje de Laura: “quién eres? te hace feliz Jorge? quién es jorge?” Alberto decide apuntar la dirección en su iPhone. El iPhone no está.

Alberto se ha dejado el iPhone en casa, seguramente. Una extraña sensación invade a Alberto. El iPhone está, posiblemente, en su habitación, en la mesilla de noche. Abandonado y encendido. Alberto nota cómo su intimidad puede ser violada, de repente, y él no puede hacerle nada.

¿Qué hacer?, se pregunta Alberto. ¿Ir a casa a por el iPhone? ¿Esperar a volver por la noche? Luego, piensa que no tendría que pasar nada. Julia no está en casa. Julia está trabajando.

Julia está trabajando en su proyecto, del que tanto se siente orgullosa. Julia es arquitecta, recuerda Alberto, y su proyecto acaba de ganar el concurso del ayuntamiento. Julia tiene éxito y, aún así, Julia es infeliz. Julia es buena en lo que hace. ¡Por Dios! ¿Por qué es infeliz, Julia? ¿Por qué no puede limitarse a ser feliz? Pero si la felicidad no existe, recuerda Alberto. Entonces, “mejor me lo pones”. ¿Para qué buscar algo que no existe?

Jorge no existe, Julia no existe. No existía, por lo menos, hasta anoche. Alberto es el que no existe es él. Alberto no existe, simple y llanamente. No existe en su trabajo, en el que lleva la responsabilidad de un departamento virtual, porque él es un jefe virtual. No existe en su vida personal, ya que es incapaz de dirigirle una frase cumplida a Julia. No existe para su hijo. No sabía nada de su viaje a Londres; no sabía nada de su música, de su grupo. Laura parece ser el único nexo con la realidad, porque es su conexión a su propio hijo.

Alberto no tiene iPhone, se lo ha dejado involuntariamente en casa. En casa no hay nadie o, por lo menos, no debería de haber nadie. Alberto se da cuenta de que, aun estando él en casa, no habría nadie.

Outlook reclama la atención de Alberto. Un nuevo mensaje le espera en su bandeja de entrada de Facebook. Es Laura. “Soy Laura. Lo intenta. Tu hijo. Te espero en el concierto”.

Creative Commons License
No te rindas by Marco Odasso is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License.

domingo, 30 de agosto de 2009

No te rindas (XIX)

“Todo ha salido bien, ¿no?”
Ya no hay que temer los remordimientos de conciencia.
“Eso parece…”
Mirar el cielo. Saber que sigue allí, el cielo. El marido, hace mucho que se fue.
“¿Tienes que tomar algún tratamiento? ¿Alguna precaución?”
Tomar pequeñas dosis de dolor, antes de envejecer al lado de un desconocido.
“¿Qué quieres hacer con tu vida, Alberto?”
Real.
“No entiendo”
Nunca lo haces.
“¿Qué persigues? ¿Cómo te ves dentro de veinte años?”
“Sigo sin entenderlo”
No es de extrañar.
“¿Por qué estás aquí?”
Nada de rodeos.
“¿De qué hablas, Julia?”
Habla de sí misma, de una viuda que pudo dejar viudo a su marido.
“Hablo de nosotros, Alberto. De nosotros. De cómo me abandonaste. Hablo del desplante de hoy, de los de ayer, de mi soledad a tu lado”
El enésimo silencio.
“Algún día tendrás que hablar, Alberto”


XIX. Alberto y los eventos
La máquina de café de la empresa es, como siempre, el tótem de un ritual matutino consolidado en cualquier lugar de trabajo. El corrillo se forma temprano, según va entrando la gente. Lo primero es un café y la cháchara correspondiente. Hasta Alberto se une todos los días, aunque él no se entretiene con las conversaciones de pasillo. Alberto se prepara su café, saluda educadamente, como mucho responde a un par de preguntas y se va a su despacho, donde bebe ese brebaje inmundo. ¿Por qué el café de esas máquinas dispensadoras es tan asqueroso?

Alberto comprueba que no se ha formado el clásico corrillo de gente. Sabe que es una mañana diferente. El que sí está es el responsable del canal de distribución. Tiene cara de pocos amigos. Porque hoy es el día.

Alberto fue involucrado directamente en la toma de decisiones de los despidos. Es el responsable financiero y es el que tiene que echar cuentas. Alberto no echa a la gente, pero puede proporcionar información útil sobre los costes de los despidos y, en base a ellos, cada jefe de departamento presenta unos candidatos, según el rendimiento y las funciones de cada empleado. Hoy se van siete personas. El responsable del canal no es uno de ellos, pero ventas perderá un elemento.

Para Alberto, los días de despido son como otro cualquiera. Total, le podría tocar a él como a otro cualquiera. Forma parte de la realidad de una corporación. En caso de pérdidas, pues hay gente que se va. Es ley de empresa.

Lo que no es ley de empresa, Alberto ya lo tiene claro, es que alguien comunique en Facebook su propio despido. Pero sí es ley de vida. Es imposible coartar la libertad de expresión. Es clamoroso que Alberto no pueda crear su grupo de Facebook, mientras el que ya es un ex de la empresa pueda escribir en su estado que “acabando de recoger mis cosas de la ofi, despedido y abandonado, todo por la crisis… o la ineptitud??”

¿Y si fuera cierto? Alberto se pregunta si es que, en todo este proceso de reestructuración, no destaca una falta total de previsión por parte de los que lideran la compañía. Pero Alberto es hombre números. Y éstos no coincidían. Demasiados gastos y menos beneficios suponen un reajuste. Pero lo que es imposible reajustar es la conversación continua de Facebook. Porque los amigos del despedido responden y crean una ola que está a punto de romper justo en toda la cara de la empresa. “joder, tío! Qué hijos de puta!”, “lo siento, tienes algo en perspectiva?”, “cabrones!!”, y un larguísimo etcétera. No se puede parar. No se puede frenar una caída en picado de la reputación de la compañía. A ver qué hace ahora el responsable de comunicación.

Alberto se ve, por un lado, casi enganchado a esa cadena de comentarios subidos de tono. Son el apoyo de la comunidad hacia esa persona en concreto. Pero, claro, él está en el otro bando, haga lo que haga, diga lo diga. Aún estándose quieto, Alberto es parte integrante de la conversación. Porque Alberto es la empresa, forma parte de ella. Si insultan la compañía, le insultan también a él.

Alberto tiene el valor de cometer el acto más cobarde. Decide, por primera vez, hacer algo que va en contra de lo que, en el fondo, ha estado persiguiendo desde que está en Facebook: la popularidad. Alberto decide averiguar cómo eliminar a su ex compañero de su lista de amigos.

Una cruz. Un simple símbolo, pero todo un icono que representa la exclusión: ése es el único gesto, el único clic. En un momento, ha pasado de treinta y dos amigos a treinta y uno. Alberto ha abandonado a su destino a un ex colega. La pregunta es: ¿se dará cuenta el ex colega de que Alberto le ha retirado la amistad? Tarde.

Facebook habla claro: un tres resalta en la pestaña de la Bandeja de entrada. Pero ahora lo que le intriga más a Alberto es que se acaba de abrir una ventanita, abajo a la derecha. “qué tal?”, parece un mensaje. Mensajería instantánea. Y es Laura. “ya tienes tus tres preguntas, vas a ir al concierto?”

Alberto, un poquito espeso, escribe “hola”, pero no aparece como enviado. De hecho, el cursor sigue parpadeando al lado de la letra a. Alberto medita. Alberto cree que dándole a la Intro el mensaje podría enviarse, instantáneamente. ¿Es ésa una oportunidad de recapacitar? Después de hacer despegar su primer mensaje, añade “¿qué concierto?”. “el de tu hijo, lo tiene publicado en su perfil”.


Creative Commons License
No te rindas by Marco Odasso is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License.

sábado, 29 de agosto de 2009

No te rindas (XVIII)

“Gracias por acompañarme”
Hombre, es cuestión de responsabilidad.
“De nada, Julia”
“Si te quieres ir y no esperarme, no te preocupes. Cojo un taxi”
“¿Cuánto vas a tardar?”
Pregunta equivocada, pero, en el fondo posible.
“No lo sé, Alberto. Depende del oncólogo”
Como si no hubiera dolido. Por lo menos, hay que disimular para atenuar el dolor.
“Te espero”
“No hace falta”
“Julia, de verdad, no te preocupes”
Ni tú. No te preocupes…
“Gracias…”


XVIII. Alberto y los juegos
Alberto está esperando a que Julia termine en la consulta. Alberto ha sido amablemente invitado a pasar, pero él ha preferido dejar que Julia conozca sola los resultados, en la intimidad.

Alberto considera que si el médico le tiene que confirmar un cáncer de mama, es mejor que él no esté presente. Si quisiera llorar o reaccionar de alguna forma desencajada, Julia debe poder hacerlo en paz, sin el agobio de tener que parecer fuerte ante su marido.

Alberto espera, optimista. Sabe que, en el fondo, todo irá bien. El iPhone, de todas formas, es un buen compañero en los momentos de espera y aburrimiento. A través de iPhone, Alberto puede actualizar su estado de Facebook. “Ojalá salga todo bien”. Puede mostrar toda su preocupación. También puede contestar a la curiosa invitación de Laura. “¿Qué animal eres?”

El test, a modo de ver de Alberto, es una solemne chorrada. Pero Alberto lo completa y descubre que es un gato. ¿Un gato? Alberto no sabe muy bien por qué, pero le ha salido que es un gato. Alberto, además, manda un mensaje a Laura. “Divertido el test, soy un gato”. Laura, evidentemente conectada al ordenador, responde casi inmediatamente. “Lo sé, aparece en tu perfil”.

Las barreras se han deshecho ante los ojos de Alberto. “¿Tan mal van las cosas entre Jorge y tú?” “Es lo de siempre. Lo tomamos y lo dejamos cada dos por tres”. “Espero que todo se arregle”. “Yo también”. “¿Qué edad tienes?” “15, pero mi madre dice que parezco mayor. ¿Y tú?” Buena pregunta. “La verdad, bastante mayor. Tengo 45 años”.

A Laura le gustaría saber cómo era Jorge de niño. Alberto responde que como todos los niños. “Ya, pero era travieso, tranquilo… ¿Cómo era Jorge de niño?” ¿Niño? ¿Cuándo? ¿Con qué edad? Alberto recuerda con precisión cuando Julia y él le llevaron de urgencias al hospital porque tenía más de cuarenta grados de fiebre. Tenía tres años, Jorge. “Era muy tranquilo”.

“¿Quieres jugar?” Alberto no juega. “¿A qué?” “Te hago tres preguntas y me tienes que contestar. Tómate tu tiempo, pero eso sí, tienes que ser sincero”. “Y yo, ¿podré hacer lo mismo?” “Claro, ése es el juego”.

Julia sale de la consulta, visiblemente aliviada. Con los ojos húmedos, pero con un esbozo de sonrisa, se acerca a Alberto. No tiene cáncer. Todo ha sido un gran susto. Como el que se ha llevado Alberto, al tener que guardar rápidamente su iPhone.

Alberto y Julia se suben al coche otra vez. La paz vuelve a dominar, todo ha sido un susto. La vida continúa. El eje central de su matrimonio se mantiene firme, sólido: mujer, marido, padre y madre.


Creative Commons License
No te rindas by Marco Odasso is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License.

viernes, 28 de agosto de 2009

No te rindas (XVII)

XVII. Alberto y las consecuencias
Alberto entra en el despacho del director general y se encuentra con éste y con el director de comunicación para España y Portugal. Alberto se huele que algo pasa y cree saber por qué.

Alberto admite, tras ser preguntado, que, efectivamente, ha creado el grupo de Facebook para el departamento financiero. El director de comunicación le explica que eso no se puede hacer. Facebook es comunicación externa y no interna. Para eso existe una Intranet que hay que aprovechar.

Alberto explica que no entiende por qué tanto rollo con la comunicación 2.0, si luego se ponen trabas. El director de comunicación explica que deben existir unas normas. Es importante establecer unos límites para que la información confidencial no salga de la organización. Las redes sociales conllevan riesgos que hay que minimizar.

Alberto alega, respaldado por los conocimientos adquiridos en tan poco tiempo, que los grupos pueden crearse con normas estrictas de privacidad. Nadie tiene que enterarse de lo que se cuece en su grupo, ni tener acceso a lo que allí se discute.

Alberto se queda de piedra cuando el director de comunicación le explica que Facebook sí se queda con esa información. Alberto, está claro, no leyó las condiciones que aceptó cuando se dio de alta en Facebook.

Facebook se queda con toda la información. Da igual que uno se dé de baja. Facebook la conserva y tiene derecho a utilizarla para sus fines promocionales y comerciales, sin más autorizaciones por parte de los usuarios. O sea, Facebook es malo…

Alberto cae en que, entonces, todo lo que él hace en Facebook deja un rastro, una huella permanente. Las implicaciones son enormes. Alguien puede conocer la historia de otra persona siguiendo ese rastro.

El director de comunicación le solicita oficialmente a Alberto que cierre el grupo y que le consulte cada vez que quiera llevar a cabo alguna actividad en las redes sociales, la cuales son competencia exclusiva del departamento de comunicación. Alberto accede, aunque, por fin, comprende que la comunicación está ya fuera de control: de la empresa, de los profesionales, de las personas en general. La comunicación, ahora, tiene vida propia.

En su despacho, Alberto envía un mail a todo su departamento: el grupo se ha cerrado, más explicaciones durante la reunión. Abre Facebook y procede a borrar el grupo, aún consciente de que el rastro quedará en algún lugar. Pero, ya que está en Facebook, descubre que el Jorge ha modificado la información de su perfil. Ahora, en vez de estar en una relación, “es complicado”. Laura, a su vez, está “soltera”.

Alberto aprende que las cosas, en Facebook, tienen consecuencias en la vida real. No obstante, decide contestar el mensaje privado de Laura, en el que se presenta como una amiga de su hijo y que, sí, entendió perfectamente el tono y el sentido de su comentario hacia Jorge. “Gracias, no te preocupes. Espero no haber hecho un daño irreparable en vuestra relación”. Las consecuencias valen para lo que valen y tienen fecha de caducidad.

Creative Commons License
No te rindas by Marco Odasso is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License.

jueves, 27 de agosto de 2009

No te rindas (XVI)

“Julia, ¿Jorge está en casa?”
Curiosidad.
“Está trabajando y llegará sobre las diez. ¿O tampoco sabías que está trabajando?”
Saber, sí que sabe. Cómo, eso es otra historia.
“Sí, sí…”
La pregunta es inevitable.
“¿Pasa algo, Alberto?”
Nada. Mucho. Insoportable intromisión.
“No, qué va. Solamente quería saber si estaba en casa…”
¿Qué pasa aquí? Esto no puede seguir así.
“Alberto…”
Miedo.
“¿Sí?”
Silencio. Fracciones de segundo de silencio tan duro como la roca.
“Alberto… Así no se puede…”
¿Así cómo? Nada de trifulcas, por favor.
“¿A qué te refieres?”
“¿No lo ves?
“¿El qué?”
“Nada, eso…”


XVI. Alberto y las trifulcas
“eso eso! que vas a hacer??”, pregunta Martín en el muro de Jorge, como comentario al de Alberto.

“papá está mosqueado… qué habrás hecho”, añade Luis.

“me he perdido algo?”, pone el despistado de Antonio.

Alberto lee la lista interminable de reacciones a su comentario. A pesar del tono jocoso, Alberto percibe la negatividad que ha causado su simple e inocente pregunta. Pero le entra el pánico cuando observa que tiene un mensaje nuevo en su bandeja de entrada de Facebook. Acaba de descubrir la existencia de los mensajes privados.

Jorge arremete contra Alberto en su mensaje. Jorge define a su padre un irresponsable por preguntar algo tan trascendente como eso en su muro de Facebook. ¿Tan difícil es para Alberto preguntarle directamente, cara a cara, lo que tenga que preguntarle? ¿Tan duro es abrir la boca, de vez en cuando? ¿Por qué tiene que hacerle pasar vergüenza ante sus amigos, en un lugar público como Facebook? Jorge aceptó a Alberto como amigo, porque pensaba que para su padre era una novedad. Jorge pensaba que a su padre, la manía del Facebook se le pasaría como se le pasó por él, su hijo, al poco de nacer. “Realmente, ¿te interesa lo que yo hago?”, pregunta Jorge. Y, por favor, ni se le ocurra a Alberto contestar en el muro. Bastante daño ha hecho ya.

Alberto contesta: “lo siento. No volverá a ocurrir. Cantas muy bien, hijo”.

Alberto se siente culpable. Vuelve a mirar una y otra vez los comentarios del muro de Jorge. Sabe que ha creado una reacción en cadena y, ahora, no puede pararla. Lo ha intentado Jorge, por lo visto. “Mi padre es nuevo en esto de facebook, eso sí, en casa ni mu, pero aquí parece que se explaya”. Seguido por “jajajaja”, “aguanta! ya sabes como son los padres…”, etc.

Lo que a Alberto le sorprende es el comentario de Laura: “pues a mí me ha parecido muy buena pregunta, ¿qué quieres hacer con tu vida, Jorge?”

Jorge no ha contestado aún. Pero Laura ha hecho más. Ha pedido a Alberto que sea su amigo. Alberto está completamente bloqueado ante semejante propuesta. Alberto no conoce a Laura. Alberto se está metiendo en la vida de Jorge como no lo había hecho nunca. De hecho, nunca se había metido en la vida de su hijo.

Jorge sigue sin contestar. Alberto sigue sin aceptar a Laura como amiga. Uno de los dos debería dar el primer paso. Pero a Alberto le parece que a ambos les cuesta. Alberto siente soledad, ya que lo suyo es un supuesto, basado en el sencillo hecho de darle a F5, para refrescar página. Está interactuando con Jorge de una manera totalmente desconocida. La falta de reacción es, de por sí, un gesto, una acción. El teclado, la pantalla y la interfaz de Facebook se convierten en un nexo de comunicación demasiado grande para Alberto.

Alberto se da cuenta de que es una pelea a tres bandas, instigada, encima, por las reacciones de los demás. El último comentario de Laura está creando un revuelo en la comunidad de amigos de Jorge. Todo el mundo comenta, todo el mundo se divierte con esta extraña trifulca. Pero Alberto, Jorge y Laura ahora están callados. Parece que los tres están esperando que alguien dé el primer paso.

Jorge responde “no me jodas, laura”. Laura añade un “me gusta” al comentario de Alberto que lo empezó todo. Alberto acepta a Laura como amiga. El teléfono de Alberto llama. El director general le quiere en su despacho inmediatamente. Alberto cierra el navegador con un clic de ratón que deben haberlo oído hasta en Múnich.

Alberto sale de su despacho.

Creative Commons License
No te rindas by Marco Odasso is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License.

miércoles, 26 de agosto de 2009

No te rindas (XV)

XV. Alberto y la participación
La empresa moderna requiere participación. Las decisiones, en la empresa, se toman en base a una cultura determinada que impulsa la actividad de abajo a arriba. Todo empieza desde abajo, porque todo el mundo es importante y todo el mundo tiene que aportar, da igual el puesto que ocupe. Alberto cree que la cultura en la empresa es una solemne gilipollez.

La organización de una empresa ya no es vertical. Funciona por un sistema de matriz en el que se crean las sinergias entre distintos empleados de distintos departamentos, con el fin de afrontar cada problema, cada situación, de forma específica pero dentro de la identidad de la empresa y a través de una cultura proactiva. Los cargos intermedios ya no lideran un departamento o un área específica, sino que se convierten en estimuladores de ideas a través de los grupos interdepartamentales. Todo el mundo conoce lo que hace el otro, todo el mundo participa en las decisiones. Alberto sabe que, si no ejerce un control directo, no van a ser las matrices que añadan eficacia al departamento financiero.

El concepto de candor, o el desafío constructivo a la leadership, es crucial y hay que estimularlo, para que el manager (o cargo intermedio) y el ejecutivo no se queden estancados en el proceso de renovación de la empresa. Si cualquiera dentro de la organización considera que algo está mal y, por supuesto, ha contemplado alternativas válidas, tiene el deber de desafiar el establishment para abrir un debate interno que sólo puede beneficiar a la empresa. Alberto tiene clarísimo que él es quien decide qué está bien y qué está mal en su departamento. Para eso le pagan, para tomar decisiones y asumir sus responsabilidades.

En este paradigma de participación colectiva, el cargo intermedio se convierte en coach – entrenador – y su obligación es fomentar la creatividad y el debate interno. No puede desaprovechar las ideas de sus subordinados, para no quedarse él obsoleto en la estructura. Alberto nunca ha recibido una sola idea de los miembros de su departamento. Alberto se pregunta por qué. Si tanto se fomenta el comportamiento proactivo, apoyado por la cúpula, por qué ningún subalterno le ha planteado nunca alguna mejora, algún proyecto, alguna consideración o sugerencia. ¿Por qué nadie participa en su departamento?

Alberto considera que ha llegado el momento de tener una reunión con su departamento. Es posible que Alberto nunca haya organizado una reunión con su departamento. Pero no es excusa. Él ha formado y moldeado a prácticamente cada uno de los miembros de su equipo.

Alberto comprueba el calendario de Outlook de todos sus subordinados. Crea una convocatoria y la envía con la opción “asistente necesario”, para enfatizar el concepto de obligatorio.

Outlook también le recuerda, por las negritas, que tiene siete mensajes de Facebook sin abrir. Alberto abre Facebook y se da cuenta de que el número de amigos ha crecido a veinticuatro. Tras una pequeña pesquisa, constata que su secretaria es la única de su departamento que no está entre sus amigos. “Buscar amigos” le permite comprobar que ella no tiene Facebook. Muy serio, Alberto le envía una invitación y, para remarcar que “tiene” que tener cuenta, le envía, además, un mail por el que le aconseja crearla. Prioridad corporativa, alega.

Outlook confirma que todo el mundo está aceptando estar en la reunión. Más les vale, opina Alberto. Mientras tanto, la secretaria de Alberto parece haber abierto una cuenta bastante pobre en información en Facebook, aceptando, al mismo tiempo, la solicitud de amistad de su jefe. Alberto le sugiere, anonadado por el dominio adquirido de las herramientas de Facebook en tan poco tiempo, que todos los miembros de su departamento sean sus amigos.

Alberto va un paso más allá. Envalentonado, crea su primer grupo. El grupo del departamento financiero de la empresa en Madrid. A lo mejor, si la experiencia tiene éxito, propondrá crear uno a nivel mundial. Todos los financieros de la compañía conectados a través de Facebook. Mejor todavía: no lo sugerirá, lo hará él mismo, directamente.

Alberto se fija en la actualización de estado de Jorge: “cansado después del concierto, y hoy toca currar”. Alberto se fija en la foto del perfil de Jorge. Sonríe, guitarra en mano. ¿Cuándo aprendió a tocar la guitarra? ¿Es la música una afición para Jorge? ¿Querrá ser músico profesional? “¿Qué quieres hacer con tu vida, Jorge?”, comenta Alberto en el muro de su hijo.

Creative Commons License
No te rindas by Marco Odasso is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License.

martes, 25 de agosto de 2009

(Intermedio) Educación y formación

Siempre he tenido un interés especial por la formación. Especialmente en esta etapa de mi vida, en la que mi formación (formal) se acabó hace tiempo. Hoy, mi aprendizaje proviene, en gran parte, de los nuevos profesionales, los jóvenes que arrancan en cualquier industria o profesión.

Acabo de estar con un grupo de ellos y tengo que admitir que mi admiración es aún más fuerte. Los escucho hablar y me doy cuenta de que algo bueno está pasando. Tengo que admitir que soy una persona bastante crítica con los que empiezan (pero me llaman pitufo gruñon...), pero es porque me enfado al constatar, a veces, que un joven profesional (entre 25 y 30 años) se pueda acomodar o decida dejar de lado su creatividad. Y el grupo con el que me encontrado me ha callado la boca y me siento muy contento por ello.

Estoy firmemente convencido de que la formación, la educación, hoy debe ser una forma de compartir el conocimiento por parte de una generación que ya tuvo la oportunidad de cambiar las cosas con la generación que la va a sustituir. Es un aprendizaje que no puede tolerar ya el adoctrinamiento. El concepto de cátedra, en el año 2009, es algo inaceptable, por el sencillo hecho de que la cátedra la debe ocupar el alumno. Yo, profesor (no hablo de mí que no lo soy), te digo lo que he hecho, por qué lo he hecho y de qué manera. Ahora, tú, alumno, tienes que plasmar sobre mis conocimientos los tuyos, lo cuales se imponen. Porque es ahora cuando te puedes equivocar. O mejor, cuando el nuevo experimenta y, sin duda alguna, mejora lo existente.

El mundo, tal y como lo conocemos, ya cambiado de una forma tan radical que es imposible imponer el conocimiento. Éste se comparte y se modifica, porque se avanza. Es mi generación la que tiene que aprender, ahora, para no quedarse fuera de juego. Y el educador se convierte en un provocador y estimulador de ideas, de experimentos. Los supuestos sabios, los gurús, no tienen otro remedio que aceptar que el que viene, lo hará mejor. Por pura evolución. Restringir la capacidad de probar y arriesgar es un error tan grave y absolutamente imperdonable en la educación actual. Por eso mismo, hoy hablamos de edupunk. Porque ha empezado la era de aprender de verdad.

Además, siempre he considerado que el papel del educador es crucial, tanto que es una aberración que a los profesores y maestros se les pague menos que a los banqueros, a los financieros, a los grandes empresarios. El educador tiene que proteger el valor más importante de nuestra sociedad: las nuevas generaciones. Si se pudiera mejorar el sistema, en este sentido, fomentando la educación como el gran laboratorio de ideas para mañana, posiblemente nos ahorraríamos, en cierta medida, el proliferar de la xenofobia, de la intolerancia, de la violencia.

Por favor, a los de mi quinta, y a los que tienen algún que otro año más que yo, un consejo: escuchad lo que aportan estos jóvenes, a veces acojonados, otras demasiado lanzados. Es gratificante conocerles.

Puede que éste sea un post de viejo, pero no lo creo.

No te rindas (XIV)

Suspiro. Respiración fuerte, habitación oscura.
La mano. Por encima del calzoncillo. Pene erecto.
Un beso en la piel, a la altura del vientre.
El pelo largo que se desliza por la piel. Los labios húmedos en busca de más.
El calzoncillo se desliza hacia abajo, el glande descubierto.
Los labios lo alcanzan.
Otra mano, más firme, más robusta, alcanza la cabeza que ya mece sobre los genitales.
La mano frena, para en seco, firme, sin admitir discusiones.
“No estoy de humor, Julia”
Los labios ahora saben a agrio.
Los ojos miran hacia la persiana, completamente sellada.
Qué mal sabor de boca.


XIV. Alberto y los grupos
Alberto forma parte de dos grupos en su compañía. Se llaman Task Forces. El primero es un grupo compuesto por representantes de todas las oficinas de Europa y tiene como objetivo mejorar y optimizar el control de las cuentas. Se estudian flujos de trabajo, sistemas de gestión y procedimientos que agilicen el día a día de la compañía, con el fin último de lograr un mayor control sobre gastos, facturación, pagos y demás trámites económicos.

Alberto también forma parte de otra Task Force, esta vez exclusiva de la oficina de Madrid, por la que se analizan los procesos en las actividades de marketing. Este grupo lo forman un representante del departamento de marketing, otro del departamento de ventas y él, como representante del departamento financiero que, al fin y al cabo, es quien suelta el dinero en base a un presupuesto preestablecido.

En teoría, los grupos requieren un número determinado de reuniones periódicas para comprobar el andamiento de cada Task Force. En el caso del grupo internacional, esto se produce cuando concurren los company meetings. El grupo español, por otro lado, no se reúne casi nunca y lo poco que hace o consigue lo comunica a través del correo electrónico o de la Intranet, que aloja espacios reservados para dichos grupos.

Alberto considera el trabajo en grupo como algo necesario, pero que exige una coordinación jerarquizada, para que las cosas no estén fuera de control. Él asume la dirección del grupo español y se ha convertido en algo parecido a un “vicepresidente” del grupo internacional.

Alberto comprueba que los grupos tienen mucho éxito en Facebook. Representan una necesidad de pertenecer a algo, fiel reflejo de la vida real. La gente necesita pertenecer: a un partido político, a un equipo de fútbol, a un club de jubilados, lo que sea. De hecho, es la forma en la que la persona se identifica con sus semejantes. Alberto cree que el ser humano se tiene que proteger de la soledad a través de la pertenencia a un grupo.

Alberto siente curiosidad por los grupos a los que pueda pertenecer su hijo. Facebook le supone una excelente oportunidad para entender con quién se identifica Jorge. El perfil de Jorge le permite a Alberto hurgar en sus grupos, en las páginas que sigue. Mucha música identifica a Jorge con los demás. Jorge pertenece a muchos grupos, casi todos ellos relacionados con el tema.

Alberto descubre nombres de grupos, cantantes, géneros musicales que no había oído en su vida. Al parecer, Jorge y sus amigos – por ende, su grupo – atienden a muchos conciertos. Jorge ha estado en varios festivales, en todas partes de España y Portugal. Por eso, piensa Alberto, fines de semana en los que Jorge no ha dado señales de vida. Alberto tampoco está muy seguro de si es que, a lo mejor, Jorge estaba pero él no le vio. No. Supone, Alberto, que Jorge no estaba. Iba a sus conciertos.

Alberto no sabe nada de música, o muy poco; lo básico, vamos. Pero Jorge es, por lo visto, una eminencia. Muchos comentarios en su muro son peticiones. Sus amigos le piden información acerca de este grupo o de este otro cantante. Jorge contesta siempre. Con mucha pericia, además. Los amigos de Jorge le agradecen sus consejos e informaciones. Jorge tiene sus fuentes. Jorge sabe de lo que habla. Jorge colabora y corrige entradas en Wikipedia. Alberto ha oído hablar de Wikipedia, pero todo lo que ha oído son cosas malas. Uno no se puede fiar de una supuesta enciclopedia, si ésta la crea y la edita la gente de la calle. Las enciclopedias las crean los eruditos, los estudiosos. Así es. No la gente de la calle. En Internet, no existe la calle, se da cuenta Alberto.

Alberto pincha en el grupo creado por Jorge. Es el grupo del grupo de Jorge. Jorge es músico, compositor y líder de una banda musical. Jorge toca la guitarra. Alberto está convencido de no haber oído nunca una guitarra en casa. No es posible para Alberto que Jorge sea un músico, un guitarrista. Jorge no tiene guitarra. ¿O sí?

Alberto se sorprende de que el grupo de Facebook del grupo de Jorge tenga más de cuatrocientos miembros. Si Jorge tiene doscientos treintaisiete, perdón, hoy son ya doscientos cuarenta y dos, amigos, ¿cómo puede tener el grupo de su grupo más de cuatrocientos miembros? Jorge es, entonces, selectivo a la hora de agregar amigos en Facebook.

Alberto entra en la página de Facebook del grupo de Jorge. Alberto se sorprende aún más. Los fans del grupo de Jorge son más de setecientos. Alberto opta por hacerse fan de la página del grupo de Jorge. Y no es todo. La página proporciona otro enlace al que el grupo de Jorge da mucha importancia: MySpace. Allí es donde, supuestamente, es posible escuchar la música del grupo de Jorge.

Alberto no entiende muy bien de qué va MySpace. Es como un Facebook, pero más confuso. Y confuso le resulta también el look del espacio del grupo de Jorge.

Alberto se atreve a escuchar una canción del grupo de Jorge. No sabe si le gusta o no. Eso sí, mala no le parece. Alberto está horrorizado con la idea de tener que pasar por otra hoja de registro y hacerse miembro de MySpace, con tal de seguir el grupo de Jorge. Alberto cree que puede conformarse con Facebook. Total, siempre podrá entrar en MySpace como anónimo y escuchar las canciones del grupo de Jorge.

Jorge tiene una voz potente. Jorge tiene una voz preciosa.

Creative Commons License
No te rindas by Marco Odasso is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License.

lunes, 24 de agosto de 2009

No te rindas (XIII)

XIII. Alberto y Microsoft Exchange
A Alberto le han configurado su cuenta de correo electrónico en el iPhone. La compañía dispone de una cuenta en Microsoft Exchange Server. Esto significa que Alberto puede acceder a su mail como si estuviera delante de su ordenador. Es como un Webmail, pero no es Webmail.

Alberto puede acceder a su cuenta de Outlook como si estuviera en Outlook. Puede ver sus carpetas y organizar sus correos electrónicos; puede acceder al calendario, convocar nuevas reuniones, comprobar quién acepta, quién no, quién realmente está disponible, quién se podría estar escaqueando.

Alberto aprecia el iPhone y aprecia Microsoft Exchange. Aprecia poder estar fuera de la oficina y todavía tener la posibilidad de interactuar con su entorno profesional como si estuviera en su despacho. Alberto casi nunca se levanta de su escritorio, a menos que no tenga una reunión.

Alberto casi nunca habla con los demás, a menos que no tenga que discutir temas clave, imposibles de manejar por correo electrónico.

Alberto considera que hoy en día, por email, puedes administrarlo casi todo. La necesidad de un contacto cara a cara disminuye según pasa el tiempo. El impacto visual con otra persona se hace necesario cuando hay que reforzar un concepto, amenazar, pedir explicaciones.

Afortunadamente, según quién se copie en los mails, se puede conseguir el mismo efecto o casi. Son extraordinarios los casos en los que Alberto tiene que reunirse con los demás. Como el otro día, para pedir explicaciones y soluciones por un trimestre pinchado.

Microsoft Exchange le permite a Alberto ver qué correos no se han leído todavía. Da igual que esté en su despacho o fuera. Alberto, en una reunión con un cliente al que hay que aprobarle una operación cuyo monto supera el millón de euros, se da cuenta de que tiene mensajes nuevos de Facebook. Alberto considera que no está en el lugar idóneo para leer la correspondencia de Facebook.

Alberto miente, se levanta de la reunión y pide disculpas. Esta llamada va a tener que cogerla. El cliente y el jefe de ventas, por supuesto, entienden que si Alberto se ha levantado es porque la llamada requiere una atención especial y específica que no se puede aplazar. Alberto no tiene ninguna llamada que atender. El iPhone está muy callado. El iPhone no vibra.

Alberto se sienta en el sofá de la recepción de la empresa cliente y abre sus correos electrónicos de Facebook. Uno, por encima de los demás, le llama profundamente la atención. Jorge “ha escrito en tu muro. Pincha aquí para contestar”. En el mail, Alberto lee que Jorge le pregunta “tu en fb?”. Tú, pronombre, lleva acento. ¿Lleva acento tú, pronombre, en Facebook? Alberto no lo sabe.

Alberto decide que lo suyo es contestar. “Ya ves, quién lo diría, con mi edad”. Qué frase más estúpida. ¿Cómo se mide la estupidez en Facebook? Después de haber contestado, Alberto decide echarle un ojo al perfil de Jorge. El muro de Jorge está repleto de comentarios a “Jorge y Alberto ahora son amigo”. “Es tu viejo?”, es la pregunta general. También Laura ha querido comentar. “Joder, que guay, tu padre en facebook! Enrollado, no? bsot!”

Alberto comprueba que, de todas las conversaciones, de todos los muro a muro, de todos los comentarios de su perfil, en el único en el que Jorge no ha interactuado es justamente el que anuncia al mundo que Alberto y Jorge, aparte de padre e hijo, son ahora amigos.

Alberto se acuerda de que está en una reunión porque la amable recepcionista le pregunta si quiere tomar algo. Ruborizado, Alberto declina la invitación, se levanta e introduce el iPhone en el bolsillo interior de su americana. Alberto vuelve a la reunión.

Alberto se disculpa otra vez. La llamada, de Múnich, era importante.


Creative Commons License
No te rindas by Marco Odasso is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License.