miércoles, 2 de septiembre de 2009

No te rindas (XXII)

XXII. Alberto y la felicidad
Terminado el concierto, Alberto pierde de vista a Jorge. Busca a su guía, Laura, entre la multitud, pero ella tampoco está. Alberto termina su copa de un trago. Es la tercera. Alberto no está acostumbrado a beber. Alberto nota cierto mareo.

Alberto decide ser valiente. Se mueve hacia el escenario, ahora que ya no hay concierto y hay hueco, un pasillo hacia lo que parece ser la puerta de atrás del garito. Alberto se mete en el hueco, casi sin respirar. Alberto quiere hablar con Jorge.

Alberto pasa la puerta y se siente aliviado al ver cómo la gente ni se percata prácticamente de su presencia. Descubre una escalera que lleva a lo que podrían considerarse, malamente, unos camerinos. En uno de ellos, están los músicos del grupo de Jorge tomando cerveza de unas litronas. Alberto se pregunta si eso no es ilegal, ya que la mayoría son menores de edad. A nadie parece importarle, a Alberto tampoco. Pero Jorge no está.

Alberto sigue por el angosto pasillo que lleva a una salida de emergencia. Efectivamente, Jorge no aparece. Alberto se pregunta si, a lo mejor, su hijo no está en la barra. Pero decide abrir la puerta de la salida de emergencia y respira una bocanada de aire no contaminado por el humo y por la humedad calurosa del local.

La puerta da a una placita, un pequeño parque. Alberto sale y se enciende otro cigarro. Respira hondo con la primera calada, a ver si se recupera un poco de los efectos del alcohol. Alberto da un paso hacia adelante y ve que hay alguien sentado en un banco, a unos veinte, treinta metros de donde está él. El parque está completamente a oscuras y Alberto no puede distinguir quién está sentado allí.

Con cierta precaución, decide acercarse al banco. Pocos pasos son necesarios para averiguar que se trata de Jorge, con la cabeza hacia atrás. Hay alguien con Jorge. Alberto para en seco.
Laura está sentada al lado de Jorge, haciéndole una felación. Jorge está disfrutando y, de vez en cuando, acaricia el pelo de Laura. Alberto no puede seguir allí pero, a la vez, es incapaz de moverse. Está como paralizado. Sin embargo, no es pudor, sino las ganas frenéticas de ver cómo dos personas disfrutan. Alberto está hipnotizado por la expresión de felicidad de Jorge.

Jorge abre los ojos y lo primero que ve es Alberto. Con la mano, avisa a Laura de que algo pasa. Laura levanta la cabeza del pene de Jorge, dejándolo, además, al descubierto, y también se da cuenta de que Alberto está mirando. Jorge se tapa. “Pero ¡qué coño…!”

Alberto se da la vuelta para que Jorge pueda arreglarse y Laura retomar cierta compostura. “Perdona… Lo siento… Lo siento…”

“¿Qué coño haces tú aquí?” Jorge está cabreado. No se puede creer lo que acaba de ocurrir. Alberto está aterrorizado con la idea de volver a mirar a los ojos a Jorge. “¿Qué hacías? ¿Espiarme?” ¡Sí! ¡Sí! Alberto le estaba espiando, quería descubrir por qué es feliz. Quería volver a sentir que Jorge existía, que él mismo existía. “Lo siento, de verdad… Yo no quería…”

“¿Sabe mamá que estás aquí? ¡Joder! ¡Esto es la hostia!” Laura intenta tranquilizar a Jorge, enfurecido porque su intimidad ha sido desvalijada por alguien que, históricamente, ha pasado de ella toda la vida.

“¿Mamá sabe que estás aquí espiándome? ¿Eh? Viendo cómo me lo monto con mi chica… ¡Eres un cerdo, papá!” Alberto se rinde. Alberto llora. Alberto no tiene más que contar, ni que esconder. Cuarenta y cinco años y no tener nada. “Mamá se ha ido…”, murmulla Alberto.

“¿Qué?” Jorge se queda sin palabras. Siente rabia, tiene ganas de arremeter contra ese hombre que ha convertido su hogar en un limbo silencioso. Se acerca a Alberto y lo coge violentamente del brazo. “¿Que mamá se ha ido?” Alberto no opone resistencia.

Laura separa la mano de Jorge del brazo de Alberto. Laura le pide con la mirada a Jorge que no se ensañe. Le pide compasión. Le pide ser hijo y padre de un hombre afligido. “Déjale en paz, Jorge”. Alberto llora, en silencio, mirando lejos, siempre lejos, nunca a los ojos de su hijo, nunca de cara a la situación, a la vida.

Jorge se calma. Jorge entiende a Laura. Jorge mira a su padre, hombre vendido, hombre rendido. Le mira de arriba abajo. “Esos vaqueros son míos…” Alberto explota en una risa llena de lágrimas. “Sí…” “Pues los estás arrastrando, que soy más alto que tú”. Alberto no tiene más remedio que mirar a Jorge. Los labios de Alberto amagan una sonrisa, a la espera de que Jorge haga lo mismo. Jorge se lo piensa, lo que se tarda en cambiar de idea. “¿Te ha gustado el concierto?” “Me ha encantado…”

“¿Cuándo se ha ido?”
“Esta mañana… Creo”
“¿Dónde ha ido?”
“No ha dicho nada”
"¿Y qué vas a hacer?”
“No lo sé”
“¿Quieres a mamá?”
“Tampoco lo sé…”
Llanto. Un abrazo.
“No sé qué hacer…”
"Pues no te rindas..."


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No te rindas by Marco Odasso is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License.

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