lunes, 20 de julio de 2009

El secreto de las cosas

Open book with black and white drawingsImage via Wikipedia

Como muchas otras de mis aficiones, el ajedrez es una cosa que va y que vuelve en mi vida cotidiana. Lo que sí entendí, hace muchos años, es que mi nivel iba a ser bastante pobre. Y eso que lo intenté. Intenté estudiar y practicar, pero te das cuenta de que nunca vas a ser un buen jugador, a menos que no dediques horas y horas todos los días. Bueno, asimilé este hecho y, ahora, me lo tomo como debe ser: una afición a la que dedico tiempo cuando estoy relajado y que me sirve para entretenerme.

Con el fin de aprender a jugar al ajedrez, sin embargo, me compré un montón de libros. Cada uno de ellos debía revelarme la "gran verdad" que se escondía detrás del juego. Pero ninguno de ellos fue... revelador. Estudié, leí, pero seguía sin entender realmente el secreto. Hasta que me di cuenta de que mi nivel mejoraba (hasta cierto punto, claro) aplicando esa teoría en combinación con mi propia forma de pensar. La teoría me proporcionaba ciertas pautas, pero esas pautas no me hacían jugar mejor. Era el hecho de enfrentarme a un oponente y a un tablero lo que me permitía captar, de vez en cuando, el sentido de este juego.

El porqué de un caballo que mueve antes que una torre lo descubres cuando metes la pata y tu oponente te machaca porque tu apertura ha sido poco coordinada. Además, los libros y la teoría no pueden explicarte lo imponderable. Estudias un repertorio mínimo de aperturas: Ruy López con blancas y Defensa Siciliana con negras... Muy bien. Estupendo. Te conoces por lo menos los primeros 12 movimientos de cada una. Aprendes un par de variantes y crees que, con eso, tienes suficiente. Ni de coña... Resulta que el adversario no tiene ni pajolera de aperturas, no ha abierto un libro de ajedrez en su vida y te está metiendo una paliza de leyenda, porque, con sus movimientos, ni has podido desarrollar tu maravillosa Ruy López o te ha abierto "cerrado", con lo cual no te has preparado nada aparte de la Siciliana que, por cierto, ya te la puedes meter donde te quepa.

La lección que aprendes es que la teoría no te sirve de nada. Si te quedas anclado a ella de forma mecánica, no llegas a ningún sitio, porque no estás preparado a enfrentarte a una partida real. Y esto ocurre en todas las cosas de la vida.

Porque el ejemplo de los libros como forma de aprender; de la teoría como ley para aplicar en cualquier actividad es un camino que lleva directamente al fracaso.

Llevo años leyendo y formándome. Siempre cometo el mismo error. Cada vez que encuentro un texto que me tiene que ayudar a entender algo (da igual que sea para el trabajo o para cualquiera de mis aficiones), siempre busco la verdad absoluta. Pero ningún texto ha sido capaz de darme "la respuesta".

Lo bueno es que, después de tanto tiempo, he entendido que estudiar sirve para adquirir información, siempre útil, pero que la única forma de conocer el "secreto" de las cosas es crear mi propio "secreto". Porque sí, el secreto está en esos textos, en esas frases y en esas teorías, pero depende exclusivamente de cómo tú las apliques a tu mundo. Por eso odio a los que citan constantemente. Yo puedo hablar de mis fracasos como experiencia de vida (laboral o profesional) y puedo analizar lo que otros han hecho, pero copiar (y de eso se trata cuando solamente te ciñes a la teoría) es la peor solución. La verdad absoluta reside en cada uno (qué frase más asquerosa...).
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