martes, 6 de octubre de 2009

Vacuidad...

Manuel Martín Cuenca, director de películas del calibre de La flaqueza del bolchevique, responde hoy, en El País, con un artículo de réplica al que ayer se publicaba, en la misma cabecera, cuya firma era de Jaime Rosales (La soledad, entre otros).

El debate, para ubicarnos, es acerca del "Manifiesto contra la orden", con referencia a la nueva Orden por la que se regulan las subvenciones al cine, cambiando, estructuralmente, la forma por la que se regía hasta la fecha. Rosales se pronunciaba a favor de dicha Orden y en contra del Manifiesto. Por su parte, Martín Cuenca, firmatario y uno de los grandes impulsores del Manifiesto, rebate los argumentos de su colega de profesión.

De forma tan transparente como la empleada por Rosales, Martín Cuenca expresa su opinión y claro rechazo a las ideas recogidas en el anterior artículo.

De hecho, explica que la implicación política es un derecho de cualquier individuo o colectivo. Añade que no sólo el cine es un sector subvencionado. Considera que la Orden, al discriminar las películas de presupuesto mediano, va en contra de la propia naturaleza del mercado español, ya que la gran mayoría de películas producidas se mueven en esos presupuestos.

Sobre todo, todo lo que Rosales explica acerca de los riesgos de alinearse con un bando político es lo que más molesta a Martín Cuenca, hasta el punto de que "Sinceramente, tus afirmaciones sobre el papel de la democracia me alejan intelectualmente de ti, y me cuestionan todo lo que, a continuación, pasas a exponer". Es un enfrentamiento dialéctico, claro, sin dobles sentidos, argumentado.

Pero, si hasta aquí todo bien, ¿qué pasa entonces? Pues que el razonamiento de Manuel Martín Cuenca desliza en la banalidad y la trivialidad, endoctrinada al más puro estilo de los "qualunquisti", en pura contradicción con todos los argumentos anteriores. ¿Por qué? Pues por una frase tan trivial que hace que toda su dialéctica se vaya al traste en un momento.

Cito de El País,: "Aparte de que esté en contra de ese concepto, que no es más que una vacuidad efecto del marketing y la moda, todos sabemos cómo han funcionado y funcionan esas comisiones". Vacuidad... Del marketing (y, perdón por la vulgaridad, aquí me toca los cojones)... De la moda (sigue molestándome profundamente)... De cómo han funcionado y funcionan esas comisiones... ¿Cómo funcionan, estimado Martín Cuenca? Explíquenoslo, por favor. Déjese de filosofía barata y vacua, citándole. Porque podríamos abrir un amplio debate sobre cómo se formarán las comisiones que decidan el futuro de la producción cinematográfica. Por favor, cuéntenos la verdad.

Mezcla usted el marketing, la moda, las comisiones con una pasmosa facilidad, la verdad, y nos deja aquí, pendientes de su pluma, de su teclado y no nos dice por qué. ¿Qué habrá de tan vacuo en el marketing, las modas y las comisiones? No lo sé. No nos concede ni una pizca de su sabiduría al respecto. De verdad, señor Martín Cuenca, su tan argumentada propuesta periodística se cae por su propio peso gracias a declaraciones tan gratuitas, de las que usted, al parecer, se queja.
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lunes, 5 de octubre de 2009

Reflexiones cinematográficas

Recojo, de alguna forma, el guante lanzado por el excelente blog de Gonzalo Martín y su post en el que se recoge parte del artículo firmado por Jaime Rosales en El País, en el que el director de La soledad hace un análisis sobre la financiación por subvenciones y la polémica aplicación de la Ley de la Igualdad.

Lo primero, me parece que Rosales es muy valiente, en este momento, al reflejar de forma tan clara sus opiniones, en el fondo, contrapuestas a las de su gremio, el cinematográfico. Y lo digo sin haber todavía expresado mi opinión. De hecho, lo hago sobre la base de su comportamiento, antes que por el contenido.

Luego, el artículo me proporciona una excelente oportunidad para analizar, bajo mi modesto punto de vista, el desarrollo del cine en este País, desde hace un par de años. Sin duda alguna, la llegada de la ex Presidenta de la Academia, directora y guionista, Ángelez González Sinde, al puesto de Ministra de Cultura ha representado un momento clave. ¿Por qué? Pues porque, por mucho que se quiera minimizarlo, su background cinematográfico hace que todo el mundo piense en el cine a la hora de referirse a su Ministerio. Es inevitable, ahora. Fue evitable, cuando el actual Presidente del Gobierno decidió nombrarla. Hablo de oportunidades y no de cualidades.

González Sinde, al fin y al cabo, llegaba precedida de su actividad como cineasta y de su toma de posición acerca de temas tan debatidos como, por ejemplo, la piratería de obras audiovisuales. No veo, personalmente, ningún tipo de incongruencia en su comportamiento, desde que asumió el cargo. Lo que ocurre es que, en la era actual, marcada por una gran crisis financiera y económica, es la cultura entera la que se tambalea. Elegir a una personalidad directamente vinculada con un sector en particular, sobre todo siendo éste el cine, no me parece la mejor de las elecciones.

A pesar de que sigo diciendo que el cine debería formar parte de un macro sector estratégico, conocido como audiovisual, y que el apoyo (necesario) lo debería proporcionar Industria, no creo que los nuevos mecanismos de subvención al cine sean peores que los que antes estaban. En este sentido, estoy de acuerdo con Rosales. Me parece que el intento de aclarar una situación algo obscura, como la asignación de dinero público a (prácticamente) fondo perdido, pues es una tarea a elogiar y no a criticar. Pero, claro, lo veo desde fuera, como contribuyente y espectador (dos veces pagador).

En lo que se refiere a lo que Rosales considera como definirse de un bando u otro de la política, creo que estamos hablando de un defecto muy europeo, por el que la cultura, en general, ha abusado a lo largo del siglo XX y, ahora, XXI. Posiblemente, una normalización política de la cultura en general podría ayudar, siempre y cuando se conserve el derecho de los autores y artistas a opinar sobre los temas que, además, afectan a la sociedad en su conjunto. Si, bajo un punto de vista comercial, esto es perjudicial, pues debería considerarse como un hecho congruente con la expresión clara de las opiniones de cada uno. Hay que atenerse a las consecuencias. Sin embargo, no estoy tan convencido de que el público español le dé la espalda a su cine exclusivamente por razones políticas.

Yo vengo de fuera y mi análisis, desde un punto de vista todo lo imparcial que pueda ser, es que la fuerza y el ímpetu culturales y creativos de hace dos décadas fueron lentamente apagándose. Yo, hoy, tengo que elegir entre lo que hay en cartelera y veo repetidas prácticamente las mismas películas, una y otra vez. Lo único que cambia son los títulos, el reparto (a veces, porque hasta en este punto habría que hablar) y poco más. Lo demás, si lo miramos bien, es casi siempre lo mismo. Es la originalidad de los argumentos que ha dejado de ser la fuerza pujante. Lo mismo diría yo de lo que ocurre cuando la Academia decide presentar a los Oscar su candidata. Los votantes, en este caso, pocas veces deciden arriesgar con lo que realmente se plantea como algo nuevo, fresco, diferente.

Con todo el respeto por Trueba, ¿por qué no presentar los REC, o las soledades de turno? ¿Por qué no arriesgarse con lo que rompe moldes en ese momento, como estímulo para que los autores se la jueguen? ¿Es porque los Oscar son un producto mediático? No lo sé.

Además, el cine europeo en general y, por ende, el español, se enfrentan a un cambio tan dramático en la forma de consumir contenidos, por el que para desplazar a una familia al cine hay que darle un aliciente espectacular que un producto menos exagerado, bajo el criterio de entretenimiento, no tiene. Es innegable. Pero esto no significa que las historias españolas no tengan público. Me niego a pensar eso. De verdad lo digo. Pero hay que ser valientes. Hay que pensar que el concepto taquilla ya no es el mismo. Y, encima, los márgenes de beneficio y la comercialización son diferentes. Es el hecho de quedarse inmóviles ante los cambios que está perjudicando sobremanera el producto cinematográfico.

No significa esto que Internet se convierta, de golpe y porrazo, en la panacea o en el verdugo de una industria (??). No. De hecho, el propio concepto de Internet se convierte en una fábula, en un cuento chino. En mi profesión, Internet es lo que transporta la información de un lugar a otro. Es una herramienta que lo hace más fácil. Es la ramificación por la que la información actual pasa. No vale con decir "montemos un portal de distribución de contenidos". No es eso. Pensamos en "html" y no en medio de transporte y allí reside el error. Internet es la Web, un teléfono, una nevera que hace la compra sola, un medio por el que ver un programa en la televisión, hasta el método de proyección para una sala de cine. Es la herramienta, no el contenedor.

Acabado este inciso y esperando que el sector de la producción no se quede petrificado, creo que el problema más grave del sistema de subvenciones es que se ha convertido en una especie de anestesia para el sector, en vez de ser lo que pretendía ser: un método de apoyo a una industria, pero eso ocurre cuando, con Cultura, se fomenta la actividad de una Industria. Es contradictorio por definición. No es la subvención en sí que sea mala. De hecho, sigue siendo necesaria. Es lo que la subvención genera, en caso de inmovilidad. Rosales habla de amiguismos, es posible. De clientelismo político, también es posible. Yo lo que veo (repito, como espectador) es un cine anclado a su pasado (reciente, eso es cierto), pero que no ha podido adaptarse a los criterios de un público que ha cambiado, mucho. A nivel sociológico, esta España poco tiene que ver con la de principios de los años 80. Por gustos, por costumbres y, sobre todo, por capacidad de recibir la información, algo que ha incrementado de forma exponencial. Si a nosotros, pobres artesanos del marketing, nos cuesta adaptarnos a estos nuevos tiempos en los que no es tu target el que va a ti, sino al revés, no entiendo por qué, desde el cine, se pretenda que las cosas sigan igual que siempre.

Última aportación en este aburrido y largo post. Sobre la Ley de la Igualdad y su incorporación en el mundo del cine. De poco sirve meter con calzador a la mujer, si el propio gremio (y esto pasa en cualquier actividad económica) no abre las puertas a la igualdad en el día a día de la industria.
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jueves, 1 de octubre de 2009

Cuenta la leyenda...

Cuenta la leyenda que Internet, al fin, adelantó a la mítica "caja tonta", la televisión, en inversión publicitaria. ¿Es un hito? ¿Es un dato histórico? ¿O es, sencillamente, algo trivial?

Por un lado, el momento es propicio, debido seguramente a la actual recesión, en la que la inversión publicitaria global ha disminuido considerablemente. Eso es cierto. Pero también es, a mi modo de ver, la constatación de que los medios convencionales hace tiempo que no son, ya, el epicentro de la comunicación.

Pero ¿qué moraleja podemos aprender de esta leyenda? Pues, probablemente, que los que aún se resisten y piensan que todo sigue igual, desaparecerán lentamente del horizonte. Los que creen que el modelo de negocio, la forma de vender y de venderse sigue vinculada a un derecho adquirido no se sabe muy bien ni cómo ni por qué, son fantasmas, cada vez más transparentes, cada vez más menudos. Ya no los vemos. No nos interesan. No llaman para nada la atención, por mucho que griten, ya no tienen voz.

Por supuesto, la moraleja no es ningún momento que "Internet lo es todo". Para nada. Si alguien piensa que los que estamos emocionados con "esto de la nueva era de la comunicación" es que no vemos otra cosa que Internet, pues, otra vez, no se han enterado de nada. Siguen, sordos, por un camino largo y tedioso hacia el cementerio de los mastodontes inútiles e ineptos.

La moraleja es que, hoy y por fin, lo tenemos todo, pero todo, a nuestra disposición. Y que si alguien no quiere acabar siendo ese fantasma, esa especie en extinción, tendrá que pasar por el aro del juicio universal de la gente. La gente opina y decide mucho más de lo que podía pasar hace años. Porque hoy dispone de un sistema de megafonías cruzadas aterrador. "Tu producto es una caca!!" "Tu música es buenísima" "Tu servicio de atención al cliente da asco", etc. etc. Todo forma parte de una gran conversación, en la que los que nos dedicamos a esto no paramos de sorprendernos, estoicos en la búsqueda de la clave para controlarlo todo, quimera de lo imposible, porque la gente cambia de opinión de una forma que da gusto.

Internet, cuenta la leyenda, recibe más dinero en publicidad que la tele. La tele se resiste. "Yo tengo un 28% de share", grita. No entienden algunos que la "caja tonta" ya no es la bola de cristal a la que todo el mundo le consulta pasado, presente y futuro. Es un objeto más, dentro de un conjunto de voces. Es una articulación de un cuerpo con muchas articulaciones, por donde fluye la información, al fin, democráticamente distribuida, con sus cánceres (véase contenidos poco apropiados, exhibiciones xenófobas y pedófilas). Pero, en general, el cuerpo lo alcanza casi todo. Por Internet, por la pantalla grande, por la radio, por la escritura, por miles de herramientas, incluida la televisión.

Hasta el brazo Internet, cada vez más grande, tiene sus puntos flacos. Es torpe. Tiene problemas de ceguera cuando usa banners; se difumina y se disipa a la velocidad de la luz. Pero, moraleja, todo este caos obliga a ser creativos, a intentarlo. Obliga a estamparse contra la pared con tal de hacer las cosas bien, mejor. Hoy, todos estamos pendientes de un juicio mucho más grande y solemne. No tenemos excusas, porque nuestro público sí que dice lo que piensa y es vulgar, grotesco, alegre, inteligente y estúpido a la vez. Es exactamente como todos nosotros. Creadores, expertos en mercadotecnia, autores, vendedores de humo. Honestos y deshonestos. Ésta es la gran moraleja que se extrapola de aquella leyenda que dice que un día en Internet se invertía más en publicidad que en la tele.