lunes, 31 de agosto de 2009

No te rindas (XX)

“Hola”
No hay respuesta. Mejor. Directo a la habitación, entonces.
Zapatos fuera, sentado en la cama. Una sombra. Una voz.
“No puedo más, Alberto”
Ese rostro, tan bello, pero ahora marcado por dos líneas mojadas de lágrimas.
“Alberto, ¿no tienes nada que decir? Esto es normal, ¿no?”
El cordón ha quedado metido dentro del zapato. La boca semi abierta, para una semi sonrisa de falsa indignación.
“Alberto… ¡Contesta, coño! ¡Contesta!”
Un sonido gutural, una palabra sin cumplir.
“Qué…”
“Que por qué no me hablas, por qué no me dejas de una vez…”
El cordón sigue allí, metido en el zapato. La puerta del armario está entornada. El tenue color de las paredes. Los ojos que se tambalean de un lugar a otro de la habitación, pero nunca se paran donde tienen que pararse.
“¿Qué quieres, Julia?”
“Oír tu voz, Alberto. Escucharte hablar”
“No entiendo… Yo…”
Falta de aire. Acorralado, sin ninguna intención de resistir.
“No entiendes… Tú lo único que entiendes es la distancia de los que te rodean. Tienes un hijo de dieciséis años y te importa una mierda. Tienes una mujer acojonada, a la que le dijeron que tenía cáncer, y te lo pasaste por el forro. Tienes hasta suerte…”
Risa de nervios, de dolor intenso, de lágrimas incontroladas, aunque la voz se mantiene firme.
“Es que encima tienes suerte. Todo ha sido un susto y tú, hala, a seguir como siempre. Pero tú ni te has dignado en estar allí, conmigo, cuando el médico me ha dado la noticia. ¿Dónde estabas?”
“Contigo…”
“¿Conmigo? Tú llamas esperar fuera estar conmigo… ¡Qué huevos tienes, Alberto! ¡Vaya par de huevos!”
Estridente. Oírla hablar de forma tan vulgar. Como el cordón en el zapato. Estridente.


XX. Alberto y la verdad
“Eres feliz? Qué quieres ser de mayor? Te apuntas al concierto?” Tres preguntas para Alberto. A la primera, hubiera contestado que no de todas formas, independientemente de la rabia desenfrenada de Julia. Alberto nunca ha creído en la felicidad, es algo superfluo. Estás bien, estás mal, y depende todo del momento. Ahora toca estar mal. Julia ha decidido que es el momento de estar mal.

Alberto no llega a comprender las razones de aquellas palabras. ¿Por qué Julia se ha empeñado en que ambos deban estar mal? ¿Cuál es el sentido de sacar la mierda? Alberto, claro, lo sabe que su matrimonio no es aquel idilio que la gente se espera. Pero Alberto acepta a Julia, con sus cosas, sus defectos, sin rechistar. ¿No es eso el amor, el cariño? ¿A qué viene ponerlo en duda ahora? ¿No hubiera sido mejor, entonces, no casarse? Porque Alberto no puede imaginar que Julia fuera tan ingenua de pensar que la fase de enamoramiento durase toda una vida. Del enamoramiento, uno pasa a la fase del respeto, de la aceptación moral del esposo o la esposa como parte integrante de un núcleo familiar.

De mayor, Alberto quiere ser como es ahora. Ya es mayor. La juventud es algo que se fue, hace muchos años. Alberto estudió, se preparó, trabajó duro y hoy está donde está. Él tenía que lograr un futuro y ese futuro es su presente. Eso es ser mayores.

El concierto es el viernes a las diez y media de la noche en una sala de la que no ha oído hablar en su vida, Alberto. El concierto tiene que ser lo que Jorge considera la felicidad. O lo que le acerca a ella. Laura es otra parte de esa felicidad, o, por lo menos, lo era. Porque ahora ya no están en una relación. Ahora “es complicado”. Pero, en su Facebook, en MySpace, en su música mal grabada, Jorge parece ser feliz. Alberto podría ir, a lo mejor, y descubrir si, fuera de las redes sociales, su hijo es realmente feliz. En casa, sería imposible. En casa, Jorge no existe.

Para Alberto, esa falta de existencia es un concepto que le presenta un problema. Porque, cuando Julia dio a luz, Jorge sí que existía. Era tangible. Lloraba, respiraba, se movía a malas penas, pero no parecía feliz. Parecía buscar su sitio entre extraños. Hoy, no. Hoy Jorge es prácticamente un adulto. Su cara puede expresar emociones. Su voz puede comunicar un estado mental, una situación, plantear un objetivo. Pero Alberto no logra recordar una mueca, una queja, un simple planteamiento. Jorge, aunque ya haya crecido y tenga su historia, no existe.

Alberto toma nota de la dirección de la sala en la que tocará su hijo. Responde al mensaje de Laura: “quién eres? te hace feliz Jorge? quién es jorge?” Alberto decide apuntar la dirección en su iPhone. El iPhone no está.

Alberto se ha dejado el iPhone en casa, seguramente. Una extraña sensación invade a Alberto. El iPhone está, posiblemente, en su habitación, en la mesilla de noche. Abandonado y encendido. Alberto nota cómo su intimidad puede ser violada, de repente, y él no puede hacerle nada.

¿Qué hacer?, se pregunta Alberto. ¿Ir a casa a por el iPhone? ¿Esperar a volver por la noche? Luego, piensa que no tendría que pasar nada. Julia no está en casa. Julia está trabajando.

Julia está trabajando en su proyecto, del que tanto se siente orgullosa. Julia es arquitecta, recuerda Alberto, y su proyecto acaba de ganar el concurso del ayuntamiento. Julia tiene éxito y, aún así, Julia es infeliz. Julia es buena en lo que hace. ¡Por Dios! ¿Por qué es infeliz, Julia? ¿Por qué no puede limitarse a ser feliz? Pero si la felicidad no existe, recuerda Alberto. Entonces, “mejor me lo pones”. ¿Para qué buscar algo que no existe?

Jorge no existe, Julia no existe. No existía, por lo menos, hasta anoche. Alberto es el que no existe es él. Alberto no existe, simple y llanamente. No existe en su trabajo, en el que lleva la responsabilidad de un departamento virtual, porque él es un jefe virtual. No existe en su vida personal, ya que es incapaz de dirigirle una frase cumplida a Julia. No existe para su hijo. No sabía nada de su viaje a Londres; no sabía nada de su música, de su grupo. Laura parece ser el único nexo con la realidad, porque es su conexión a su propio hijo.

Alberto no tiene iPhone, se lo ha dejado involuntariamente en casa. En casa no hay nadie o, por lo menos, no debería de haber nadie. Alberto se da cuenta de que, aun estando él en casa, no habría nadie.

Outlook reclama la atención de Alberto. Un nuevo mensaje le espera en su bandeja de entrada de Facebook. Es Laura. “Soy Laura. Lo intenta. Tu hijo. Te espero en el concierto”.

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domingo, 30 de agosto de 2009

No te rindas (XIX)

“Todo ha salido bien, ¿no?”
Ya no hay que temer los remordimientos de conciencia.
“Eso parece…”
Mirar el cielo. Saber que sigue allí, el cielo. El marido, hace mucho que se fue.
“¿Tienes que tomar algún tratamiento? ¿Alguna precaución?”
Tomar pequeñas dosis de dolor, antes de envejecer al lado de un desconocido.
“¿Qué quieres hacer con tu vida, Alberto?”
Real.
“No entiendo”
Nunca lo haces.
“¿Qué persigues? ¿Cómo te ves dentro de veinte años?”
“Sigo sin entenderlo”
No es de extrañar.
“¿Por qué estás aquí?”
Nada de rodeos.
“¿De qué hablas, Julia?”
Habla de sí misma, de una viuda que pudo dejar viudo a su marido.
“Hablo de nosotros, Alberto. De nosotros. De cómo me abandonaste. Hablo del desplante de hoy, de los de ayer, de mi soledad a tu lado”
El enésimo silencio.
“Algún día tendrás que hablar, Alberto”


XIX. Alberto y los eventos
La máquina de café de la empresa es, como siempre, el tótem de un ritual matutino consolidado en cualquier lugar de trabajo. El corrillo se forma temprano, según va entrando la gente. Lo primero es un café y la cháchara correspondiente. Hasta Alberto se une todos los días, aunque él no se entretiene con las conversaciones de pasillo. Alberto se prepara su café, saluda educadamente, como mucho responde a un par de preguntas y se va a su despacho, donde bebe ese brebaje inmundo. ¿Por qué el café de esas máquinas dispensadoras es tan asqueroso?

Alberto comprueba que no se ha formado el clásico corrillo de gente. Sabe que es una mañana diferente. El que sí está es el responsable del canal de distribución. Tiene cara de pocos amigos. Porque hoy es el día.

Alberto fue involucrado directamente en la toma de decisiones de los despidos. Es el responsable financiero y es el que tiene que echar cuentas. Alberto no echa a la gente, pero puede proporcionar información útil sobre los costes de los despidos y, en base a ellos, cada jefe de departamento presenta unos candidatos, según el rendimiento y las funciones de cada empleado. Hoy se van siete personas. El responsable del canal no es uno de ellos, pero ventas perderá un elemento.

Para Alberto, los días de despido son como otro cualquiera. Total, le podría tocar a él como a otro cualquiera. Forma parte de la realidad de una corporación. En caso de pérdidas, pues hay gente que se va. Es ley de empresa.

Lo que no es ley de empresa, Alberto ya lo tiene claro, es que alguien comunique en Facebook su propio despido. Pero sí es ley de vida. Es imposible coartar la libertad de expresión. Es clamoroso que Alberto no pueda crear su grupo de Facebook, mientras el que ya es un ex de la empresa pueda escribir en su estado que “acabando de recoger mis cosas de la ofi, despedido y abandonado, todo por la crisis… o la ineptitud??”

¿Y si fuera cierto? Alberto se pregunta si es que, en todo este proceso de reestructuración, no destaca una falta total de previsión por parte de los que lideran la compañía. Pero Alberto es hombre números. Y éstos no coincidían. Demasiados gastos y menos beneficios suponen un reajuste. Pero lo que es imposible reajustar es la conversación continua de Facebook. Porque los amigos del despedido responden y crean una ola que está a punto de romper justo en toda la cara de la empresa. “joder, tío! Qué hijos de puta!”, “lo siento, tienes algo en perspectiva?”, “cabrones!!”, y un larguísimo etcétera. No se puede parar. No se puede frenar una caída en picado de la reputación de la compañía. A ver qué hace ahora el responsable de comunicación.

Alberto se ve, por un lado, casi enganchado a esa cadena de comentarios subidos de tono. Son el apoyo de la comunidad hacia esa persona en concreto. Pero, claro, él está en el otro bando, haga lo que haga, diga lo diga. Aún estándose quieto, Alberto es parte integrante de la conversación. Porque Alberto es la empresa, forma parte de ella. Si insultan la compañía, le insultan también a él.

Alberto tiene el valor de cometer el acto más cobarde. Decide, por primera vez, hacer algo que va en contra de lo que, en el fondo, ha estado persiguiendo desde que está en Facebook: la popularidad. Alberto decide averiguar cómo eliminar a su ex compañero de su lista de amigos.

Una cruz. Un simple símbolo, pero todo un icono que representa la exclusión: ése es el único gesto, el único clic. En un momento, ha pasado de treinta y dos amigos a treinta y uno. Alberto ha abandonado a su destino a un ex colega. La pregunta es: ¿se dará cuenta el ex colega de que Alberto le ha retirado la amistad? Tarde.

Facebook habla claro: un tres resalta en la pestaña de la Bandeja de entrada. Pero ahora lo que le intriga más a Alberto es que se acaba de abrir una ventanita, abajo a la derecha. “qué tal?”, parece un mensaje. Mensajería instantánea. Y es Laura. “ya tienes tus tres preguntas, vas a ir al concierto?”

Alberto, un poquito espeso, escribe “hola”, pero no aparece como enviado. De hecho, el cursor sigue parpadeando al lado de la letra a. Alberto medita. Alberto cree que dándole a la Intro el mensaje podría enviarse, instantáneamente. ¿Es ésa una oportunidad de recapacitar? Después de hacer despegar su primer mensaje, añade “¿qué concierto?”. “el de tu hijo, lo tiene publicado en su perfil”.


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sábado, 29 de agosto de 2009

No te rindas (XVIII)

“Gracias por acompañarme”
Hombre, es cuestión de responsabilidad.
“De nada, Julia”
“Si te quieres ir y no esperarme, no te preocupes. Cojo un taxi”
“¿Cuánto vas a tardar?”
Pregunta equivocada, pero, en el fondo posible.
“No lo sé, Alberto. Depende del oncólogo”
Como si no hubiera dolido. Por lo menos, hay que disimular para atenuar el dolor.
“Te espero”
“No hace falta”
“Julia, de verdad, no te preocupes”
Ni tú. No te preocupes…
“Gracias…”


XVIII. Alberto y los juegos
Alberto está esperando a que Julia termine en la consulta. Alberto ha sido amablemente invitado a pasar, pero él ha preferido dejar que Julia conozca sola los resultados, en la intimidad.

Alberto considera que si el médico le tiene que confirmar un cáncer de mama, es mejor que él no esté presente. Si quisiera llorar o reaccionar de alguna forma desencajada, Julia debe poder hacerlo en paz, sin el agobio de tener que parecer fuerte ante su marido.

Alberto espera, optimista. Sabe que, en el fondo, todo irá bien. El iPhone, de todas formas, es un buen compañero en los momentos de espera y aburrimiento. A través de iPhone, Alberto puede actualizar su estado de Facebook. “Ojalá salga todo bien”. Puede mostrar toda su preocupación. También puede contestar a la curiosa invitación de Laura. “¿Qué animal eres?”

El test, a modo de ver de Alberto, es una solemne chorrada. Pero Alberto lo completa y descubre que es un gato. ¿Un gato? Alberto no sabe muy bien por qué, pero le ha salido que es un gato. Alberto, además, manda un mensaje a Laura. “Divertido el test, soy un gato”. Laura, evidentemente conectada al ordenador, responde casi inmediatamente. “Lo sé, aparece en tu perfil”.

Las barreras se han deshecho ante los ojos de Alberto. “¿Tan mal van las cosas entre Jorge y tú?” “Es lo de siempre. Lo tomamos y lo dejamos cada dos por tres”. “Espero que todo se arregle”. “Yo también”. “¿Qué edad tienes?” “15, pero mi madre dice que parezco mayor. ¿Y tú?” Buena pregunta. “La verdad, bastante mayor. Tengo 45 años”.

A Laura le gustaría saber cómo era Jorge de niño. Alberto responde que como todos los niños. “Ya, pero era travieso, tranquilo… ¿Cómo era Jorge de niño?” ¿Niño? ¿Cuándo? ¿Con qué edad? Alberto recuerda con precisión cuando Julia y él le llevaron de urgencias al hospital porque tenía más de cuarenta grados de fiebre. Tenía tres años, Jorge. “Era muy tranquilo”.

“¿Quieres jugar?” Alberto no juega. “¿A qué?” “Te hago tres preguntas y me tienes que contestar. Tómate tu tiempo, pero eso sí, tienes que ser sincero”. “Y yo, ¿podré hacer lo mismo?” “Claro, ése es el juego”.

Julia sale de la consulta, visiblemente aliviada. Con los ojos húmedos, pero con un esbozo de sonrisa, se acerca a Alberto. No tiene cáncer. Todo ha sido un gran susto. Como el que se ha llevado Alberto, al tener que guardar rápidamente su iPhone.

Alberto y Julia se suben al coche otra vez. La paz vuelve a dominar, todo ha sido un susto. La vida continúa. El eje central de su matrimonio se mantiene firme, sólido: mujer, marido, padre y madre.


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viernes, 28 de agosto de 2009

No te rindas (XVII)

XVII. Alberto y las consecuencias
Alberto entra en el despacho del director general y se encuentra con éste y con el director de comunicación para España y Portugal. Alberto se huele que algo pasa y cree saber por qué.

Alberto admite, tras ser preguntado, que, efectivamente, ha creado el grupo de Facebook para el departamento financiero. El director de comunicación le explica que eso no se puede hacer. Facebook es comunicación externa y no interna. Para eso existe una Intranet que hay que aprovechar.

Alberto explica que no entiende por qué tanto rollo con la comunicación 2.0, si luego se ponen trabas. El director de comunicación explica que deben existir unas normas. Es importante establecer unos límites para que la información confidencial no salga de la organización. Las redes sociales conllevan riesgos que hay que minimizar.

Alberto alega, respaldado por los conocimientos adquiridos en tan poco tiempo, que los grupos pueden crearse con normas estrictas de privacidad. Nadie tiene que enterarse de lo que se cuece en su grupo, ni tener acceso a lo que allí se discute.

Alberto se queda de piedra cuando el director de comunicación le explica que Facebook sí se queda con esa información. Alberto, está claro, no leyó las condiciones que aceptó cuando se dio de alta en Facebook.

Facebook se queda con toda la información. Da igual que uno se dé de baja. Facebook la conserva y tiene derecho a utilizarla para sus fines promocionales y comerciales, sin más autorizaciones por parte de los usuarios. O sea, Facebook es malo…

Alberto cae en que, entonces, todo lo que él hace en Facebook deja un rastro, una huella permanente. Las implicaciones son enormes. Alguien puede conocer la historia de otra persona siguiendo ese rastro.

El director de comunicación le solicita oficialmente a Alberto que cierre el grupo y que le consulte cada vez que quiera llevar a cabo alguna actividad en las redes sociales, la cuales son competencia exclusiva del departamento de comunicación. Alberto accede, aunque, por fin, comprende que la comunicación está ya fuera de control: de la empresa, de los profesionales, de las personas en general. La comunicación, ahora, tiene vida propia.

En su despacho, Alberto envía un mail a todo su departamento: el grupo se ha cerrado, más explicaciones durante la reunión. Abre Facebook y procede a borrar el grupo, aún consciente de que el rastro quedará en algún lugar. Pero, ya que está en Facebook, descubre que el Jorge ha modificado la información de su perfil. Ahora, en vez de estar en una relación, “es complicado”. Laura, a su vez, está “soltera”.

Alberto aprende que las cosas, en Facebook, tienen consecuencias en la vida real. No obstante, decide contestar el mensaje privado de Laura, en el que se presenta como una amiga de su hijo y que, sí, entendió perfectamente el tono y el sentido de su comentario hacia Jorge. “Gracias, no te preocupes. Espero no haber hecho un daño irreparable en vuestra relación”. Las consecuencias valen para lo que valen y tienen fecha de caducidad.

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jueves, 27 de agosto de 2009

No te rindas (XVI)

“Julia, ¿Jorge está en casa?”
Curiosidad.
“Está trabajando y llegará sobre las diez. ¿O tampoco sabías que está trabajando?”
Saber, sí que sabe. Cómo, eso es otra historia.
“Sí, sí…”
La pregunta es inevitable.
“¿Pasa algo, Alberto?”
Nada. Mucho. Insoportable intromisión.
“No, qué va. Solamente quería saber si estaba en casa…”
¿Qué pasa aquí? Esto no puede seguir así.
“Alberto…”
Miedo.
“¿Sí?”
Silencio. Fracciones de segundo de silencio tan duro como la roca.
“Alberto… Así no se puede…”
¿Así cómo? Nada de trifulcas, por favor.
“¿A qué te refieres?”
“¿No lo ves?
“¿El qué?”
“Nada, eso…”


XVI. Alberto y las trifulcas
“eso eso! que vas a hacer??”, pregunta Martín en el muro de Jorge, como comentario al de Alberto.

“papá está mosqueado… qué habrás hecho”, añade Luis.

“me he perdido algo?”, pone el despistado de Antonio.

Alberto lee la lista interminable de reacciones a su comentario. A pesar del tono jocoso, Alberto percibe la negatividad que ha causado su simple e inocente pregunta. Pero le entra el pánico cuando observa que tiene un mensaje nuevo en su bandeja de entrada de Facebook. Acaba de descubrir la existencia de los mensajes privados.

Jorge arremete contra Alberto en su mensaje. Jorge define a su padre un irresponsable por preguntar algo tan trascendente como eso en su muro de Facebook. ¿Tan difícil es para Alberto preguntarle directamente, cara a cara, lo que tenga que preguntarle? ¿Tan duro es abrir la boca, de vez en cuando? ¿Por qué tiene que hacerle pasar vergüenza ante sus amigos, en un lugar público como Facebook? Jorge aceptó a Alberto como amigo, porque pensaba que para su padre era una novedad. Jorge pensaba que a su padre, la manía del Facebook se le pasaría como se le pasó por él, su hijo, al poco de nacer. “Realmente, ¿te interesa lo que yo hago?”, pregunta Jorge. Y, por favor, ni se le ocurra a Alberto contestar en el muro. Bastante daño ha hecho ya.

Alberto contesta: “lo siento. No volverá a ocurrir. Cantas muy bien, hijo”.

Alberto se siente culpable. Vuelve a mirar una y otra vez los comentarios del muro de Jorge. Sabe que ha creado una reacción en cadena y, ahora, no puede pararla. Lo ha intentado Jorge, por lo visto. “Mi padre es nuevo en esto de facebook, eso sí, en casa ni mu, pero aquí parece que se explaya”. Seguido por “jajajaja”, “aguanta! ya sabes como son los padres…”, etc.

Lo que a Alberto le sorprende es el comentario de Laura: “pues a mí me ha parecido muy buena pregunta, ¿qué quieres hacer con tu vida, Jorge?”

Jorge no ha contestado aún. Pero Laura ha hecho más. Ha pedido a Alberto que sea su amigo. Alberto está completamente bloqueado ante semejante propuesta. Alberto no conoce a Laura. Alberto se está metiendo en la vida de Jorge como no lo había hecho nunca. De hecho, nunca se había metido en la vida de su hijo.

Jorge sigue sin contestar. Alberto sigue sin aceptar a Laura como amiga. Uno de los dos debería dar el primer paso. Pero a Alberto le parece que a ambos les cuesta. Alberto siente soledad, ya que lo suyo es un supuesto, basado en el sencillo hecho de darle a F5, para refrescar página. Está interactuando con Jorge de una manera totalmente desconocida. La falta de reacción es, de por sí, un gesto, una acción. El teclado, la pantalla y la interfaz de Facebook se convierten en un nexo de comunicación demasiado grande para Alberto.

Alberto se da cuenta de que es una pelea a tres bandas, instigada, encima, por las reacciones de los demás. El último comentario de Laura está creando un revuelo en la comunidad de amigos de Jorge. Todo el mundo comenta, todo el mundo se divierte con esta extraña trifulca. Pero Alberto, Jorge y Laura ahora están callados. Parece que los tres están esperando que alguien dé el primer paso.

Jorge responde “no me jodas, laura”. Laura añade un “me gusta” al comentario de Alberto que lo empezó todo. Alberto acepta a Laura como amiga. El teléfono de Alberto llama. El director general le quiere en su despacho inmediatamente. Alberto cierra el navegador con un clic de ratón que deben haberlo oído hasta en Múnich.

Alberto sale de su despacho.

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miércoles, 26 de agosto de 2009

No te rindas (XV)

XV. Alberto y la participación
La empresa moderna requiere participación. Las decisiones, en la empresa, se toman en base a una cultura determinada que impulsa la actividad de abajo a arriba. Todo empieza desde abajo, porque todo el mundo es importante y todo el mundo tiene que aportar, da igual el puesto que ocupe. Alberto cree que la cultura en la empresa es una solemne gilipollez.

La organización de una empresa ya no es vertical. Funciona por un sistema de matriz en el que se crean las sinergias entre distintos empleados de distintos departamentos, con el fin de afrontar cada problema, cada situación, de forma específica pero dentro de la identidad de la empresa y a través de una cultura proactiva. Los cargos intermedios ya no lideran un departamento o un área específica, sino que se convierten en estimuladores de ideas a través de los grupos interdepartamentales. Todo el mundo conoce lo que hace el otro, todo el mundo participa en las decisiones. Alberto sabe que, si no ejerce un control directo, no van a ser las matrices que añadan eficacia al departamento financiero.

El concepto de candor, o el desafío constructivo a la leadership, es crucial y hay que estimularlo, para que el manager (o cargo intermedio) y el ejecutivo no se queden estancados en el proceso de renovación de la empresa. Si cualquiera dentro de la organización considera que algo está mal y, por supuesto, ha contemplado alternativas válidas, tiene el deber de desafiar el establishment para abrir un debate interno que sólo puede beneficiar a la empresa. Alberto tiene clarísimo que él es quien decide qué está bien y qué está mal en su departamento. Para eso le pagan, para tomar decisiones y asumir sus responsabilidades.

En este paradigma de participación colectiva, el cargo intermedio se convierte en coach – entrenador – y su obligación es fomentar la creatividad y el debate interno. No puede desaprovechar las ideas de sus subordinados, para no quedarse él obsoleto en la estructura. Alberto nunca ha recibido una sola idea de los miembros de su departamento. Alberto se pregunta por qué. Si tanto se fomenta el comportamiento proactivo, apoyado por la cúpula, por qué ningún subalterno le ha planteado nunca alguna mejora, algún proyecto, alguna consideración o sugerencia. ¿Por qué nadie participa en su departamento?

Alberto considera que ha llegado el momento de tener una reunión con su departamento. Es posible que Alberto nunca haya organizado una reunión con su departamento. Pero no es excusa. Él ha formado y moldeado a prácticamente cada uno de los miembros de su equipo.

Alberto comprueba el calendario de Outlook de todos sus subordinados. Crea una convocatoria y la envía con la opción “asistente necesario”, para enfatizar el concepto de obligatorio.

Outlook también le recuerda, por las negritas, que tiene siete mensajes de Facebook sin abrir. Alberto abre Facebook y se da cuenta de que el número de amigos ha crecido a veinticuatro. Tras una pequeña pesquisa, constata que su secretaria es la única de su departamento que no está entre sus amigos. “Buscar amigos” le permite comprobar que ella no tiene Facebook. Muy serio, Alberto le envía una invitación y, para remarcar que “tiene” que tener cuenta, le envía, además, un mail por el que le aconseja crearla. Prioridad corporativa, alega.

Outlook confirma que todo el mundo está aceptando estar en la reunión. Más les vale, opina Alberto. Mientras tanto, la secretaria de Alberto parece haber abierto una cuenta bastante pobre en información en Facebook, aceptando, al mismo tiempo, la solicitud de amistad de su jefe. Alberto le sugiere, anonadado por el dominio adquirido de las herramientas de Facebook en tan poco tiempo, que todos los miembros de su departamento sean sus amigos.

Alberto va un paso más allá. Envalentonado, crea su primer grupo. El grupo del departamento financiero de la empresa en Madrid. A lo mejor, si la experiencia tiene éxito, propondrá crear uno a nivel mundial. Todos los financieros de la compañía conectados a través de Facebook. Mejor todavía: no lo sugerirá, lo hará él mismo, directamente.

Alberto se fija en la actualización de estado de Jorge: “cansado después del concierto, y hoy toca currar”. Alberto se fija en la foto del perfil de Jorge. Sonríe, guitarra en mano. ¿Cuándo aprendió a tocar la guitarra? ¿Es la música una afición para Jorge? ¿Querrá ser músico profesional? “¿Qué quieres hacer con tu vida, Jorge?”, comenta Alberto en el muro de su hijo.

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martes, 25 de agosto de 2009

(Intermedio) Educación y formación

Siempre he tenido un interés especial por la formación. Especialmente en esta etapa de mi vida, en la que mi formación (formal) se acabó hace tiempo. Hoy, mi aprendizaje proviene, en gran parte, de los nuevos profesionales, los jóvenes que arrancan en cualquier industria o profesión.

Acabo de estar con un grupo de ellos y tengo que admitir que mi admiración es aún más fuerte. Los escucho hablar y me doy cuenta de que algo bueno está pasando. Tengo que admitir que soy una persona bastante crítica con los que empiezan (pero me llaman pitufo gruñon...), pero es porque me enfado al constatar, a veces, que un joven profesional (entre 25 y 30 años) se pueda acomodar o decida dejar de lado su creatividad. Y el grupo con el que me encontrado me ha callado la boca y me siento muy contento por ello.

Estoy firmemente convencido de que la formación, la educación, hoy debe ser una forma de compartir el conocimiento por parte de una generación que ya tuvo la oportunidad de cambiar las cosas con la generación que la va a sustituir. Es un aprendizaje que no puede tolerar ya el adoctrinamiento. El concepto de cátedra, en el año 2009, es algo inaceptable, por el sencillo hecho de que la cátedra la debe ocupar el alumno. Yo, profesor (no hablo de mí que no lo soy), te digo lo que he hecho, por qué lo he hecho y de qué manera. Ahora, tú, alumno, tienes que plasmar sobre mis conocimientos los tuyos, lo cuales se imponen. Porque es ahora cuando te puedes equivocar. O mejor, cuando el nuevo experimenta y, sin duda alguna, mejora lo existente.

El mundo, tal y como lo conocemos, ya cambiado de una forma tan radical que es imposible imponer el conocimiento. Éste se comparte y se modifica, porque se avanza. Es mi generación la que tiene que aprender, ahora, para no quedarse fuera de juego. Y el educador se convierte en un provocador y estimulador de ideas, de experimentos. Los supuestos sabios, los gurús, no tienen otro remedio que aceptar que el que viene, lo hará mejor. Por pura evolución. Restringir la capacidad de probar y arriesgar es un error tan grave y absolutamente imperdonable en la educación actual. Por eso mismo, hoy hablamos de edupunk. Porque ha empezado la era de aprender de verdad.

Además, siempre he considerado que el papel del educador es crucial, tanto que es una aberración que a los profesores y maestros se les pague menos que a los banqueros, a los financieros, a los grandes empresarios. El educador tiene que proteger el valor más importante de nuestra sociedad: las nuevas generaciones. Si se pudiera mejorar el sistema, en este sentido, fomentando la educación como el gran laboratorio de ideas para mañana, posiblemente nos ahorraríamos, en cierta medida, el proliferar de la xenofobia, de la intolerancia, de la violencia.

Por favor, a los de mi quinta, y a los que tienen algún que otro año más que yo, un consejo: escuchad lo que aportan estos jóvenes, a veces acojonados, otras demasiado lanzados. Es gratificante conocerles.

Puede que éste sea un post de viejo, pero no lo creo.

No te rindas (XIV)

Suspiro. Respiración fuerte, habitación oscura.
La mano. Por encima del calzoncillo. Pene erecto.
Un beso en la piel, a la altura del vientre.
El pelo largo que se desliza por la piel. Los labios húmedos en busca de más.
El calzoncillo se desliza hacia abajo, el glande descubierto.
Los labios lo alcanzan.
Otra mano, más firme, más robusta, alcanza la cabeza que ya mece sobre los genitales.
La mano frena, para en seco, firme, sin admitir discusiones.
“No estoy de humor, Julia”
Los labios ahora saben a agrio.
Los ojos miran hacia la persiana, completamente sellada.
Qué mal sabor de boca.


XIV. Alberto y los grupos
Alberto forma parte de dos grupos en su compañía. Se llaman Task Forces. El primero es un grupo compuesto por representantes de todas las oficinas de Europa y tiene como objetivo mejorar y optimizar el control de las cuentas. Se estudian flujos de trabajo, sistemas de gestión y procedimientos que agilicen el día a día de la compañía, con el fin último de lograr un mayor control sobre gastos, facturación, pagos y demás trámites económicos.

Alberto también forma parte de otra Task Force, esta vez exclusiva de la oficina de Madrid, por la que se analizan los procesos en las actividades de marketing. Este grupo lo forman un representante del departamento de marketing, otro del departamento de ventas y él, como representante del departamento financiero que, al fin y al cabo, es quien suelta el dinero en base a un presupuesto preestablecido.

En teoría, los grupos requieren un número determinado de reuniones periódicas para comprobar el andamiento de cada Task Force. En el caso del grupo internacional, esto se produce cuando concurren los company meetings. El grupo español, por otro lado, no se reúne casi nunca y lo poco que hace o consigue lo comunica a través del correo electrónico o de la Intranet, que aloja espacios reservados para dichos grupos.

Alberto considera el trabajo en grupo como algo necesario, pero que exige una coordinación jerarquizada, para que las cosas no estén fuera de control. Él asume la dirección del grupo español y se ha convertido en algo parecido a un “vicepresidente” del grupo internacional.

Alberto comprueba que los grupos tienen mucho éxito en Facebook. Representan una necesidad de pertenecer a algo, fiel reflejo de la vida real. La gente necesita pertenecer: a un partido político, a un equipo de fútbol, a un club de jubilados, lo que sea. De hecho, es la forma en la que la persona se identifica con sus semejantes. Alberto cree que el ser humano se tiene que proteger de la soledad a través de la pertenencia a un grupo.

Alberto siente curiosidad por los grupos a los que pueda pertenecer su hijo. Facebook le supone una excelente oportunidad para entender con quién se identifica Jorge. El perfil de Jorge le permite a Alberto hurgar en sus grupos, en las páginas que sigue. Mucha música identifica a Jorge con los demás. Jorge pertenece a muchos grupos, casi todos ellos relacionados con el tema.

Alberto descubre nombres de grupos, cantantes, géneros musicales que no había oído en su vida. Al parecer, Jorge y sus amigos – por ende, su grupo – atienden a muchos conciertos. Jorge ha estado en varios festivales, en todas partes de España y Portugal. Por eso, piensa Alberto, fines de semana en los que Jorge no ha dado señales de vida. Alberto tampoco está muy seguro de si es que, a lo mejor, Jorge estaba pero él no le vio. No. Supone, Alberto, que Jorge no estaba. Iba a sus conciertos.

Alberto no sabe nada de música, o muy poco; lo básico, vamos. Pero Jorge es, por lo visto, una eminencia. Muchos comentarios en su muro son peticiones. Sus amigos le piden información acerca de este grupo o de este otro cantante. Jorge contesta siempre. Con mucha pericia, además. Los amigos de Jorge le agradecen sus consejos e informaciones. Jorge tiene sus fuentes. Jorge sabe de lo que habla. Jorge colabora y corrige entradas en Wikipedia. Alberto ha oído hablar de Wikipedia, pero todo lo que ha oído son cosas malas. Uno no se puede fiar de una supuesta enciclopedia, si ésta la crea y la edita la gente de la calle. Las enciclopedias las crean los eruditos, los estudiosos. Así es. No la gente de la calle. En Internet, no existe la calle, se da cuenta Alberto.

Alberto pincha en el grupo creado por Jorge. Es el grupo del grupo de Jorge. Jorge es músico, compositor y líder de una banda musical. Jorge toca la guitarra. Alberto está convencido de no haber oído nunca una guitarra en casa. No es posible para Alberto que Jorge sea un músico, un guitarrista. Jorge no tiene guitarra. ¿O sí?

Alberto se sorprende de que el grupo de Facebook del grupo de Jorge tenga más de cuatrocientos miembros. Si Jorge tiene doscientos treintaisiete, perdón, hoy son ya doscientos cuarenta y dos, amigos, ¿cómo puede tener el grupo de su grupo más de cuatrocientos miembros? Jorge es, entonces, selectivo a la hora de agregar amigos en Facebook.

Alberto entra en la página de Facebook del grupo de Jorge. Alberto se sorprende aún más. Los fans del grupo de Jorge son más de setecientos. Alberto opta por hacerse fan de la página del grupo de Jorge. Y no es todo. La página proporciona otro enlace al que el grupo de Jorge da mucha importancia: MySpace. Allí es donde, supuestamente, es posible escuchar la música del grupo de Jorge.

Alberto no entiende muy bien de qué va MySpace. Es como un Facebook, pero más confuso. Y confuso le resulta también el look del espacio del grupo de Jorge.

Alberto se atreve a escuchar una canción del grupo de Jorge. No sabe si le gusta o no. Eso sí, mala no le parece. Alberto está horrorizado con la idea de tener que pasar por otra hoja de registro y hacerse miembro de MySpace, con tal de seguir el grupo de Jorge. Alberto cree que puede conformarse con Facebook. Total, siempre podrá entrar en MySpace como anónimo y escuchar las canciones del grupo de Jorge.

Jorge tiene una voz potente. Jorge tiene una voz preciosa.

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lunes, 24 de agosto de 2009

No te rindas (XIII)

XIII. Alberto y Microsoft Exchange
A Alberto le han configurado su cuenta de correo electrónico en el iPhone. La compañía dispone de una cuenta en Microsoft Exchange Server. Esto significa que Alberto puede acceder a su mail como si estuviera delante de su ordenador. Es como un Webmail, pero no es Webmail.

Alberto puede acceder a su cuenta de Outlook como si estuviera en Outlook. Puede ver sus carpetas y organizar sus correos electrónicos; puede acceder al calendario, convocar nuevas reuniones, comprobar quién acepta, quién no, quién realmente está disponible, quién se podría estar escaqueando.

Alberto aprecia el iPhone y aprecia Microsoft Exchange. Aprecia poder estar fuera de la oficina y todavía tener la posibilidad de interactuar con su entorno profesional como si estuviera en su despacho. Alberto casi nunca se levanta de su escritorio, a menos que no tenga una reunión.

Alberto casi nunca habla con los demás, a menos que no tenga que discutir temas clave, imposibles de manejar por correo electrónico.

Alberto considera que hoy en día, por email, puedes administrarlo casi todo. La necesidad de un contacto cara a cara disminuye según pasa el tiempo. El impacto visual con otra persona se hace necesario cuando hay que reforzar un concepto, amenazar, pedir explicaciones.

Afortunadamente, según quién se copie en los mails, se puede conseguir el mismo efecto o casi. Son extraordinarios los casos en los que Alberto tiene que reunirse con los demás. Como el otro día, para pedir explicaciones y soluciones por un trimestre pinchado.

Microsoft Exchange le permite a Alberto ver qué correos no se han leído todavía. Da igual que esté en su despacho o fuera. Alberto, en una reunión con un cliente al que hay que aprobarle una operación cuyo monto supera el millón de euros, se da cuenta de que tiene mensajes nuevos de Facebook. Alberto considera que no está en el lugar idóneo para leer la correspondencia de Facebook.

Alberto miente, se levanta de la reunión y pide disculpas. Esta llamada va a tener que cogerla. El cliente y el jefe de ventas, por supuesto, entienden que si Alberto se ha levantado es porque la llamada requiere una atención especial y específica que no se puede aplazar. Alberto no tiene ninguna llamada que atender. El iPhone está muy callado. El iPhone no vibra.

Alberto se sienta en el sofá de la recepción de la empresa cliente y abre sus correos electrónicos de Facebook. Uno, por encima de los demás, le llama profundamente la atención. Jorge “ha escrito en tu muro. Pincha aquí para contestar”. En el mail, Alberto lee que Jorge le pregunta “tu en fb?”. Tú, pronombre, lleva acento. ¿Lleva acento tú, pronombre, en Facebook? Alberto no lo sabe.

Alberto decide que lo suyo es contestar. “Ya ves, quién lo diría, con mi edad”. Qué frase más estúpida. ¿Cómo se mide la estupidez en Facebook? Después de haber contestado, Alberto decide echarle un ojo al perfil de Jorge. El muro de Jorge está repleto de comentarios a “Jorge y Alberto ahora son amigo”. “Es tu viejo?”, es la pregunta general. También Laura ha querido comentar. “Joder, que guay, tu padre en facebook! Enrollado, no? bsot!”

Alberto comprueba que, de todas las conversaciones, de todos los muro a muro, de todos los comentarios de su perfil, en el único en el que Jorge no ha interactuado es justamente el que anuncia al mundo que Alberto y Jorge, aparte de padre e hijo, son ahora amigos.

Alberto se acuerda de que está en una reunión porque la amable recepcionista le pregunta si quiere tomar algo. Ruborizado, Alberto declina la invitación, se levanta e introduce el iPhone en el bolsillo interior de su americana. Alberto vuelve a la reunión.

Alberto se disculpa otra vez. La llamada, de Múnich, era importante.


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domingo, 23 de agosto de 2009

No te rindas (XII)

“Jorge estuvo en Londres el año pasado”
Afirmación y no pregunta.
“Sí, ¿por qué?”
Sin saber muy bien de qué va.
“Pues que no lo sabía”
J’accuse…
“Que no lo sabías…”
Rendición antes de luchar.
“Cómo puedes decir que no lo sabías, Alberto”
“Pues porque me enteré hoy…”
Con ganas de pelea.
“Si le pagaste tú la matrícula de la academia”
“Y el viaje a Zanzíbar…”
Golpe de navaja.
“Pásame la cuenta y te pago mi mitad…”
Vete a la mierda.


XII. Alberto y los secretos en Internet
Si Alberto se ha enterado del viaje de Jorge a Londres, entonces en Internet no hay secretos. Es un tema a tener en cuenta. Alberto va a callarse las cosas que no quiere que el resto del mundo sepa.

Si Alberto ha podido descubrir que Jorge estuvo en Londres, ¿cuántas cosas más puede averiguar de él? ¿Qué pone en su perfil? A Jorge le gusta la música. Estuvo en el concierto de Franz Ferdinand y subió las fotos correspondientes. ¡Un vídeo! Jorge canta. Jorge bebe. ¿Que Jorge bebe?

Si Alberto se ha dado cuenta de que Jorge bebe también puede saber con quién bebe. En el vídeo, Jorge bebe con unos seis, siete amigos y amigas. Alberto no entiende muy bien el vídeo. Ahora parece que, detrás de esos píxeles, sale el supuesto grupo - ¿cómo era? Sí, en el álbum pone Franz Ferdinand - tocando lo que tiene que ser un exitazo, vista la reacción incontrolada del público. Qué mal se ve, por Dios. ¿Qué dice Jorge? “¡Te quiero! Baila, cielo” ¿A quién?

Si Alberto ha escuchado te quiero y Jorge no salía en cámara y, a su vez, pudo identificar una chica morena, más o menos de la misma edad que su hijo, esto significa que Jorge quiere a esa chica. Pero ¿a qué se refiere con que la quiere? Entonces, ¿es su pareja? El vídeo le proporciona la respuesta a todas sus preguntas. Ahora Jorge no controla la cámara. Pero sale en el vídeo besándose con la chica en cuestión. Por cierto, le está metiendo mano. Por cierto, le está tocando el culo.

Si Alberto sabe que Jorge que no es gay, ¿seguirá siendo su novia esta chica? Sin querer, Alberto pincha en el vídeo y se abre otra ventana. Alberto acaba de entrar en YouTube. “¿Tendré que darme de alta?”, se pregunta Alberto. Parece que no. En la descripción del vídeo, están los nombres de los que aparecen en el vídeo. En la lista, está el nombre de Laura. Con lo cual, Alberto supone que Laura es la chica decepcionada por no poder quedar a solas con Jorge hace un par de fines de semana. ¿Qué habrá pasado? ¿Seguirán siendo novios?

Si Alberto ha entrado en YouTube, tiene que poder salir de allí. Cierra la ventana y descubre, con cierto alivio, que Facebook sigue allí. Busca información en el perfil de Jorge y descubre que, actualmente, “está en una relación”. Puede significar que aún está con Laura. Vuelve a buscar el muro a muro entre Jorge y Laura y pincha en el perfil de Laura. Laura sólo comparte cierta información con los que no son sus amigos.

Si Alberto es amigo de Jorge, ¿por qué no podría serlo de su novia? Alberto no cree que debería agregar a Laura. Le entra un escalofrío. Siente que está a punto de quebrantar unos límites a los que nunca ha llegado.

Si Alberto lleva tres horas enganchado al Facebook, esto significa que no ha trabajado nada desde que llegó a la oficina. Alberto cree que debe ponerse las pilas. Alberto teme que todo el mundo sepa que estaba en Facebook. Alberto teme que todo el mundo sepa que, por primera vez, no ha dado ni palo en el trabajo.


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sábado, 22 de agosto de 2009

No te rindas (XI)

XI. Alberto y el éxito social
Alberto, en pocos días, ha conseguido doce amigos. Alberto, en la vida fuera de Facebook, no tiene doce amigos. De hecho, Alberto tiene un solo amigo, una sola persona que él considera como amigo. Los demás son conocidos. Cada vez menos conocidos.

Alberto descubre que Jorge tiene doscientos treinta y siete amigos. ¿Realmente Jorge tiene tantos amigos? Alberto, por primera vez, asocia las amistades con el éxito en las redes sociales. Por primera vez, se plantea si las amistades, en su conjunto y en general, son sinónimo de éxito. Pero él solo tiene un amigo, en la vida real. Pero Alberto tiene doce más en Facebook. ¿Significa que Alberto tiene trece amigos? ¿Significa que el jefe ventas es su amigo? Y, lo más intrigante, ¿significa que Jorge es su amigo?

Para Alberto, Jorge es su hijo. Nunca le ha considerado amigo. Alberto siempre ha pensado que la amistad y la paternidad son dos conceptos distantes. Un padre es un educador, un modelo a seguir, un guía cuyo fin es enseñarle el camino al hijo. Un amigo, no.

Alberto se pregunta por las implicaciones de ser amigo de Jorge. ¿Qué tiene que hacer Alberto? ¿Debería escribir algo en su muro, como para presentarse? ¡Pero si es su padre! Por qué debería presentarse. Además, todo lo que le tenga que decir, Alberto, se lo puede decir tranquilamente en casa, cara a cara. Pero Alberto y Jorge no hablan mucho. Realmente, no hablan casi nada. ¿Cuándo fue la última vez que Alberto y Jorge hablaron? ¿Y de qué hablaron?

Alberto empieza a pensar que más de doscientos amigos son una exageración. Él tiene doce. Ya. Claro. Pero ¿en cuánto tiempo? ¿En unos poquísimos días? ¿Cuánto tiempo lleva Jorge en Facebook? ¿Un año? ¿Dos años? Por esa regla de tres, en dos años, Alberto podría tener más de mil amigos. Mientras que Jorge, al ritmo que va, no alcanzaría los seiscientos. Entonces ¿quién tiene más éxito?

Alberto empieza a dudar del éxito y de las amistades en las redes sociales. Pero, claro, más de mil amigos… Está claro que, por cierto, mantener una amistad con tanta gente es algo imposible. Alberto debe organizarse para lograr mantener un contacto estable con ocho subordinados u otra docena de compañeros, entre España y Alemania. ¿Cómo lograría organizar una macro conversación con doscientas personas, por ejemplo, en Facebook? Imposible. Pero Alberto acaba de aceptar la solicitud de amistad del director financiero del Reino Unido. Son ya trece amigos en Facebook más uno en la vida real. O sea, catorce amigos. Nada mal para un pardillo de las redes sociales.


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viernes, 21 de agosto de 2009

No te rindas (X)

“¡Nos han dado el proyecto!”
Alegría. Tono de alegría.
Silencio.
“Alberto, ¡que nos han dado el proyecto!”
Alegría perpleja, a punto de estrangularse.
“Sí”
¿Afirmación? No tiene sentido. O sí: indiferencia.
“Lo lideraba yo…”
Toma de posición. Dignidad. Importancia. Necesidad de compartir.
“Enhorabuena, Julia”
Cansancio. Tono de cansancio. Cansancio ¿de qué?
“Pues en el ayuntamiento me han felicitado reiteradas veces…”
Orgullo. O, más bien, un intento de obviar la humillación por falta absoluta de interés.
“Enhorabuena, de verdad, Julia”
“¡Vete a la mierda!”
Espontáneo, fruto del orgullo del ser humano.
“¿Perdón?”
“Nada, gracias. Me voy a la cama…”


X. Alberto y los viajes
Hay viajes de distintos tipos y Alberto lo sabe. Están los viajes de ocio, se conocen como vacaciones. Alberto cree que el último viaje de ocio fue el que hizo con Julia el año pasado.

Alberto y Julia fueron a Zanzíbar. A Alberto no le gustó Zanzíbar; le pareció un falso paraíso. Por narices, debes sentirte obligatoriamente romántico en ese tipo de destino, que, por cierto, ya se ha convertido en todo un estereotipo.

Hay viajes de trabajo. Alberto también los conoce a fondo. Suele aprovecharlos muy bien, Alberto, esos viajes. Son una buena manera de ponerse al día con todo el papeleo pendiente: en el avión, en el hotel, entre reunión y reunión. Los viajes de trabajo también le permiten a Alberto desconectar de los mundanos problemas familiares. Alberto lo siente así. No tiene que dar explicaciones.

Luego hay viajes que no son ni de trabajo ni de ocio. Como el viaje que tuvo que comerse el año pasado, cuando a su padre le dio el infarto. Setecientos quilómetros para volver a ver tíos, primos y demás parientes con los que no tiene ningún tipo de relación a lo largo del año. Porque si hay unos viajes que Alberto no emprende son los de las fiestas familiares. Alberto no viaja en Navidades para estar con sus familiares. Le parece una visita inoportuna, como inoportunas son las felicitaciones. Es una teoría que Alberto quiso aclararle desde el primer momento a Julia. Si Alberto no viaja a ver a su familia, tampoco va a hacer una excepción con la de Julia. Ni las familias de Julia y Alberto son las bienvenidas a Madrid. Los viajes familiares cada uno se los gestiona como quiere y a solas.

En Facebook, todo el mundo habla de sus viajes. Quien ha estado en algún lugar, más o menos exótico, casi siempre bastante vulgar, expone su experiencia, sus fotos, sus sensaciones en su perfil. El jefe de ventas en el Mar Rojo, el director general en Brasil (sin mujer, por cierto, o, por lo menos, no sale en ninguna foto), una de las recepcionistas en el Bierzo con sus sobrinos, y su hijo, Jorge, en Londres.

Jorge ha viajado a Londres. ¿Cuándo? Alberto no sabía que Jorge hubiese estado en Inglaterra. Mira las fechas y descubre que fue el verano pasado, coincidiendo con su viaje a Zanzíbar. ¿Cuánto tiempo estuvo? ¿Por qué estuvo? ¿Por qué Julia no le dijo nada?

Por cierto, Jorge es amigo de su padre. Eso dice Facebook, pero entonces, si tan amigos son, ¿Alberto no sabía nada del viaje de Jorge a Londres?

El viaje de Jorge a Londres se convierte en motivo de investigación para Alberto. El álbum de fotos del viaje a Londres de Jorge está repleto de imágenes en las que Jorge aparece con gente, coetáneos, y está casi siempre sonriendo. George, Alfonso, Ruth, Corrado, Javier, Patri, Silvia, Carmen, Isa, Isra, Antonio, Jimbo, etc. Cuántas chicas, ¿no?

El álbum de fotos se llama Londres 2008. Una foto está etiquetada con “En la Torre”, “De fiesta por Leicester Square”, “La academia”… Jorge estuvo en una academia. Alberto supone que Jorge fue, por lo menos, a aprender inglés. Pero ¿por qué él no sabía nada?

¿Cuál será el siguiente viaje de Jorge? Puede que Facebook ayude a Alberto a estar informado. Busca en el perfil de Jorge, pero no sale nada que pueda aclararle las ideas al respecto. Pero descubre un mensaje cuanto menos peculiar. Bajo el estado “quedada el viernes en 2 de mayo”, un comentario causa en Alberto cierta curiosidad. Laura comenta que “me dijiste que quedaríamos tú y yo solos”. Jorge, claramente en dificultad, contesta que “es el último finde que me queda sin currar”, y Laura contesta, sintética, “por eso”.

No hay viaje, según Alberto, pero hay trabajo. ¿Dónde trabajará Jorge? La conversación muro a muro es ya bastante antigua.


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jueves, 20 de agosto de 2009

No te rindas (IX)

IX. Alberto y Jorge 2.0
Una hora. Jorge aún no le ha aceptado como amigo. Alberto supone que no estará delante del ordenador. Estará fuera.

Una hora y doce minutos. Alberto se da cuenta de que lleva casi dos horas enganchado al Facebook. Es hora de sacar un resumen de la reunión. Por cierto, quedan tres cuartos de hora antes de la supuesta quedada en Los 20 pintxos, a la que aún no ha decidido si asistir. ¡Sí que lo ha hecho! En Facebook ha confirmado su asistencia.

Una hora y diecisiete minutos. Alberto echa de menos un café. Se quiere despejar antes de seguir analizando datos. Le pide a la secretaria su café negro sin azúcar. Los datos de ventas fallan en algo y no sabe el qué. Eso sí, los de marketing no se han gastado ni un euro más de lo previsto hasta la fecha. El cambio de responsable surtió su efecto.

Una hora y veintiocho minutos. Alberto comprueba que le han llegado otros tres mails de Facebook. Ninguno de ellos es la confirmación de que su hijo le ha aceptado como amigo. El margen bruto sobre ventas está por debajo del 45%. Las cosas no pintan muy bien para el tercer trimestre.

Una hora y treintaisiete minutos. Quedan veinte minutos para la quedada en Los 20 pintxos. Es más, queda por calcular en qué porcentaje real se está pinchando el trimestre. Jorge no da señales de vida.

Una hora y cuarenta y tres minutos. Alberto decide desconectar un poco y, por qué no, abre Facebook. En el buscador, introduce el nombre de su hijo. Pincha en él y descubre que no están en la misma red. Jorge está en Spain. “¿Y yo dónde cojones estoy?”, piensa alterado Alberto. Busca en su perfil si puede cambiar de red. No sabe dónde. Esto de la configuración es una mierda, cree Alberto, ya que no se encuentra nada a la primera.

Una hora y cincuenta y tres minutos. Por fin, Alberto encuentra que está dado de alta en la red de Alemania. ¿Alemania? Alberto entiende que, al estar conectado al servidor alemán por VPN cuando se dio de alta, Facebook pensó que estaría allí viviendo. “No”, le contesta Alberto a Facebook. No es tarde para cambiar de red. En un par de minutos, lo consigue.

Una hora y cincuenta y siete minutos. Por fin, va a poder ver el perfil de usuario de su hijo. ¡Mierda! La quedada. Que les den. No. Si ha dicho que quedaría pues tiene que ir.

Dos horas. Al cerrar el Outlook, Alberto se da cuenta de que Jorge ha aceptado su solicitud de amistad. Tarde. El ordenador también se está apagando.


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miércoles, 19 de agosto de 2009

No te rindas (VIII)

“Tu padre debería dejarlo”
¿El qué?
“¿El qué?
“El tabaco”
A qué viene eso…
“¿A qué viene eso?”
“El otro día hablé con tu madre”
¿Por qué?
“¿Qué te dijo?”
“Que tu padre tiene que dejar de fumar, que tiene la tensión alta”
Y a ti qué te importa...
“Si fuma tres pitillos al día”
“Fuma más. Tu madre me ha dicho…”
¿Por qué hablas con mi madre? ¿Por qué mi madre habla contigo?
“… que fuma casi una cajetilla diaria”
Esto es absurdo.
“Vale, hablaré con él”
“Eso, que tu madre está muy preocupada después del infarto”
El infarto… ¿Cuándo fue eso? El verano pasado.
“No te preocupes, hablaré con él”
“Tu madre te lo agradecerá”
Tú qué sabrás.


VIII. Alberto y las sugerencias
Facebook le envía mensajes a Alberto por correo electrónico. Alberto los mira. No se puede creer que tenga tanta actividad social en tan poco tiempo.

Facebook le dice que alguien ha comentado su estado, que “qué tal la reunión”. Alberto se escandaliza por tan poca discreción en lo que se refiere al trabajo. Pero Alberto también tiene que reconocer que fue él quien instigo la conversación virtual, al comentar que tenía una reunión.

Facebook, además, le explica que a otra compañera le gusta su estado. Y que dos ingenieros le dan la bienvenida “al mundo de las redes sociales, jefe!!!”. Pero a Alberto le molesta que el jefe de ventas le diga que tenga “cuidado, que esto del fb engancha!”

Facebook le dice que ha sido invitado a un evento. Se trata de una quedada “entre los del curro, a las 7 en el bar Los 20 pintxos”. Alberto se encuentra ante un auténtico dilema. Sí, asistirá. Es posible. No, no podrá asistir. Alberto no sabe. Confirma. ¿Tendrá que ir?

Facebook le propone sugerencias. ¿Quiere ser fan de Asturias? Tres de sus amigos lo son. Alberto no tiene nada en contra de Asturias pero allí no se le ha perdido nada. Es fan.

Facebook le invita a formar parte del grupo “los curritos” de su empresa. Él no es un “currito”. Acepta.

Facebook le sugiere ser amigo del director general. Él no es amigo del director general. Alberto no sabe si agregar a sus amigos o no. Si no lo hace, ¿el director general se dará cuenta de que ha omitido esa sencilla acción? Alberto siente una extraña presión social sobre él. Agrega. ¡No! En horario de trabajo, no. Qué error. No pasan ni quince segundos y descubre en su perfil que el director general ha aceptado su solicitud. De hecho, le escribe en su muro que se alegra de ver que, por fin, “has dejado de lado tu escepticismo!” El director general nunca le tutea ni él tutea al director general.

Facebook le recuerda que lo suyo es que complete su perfil subiendo alguna foto. No solamente Facebook se lo recuerda, sino que también otros tres compañeros. Alberto no tiene fotos. Pero Alberto se acuerda de que tiene iPhone. El iPhone tiene cámara. O sea, que la cámara sirve para que uno se haga fotos, las pase al ordenador y, del ordenador, las suba al Facebook. Alberto se hace una foto. Extiende el brazo y supone que, más o menos, debería haberse enfocado. Le da la vuelta al iPhone y comprueba que, efectivamente, ha salido una foto muy digna. Será su foto de perfil. Ahora, toca subirla. Habrá que encender el bluetooth, en el ordenador y el teléfono, asociar los dispositivos y enviar la foto del iPhone a la carpeta de Mis imágenes.

Facebook también existe en el iPhone. Internet, un icono así de grande en la pantalla. O sea, que el iPhone le permite a Alberto subir la foto directamente desde el teléfono. Alberto prueba. Configura su cuenta y sube la foto. Refresca su perfil en el ordenador. ¡Bingo! Su foto ha sido publicada correctamente.

Facebook le sugiere más amigos. Pero, esta vez, no son compañeros de trabajo. Le sugiere una persona que es amiga de un amigo suyo, el jefe de ventas. Alberto por educación le agrega. Aparece la mujer del director general. La conoce porque suele ir a la copa de Navidad de la empresa. También la agrega.

Facebook le sugiere a su primo Roberto. Alberto le agrega pero es distraído por un mensaje en su muro. Resulta que el amigo del jefe de ventas le pregunta “perdona, te he agregado, pero te conozco?” Alberto se sonroja. Tiene que disculparse y pide “perdón, pero es que tu nombre me salía en las sugerencias y pinché en agregar”. Alberto siente vergüenza. Aprende que no hay que agregar a todo el que Facebook le sugiere. En un instante, recibe otro mensaje del desconocido que le explica que “no te preocupes! Nos ha pasado a todos. Bueno, ya hablaremos!”

Facebook le invita a hacerse amigo de… Jorge. ¡Su hijo! Qué interesante. Alberto le agrega. Ahora sabe qué es lo que hace cuando se encierra en su habitación.


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martes, 18 de agosto de 2009

No te rindas (VII)

VII. Alberto y la amistad virtual
La reunión ha sido convocada por Alberto. Decide que tendrá que preparar un PowerPoint en el que explicar el porqué de su celebración. Los datos no son buenos en esto, aquello y eso otro.

La reunión podría cambiar muchas cosas para el resto del año porque Alberto tendrá que hablar con sus jefes en Alemania y activar una especie de Plan B, con el fin de adaptar los procesos internos de la empresa en España al andamiento de las ventas.

En la reunión, Alberto pedirá explicaciones a todos, para saber cómo cada departamento está enfrentándose a la situación. Alberto está convencido de que hace falta y hace falta ahora.

Para la reunión, Alberto va a enviar una convocatoria por correo electrónico para que nadie se olvide de todo lo que tiene que llevar: informes, documentos, plan a corto plazo. Abre el Outlook y se da cuenta de que tiene como unos veinte correos electrónicos sin leer. Todos ellos ponen “Facebook”.

La reunión es en media hora pero Alberto quiere ver qué es eso que Facebook le lanza una tormenta de mails, así, sin más. Es una clara violación de su intimidad. Va darse de baja en cuanto lea el contenido del primero.

Alberto lee que el jefe de ventas le ha aceptado como amigo. En los siguientes, como Alberto es nuevo, le sugiere una serie de posibles amigos, todos ellos compañeros de trabajo. Alberto pincha en uno de los links y accede a su Facebook. “¿Qué hago ahora?”

Sobrecogido por tanta información, decide aceptar todas las sugerencias y empieza a invitar amigos. Además, se da cuenta de que, en su página de inicio, tiene otras tres solicitudes de amistad. Otros tantos compañeros. Aceptar. Aceptar. Aceptar.

Luego, Alberto decide entrar en el perfil del jefe de ventas. No se lo puede creer. ¿Que le gustan los U2? ¿Su película favorita es La jungla de Cristal? Vacaciones en el Mar Rojo. El jefe de ventas en bañador, con su mujer. Sus hijos. Una galleta de la fortuna dice que “no tendrá que tenerle miedo a las nuevas amistades”. El jefe de ventas está pensando que “los lunes son un coñazo”, una de las ejecutivas de marketing opina, a su vez que “jijijji, a mí me lo vas a contar…” y que su directo subalterno, el responsable del canal cree que “pues no me hagas venir entonces!!!”.

Alberto descubre “el muro”. “¿En qué estás pensando?” “Que tengo una reunión”, escribe a bote pronto, cuando le llaman al teléfono. Es su secretaria. Todo el mundo le está esperando en la reunión y él llega tarde.

Alberto cierra inmediatamente el navegador y se levanta, de prisa, para unirse a una reunión que él mismo ha convocado y a la que está llegando con casi diez minutos de retraso.

Alberto no puede dejar de pensar que en su estado pone la hora en la que ha introducido el comentario. ¿El jefe de ventas sabrá que estaba en Facebook cuando hubiera tenido que estar en la sala de juntas? No. Imposible.

La reunión ya ha empezado sin Alberto. Nada más abrir la puerta, Alberto mira hacia el jefe ventas quien, con sonrisa de pillo, le dice que, efectivamente, tiene una reunión. Alberto se da cuenta de que ha ido con su portátil; todo el mundo lo ha hecho. Claro. Le han cazado. “Me voy a dar de baja”, piensa.


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lunes, 17 de agosto de 2009

No terindas (VI)

“¿Qué es Facebook?”
Primera pregunta directa en años.
“Julia, ¿qué es Facebook?”
No estar preparados.
“Sí, Alberto… Facebook”
Emoción. Aunque tan sólo se trate de una chorrada.
“No lo sabes…”
Con intención de hacer daño.
“Sí, sí… Es una red social. ¿Por qué?”
¿Conversación?
“Por nada. En el trabajo, la gente no habla de otra cosa”
Escuchar y saborear cada una de esas palabras, más allá de su sentido como frase.
“Y ¿qué es exactamente una red social?”
Dos preguntas en un día. Dos frases completas.
“Una red social es un sitio en Internet en el que la gente comparte sus cosas con sus amigos, sus fotos, sus gustos. Hasta qued…”
“Vale, lo entiendo. Gracias, Julia”
Marcha atrás.


VI. Alberto y el Facebook
Alberto tiene un tobillo hinchado. Es un esguince, fruto de una mala caída el domingo cuando iba a correr. Le limita mucho la movilidad, así que permanece prácticamente todo el día en su despacho. Es una buena ocasión para pedir informes y leerlos tranquilamente. Llama a Isabel, su secretaria, y le pide que solicite al departamento de ventas un adelanto sobre las previsiones de ventas y los márgenes que se han logrado hasta el momento.

Alberto recibe el correo electrónico del jefe de ventas y constata, con cierto estupor, que éste ha cambiado su firma. Incluye en ella su Twitter y su Facebook. Empujado por la curiosidad, pincha en ambos links.

Alberto entra en Twitter y no se entera de nada. Ve una lista enorme de mensajes relativamente cortos. Lo que parecen nombres de usuario con una arroba por delante, un RT alguien y el mismo mensaje escrito por otro. Following y Follow. En fin, una serie de cosas que, más que atraerle, le asustan de inmediato. Cierra ventana. Mejor dedicarse a los informes.

Alberto trabaja con celeridad. Coteja cifras. Mira pipelines, gross margin, estadísticas de ventas ya cerradas. El año no está siendo bueno. No es pésimo, pero la compañía no está alcanzando sus objetivos. Estas cifras hay que evaluarlas muy detalladamente, porque podría significar una reducción en el presupuesto de marketing, en los gastos generales de la oficina y, a lo mejor, algún despido.

Alberto piensa entrar en la Intranet y organizar una reunión con los jefes de departamento y con el director general. Hay que evaluar riesgos y, sobre todo, hay ver si es que no hay otros datos que, a lo mejor, el no tiene.

Alberto vuelve a su navegador y descubre que la pestaña de Facebook permaneció abierta. Es lo que parece un perfil del jefe de ventas, pero la información es incompleta. La página le pide que, para poder ver el perfil completo, se dé de alta y le añada como amigo. Eso sí, hay un par de fotos de lo que parecen algunos de los amigos de su compañero. Caras sonrientes, rozando el ridículo.

La curiosidad es mucha para Alberto. El no se definiría como un cotilla, pero descubre que, a lo mejor, puede descubrir la vida del que es simplemente un compañero. Se registra. Añade información sobre sí mismo, eso sí, estrictamente seria y profesional y omite el paso de añadir una foto a su perfil. Esto es muy peligroso, piensa.

Alberto invita al jefe de ventas a ser su “primer” amigo. No pasa nada. No hay respuesta. Cierra el navegador. Ha tenido demasiada distracción de su trabajo. Se vuelve a sumergir en sus informes.


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viernes, 14 de agosto de 2009

No te rindas (V)

V. Alberto y la reputación
Alberto no puede que amoldarse. Pero descubre enseguida que al departamento financiero lo de las redes sociales tampoco es que les afecte mucho. La verdad, lo único a los que les obligan es actualizar su parte de blog interno, para mantener informados a los demás de lo que hace un departamento financiero.

Alberto tiene a ocho personas a su cargo. Por rotación, las ocho pueden encargarse de escribir la paja que les piden. De esta forma, pueden comulgar con los demás y sentirse todos mucho más compañeros.

A Alberto hasta le parece interesante el experimento. “Mira tú por dónde…”, piensa, “podemos explicarle al resto de compañeros por qué somos tan importantes en la empresa”. Se les puede contar qué hacen y cómo.

Alberto decide escribir el primer artículo. Pero se enfrenta al primer obstáculo. Porque, en vez de un artículo, le han dicho que escriba un post… Tarda en entender que es lo mismo. Pues escribe el dichoso post.

Alberto, en su labor didáctica, pormenoriza los detalles del día a día del departamento financiero. Se esmera con tal de que no quede nada fuera. Todo es importante y la gente no lo sabe. Publica.

Alberto no se da cuenta de que la gente hace comentarios por escrito hasta que un subalterno le dice que “estaría bien responder”. ¿Responder el qué? Se pregunta Alberto. A los comentarios, por supuesto.

Los comentarios al post de Alberto no son nada buenos. Le consideran un pesado. Demasiada información para un blog. Alberto no entiende que colegas de menor rango en la jerarquía se puedan permitir el lujo de opinar tan libremente sobre el escrito de un superior. Vale, no directo, pero es siempre un ejecutivo.

Alberto habla con el responsable de comunicación de la oficina española que le explica que, en la red 2.0, no se puede censurar. Por eso, la compañía ha creado un departamento, dentro de comunicación, que se encarga de vigilar y proteger la reputación de la marca. Y eso se aplica también de forma interna. Vamos, un supositorio, piensa Alberto. Pero el responsable de comunicación le da algunos consejos sobre cómo escribir un post (sin tanto detalle, please), y que necesitará vigilar por la reputación de su departamento, respondiendo a las críticas de la mejor forma posible. Esto significa que, si los comentarios tienen razón, pues deberá estudiar formas de mejorar el flujo de trabajo del departamento y hacer públicas dichas mejoras, y, por otro lado, si las críticas fueran injustas, deberá explicar por qué con argumentos.

Alberto se pregunta cómo la reputación de su departamento va a ayudarle a hacer su trabajo. Al no encontrar respuesta, decide que el marrón, está claro, deberá recaer sobre sus subalternos.


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jueves, 13 de agosto de 2009

No te rindas (IV)

“¿Cuándo coges vacaciones?”
La pregunta, inesperada.
“¿Perdona?”
Suena a interferencia.
“Podríamos irnos a Francia”
“¿Cuándo las coges tú?”
Empieza la operación…
“¿Yo? En julio”
“Pues yo no puedo hasta agosto”
… la gran retirada.
“Ah… Supongo que no podrás…”
“¿Adelantarlas?”
Ya fuera del cerco.
“No puedo, tenemos que cerrar el trimestre”
“Y ¿si cambio las mías?”
Es evidente. Es una maniobra desesperada.
“¿Puedes?”
Acorralada.
“No, es verdad. En agosto, empezamos la obra…”
Rendición…
“Me gusta Francia…”
Sueños.
“Ve tú, si quieres…”
Ninguneo.

IV. Alberto y la oficina
En la oficina, Alberto es uno de los jefes. Es el director financiero para España y Portugal. Todo lo que tenga que ver con los números de la sucursal pasa por él. De hecho, no depende del director general de España, sino de la central en Múnich.

En la oficina, Alberto tiene a su cargo a ocho personas. Le respetan. Es un jefe justo, poco entrometido, que valora los resultados y la honradez en el trabajo. Es bastante flexible y no escatima en incentivos cuando un subalterno se lo merece. Él protege a las personas a su cargo si éstas tienen razón.

En la oficina, Alberto ha conseguido ahorrar un 23,8% en gastos. España es, posiblemente, la sucursal más rentable, en relación facturación gastos, de Europa. Aunque Alberto considera que la estrategia de marketing y ventas no es la correcta. Se podría hacer mucho más, pero Alberto no cree que tiene derecho a meterse donde no le llaman. Está contento con los resultados de su departamento. Eso es lo que importa.

En la oficina, hay buen ambiente. La gente suele quedar, a veces, a tomar algo. Pero Alberto no se apunta. Le complace mantener una relación estrictamente profesional con sus compañeros de trabajo. Aunque tiene miedo de que la barrera pueda derrumbarse por culpa de algunos cambios.

En la oficina, ha estado el vicepresidente de comunicación y relaciones públicas de la compañía. Ha explicado que va a haber muchos cambios. El mundo está cambiando y la forma de venderse ante ese mundo ya no es la misma. Es la era de la interactividad, de Internet como gran canal de comunicación y que la compañía se va a adaptar. Alberto no sabe muy bien por qué debería adaptarse.

En la oficina, no se habla de otra cosa. La compañía va a entrar en el mundo de la comunicación online, tanto para mejorar su comunicación externa como para fomentar la comunicación interna. Alberto tiene su praxis para comunicarse con su departamento y los demás.

La oficina está en plena ebullición. Todo el mundo habla de red 2.0, de Facebook, de MySpace, de Twitter, de cosas que a Alberto le parecen superfluas.

“Para toda la oficina”, es el asunto del correo electrónico que dirección general acaba de enviar a sus empleados, Alberto incluido. El mail habla claro. La empresa va a desarrollar distintos canales de comunicación con el fin de alcanzar un target superior al actual y fidelizar a sus clientes, a través de una relación más personal y, sobre todo, interactiva, por la que el cliente puede acceder directamente a la empresa. Esto implica el desarrollo e implementación de una estrategia corporativa por la que se va a incentivar la visibilidad y la reputación online, un proceso en el que estarán implicados todos los empleados, independientemente de su cargo o función. Se aconseja a todos los trabajadores empezar a familiarizarse con las herramientas pertinentes, con el fin de que éstas se integren en el día a día del trabajo de oficina, supervisados, por supuesto, por el departamento de comunicación, que establecerá, en breve, un código de buena conducta online. Alberto piensa, “no me enterado de nada”.

La oficina tiene blog. La oficina tiene Facebook. De hecho, todo el mundo en la oficina tiene su Facebook. Alberto sigue sin entender nada.


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lunes, 10 de agosto de 2009

No te rindas (III)

III. Alberto y el iPhone
El iPhone es un teléfono muy bonito pero poco práctico para Alberto. Él siempre ha pensado que lo mejor de un teléfono es que puedes llamar y recibir llamadas, punto. Echa de menos el teclado y la sensación de que realmente estás marcando cuando pulsas un número y notas cómo éste se hunde y hace un ruido característico por el que, efectivamente, ese número se ha marcado.

El iPhone tiene pantalla táctil.

El iPhone dispone de miles de aplicaciones. Alberto no sabe ni piensa utilizar ninguna. Bueno, la agenda tendrá que utilizarla. La agenda del iPhone es muy interesante. El otro día necesitaba la dirección postal de la oficina de su multinacional en el Reino Unido y, como por arte de magia, estaba almacenada en el iPhone. Pudo proporcionarla a quien se la pedía, sin necesidad de estar en la oficina. Qué avance más interesante.

El iPhone tiene acceso a Internet. Alberto navega en Internet solamente cuando tiene que leer las noticias, porque ya no compra el periódico en el quiosco. Menos el domingo, porque le encanta el suplemento. ¿Por qué pondrían acceso a Internet en un teléfono móvil?

El iPhone no es el primero en tener acceso a Internet. Pero en los demás teléfonos que Alberto tenía, no era tan evidente. ¿Pero por qué tienen acceso a Internet?

El iPhone no es una Blackberry. Y Alberto estaba pensando en pedir una Blackberry en su trabajo para tener acceso a su correo electrónico. Increíble, pero el poder contestar rápidamente a un email puede hace la diferencia.

“El iPhone tiene mail”, le han dicho esta mañana en el trabajo. Por eso tiene acceso a Internet el iPhone, piensa Alberto. Ya no necesita una Blackberry.

El iPhone es bonito.

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domingo, 9 de agosto de 2009

No te rindas (I y II)

“No”
Una palabra. Un concepto. El resumen de una vida.
“Desayuna…”
Un intento de algo. ¡Algo, por Dios!
“No”
El rechazo al intento desesperado.
“… algo”
La rendición ya programada, implícita, cada vez más humillante, pero a la vez menos traumática.

I. Alberto y Julia
Alberto está casado con Julia, desde hace ya veinte años. Alberto hace mínimo quince que no consigue hilar más de dos o tres palabras cuando habla con Julia. Ella le contesta igual, pero ella no era así antes.

Alberto y Julia tienen un hijo, Jorge, de dieciséis años. Jorge tampoco habla. Jorge no está prácticamente en casa más de lo estrictamente necesario. Porque Jorge fue educado con el silencio y las frases a medias.

Alberto se levanta a las seis horas y cuarenta y cinco minutos de la mañana, todos los días, de lunes a domingo. Entre semana, sale a trabajar a las siete y treintaicinco minutos. En fin de semana, a la misma hora, sale a correr al parque, para volver a las diez y pico, para ducharse y salir de nuevo a comprar el periódico y el pan. Tan sólo transige y no respeta el horario previsto y prefijado, en caso de que haya que acompañar a Julia a hacer compras, si lo que el súper entrega en casa no es suficiente.

Alberto nunca desayuna. Toma café, negro y sin azúcar. Y se va. Coge el coche en el garaje y tarda exactamente veintiocho minutos en llegar al trabajo. Es un ejecutivo, Alberto. Es un hombre de éxito. Dirige el departamento financiero de una multinacional alemana en España. Adora la precisión, pero no entiende por qué le vendieron la moto de que los alemanes son precisos. No, resulta que son humanos. La cagan igual que todos, españoles, italianos, franceses, ingleses y un largo etcétera.

Alberto siempre le da un beso en la mejilla a Julia antes de salir. Es una costumbre. Es una manera de indicar que están casados. Se quieren, o por lo menos eso pone en el papel. Sí, el de la iglesia en la que se casaron, hace veinte años.

Para Alberto, los veinte años de matrimonio han sido una ocasión especial, no un aniversario como otro cualquiera. Han supuesto una cena en el restaurante más trendy de Madrid, flores, un reloj de Baume&Mercier para ella, un iPhone para él y hasta un coito sin miedo y sin protección. Fue buena idea la vasectomía, a pesar de la frecuencia bastante escasa de relaciones íntimas con Julia. Por si acaso.

Es opinión de Alberto, y no sólo de él, que Julia es una mujer atractiva, a pesar de sus cuarenta y tres años. Todavía no está menopáusica, va todos los días al gimnasio después del trabajo y sus pechos son tan firmes como sus costumbres y, bueno, su sonrisa cáustica.

Alberto considera que está casado con Julia porque ella es una mujer inteligente. Es arquitecta. Trabajadora, ésa es la definición que Alberto usaría para hablar de Julia. Así que Julia es atractiva, no menopáusica y trabajadora. Esas tres características definen a Julia a la perfección.

De hecho, Alberto no escatima a la hora de hacerle regalos. Cuando toca, pues él no piensa en el precio, ni se deja llevar por sentimentalismos: lo mejor para Julia y punto.


II. Alberto y Jorge
Alberto cree que Jorge es autista. No está casi nunca en casa y, si lo está, se queda o bien embobado delante del televisor o bien en su habitación.

Alberto se pregunta qué tal estudiante es Jorge. Por lo visto, Julia nunca se ha quejado. Pero Alberto pregunta. “Jorge, ¿qué tal la escuela?”. Y, como Jorge dice “bien”, así será. Julia no se queja.

Alberto constata que Jorge nunca trae amigos a casa. ¿Es que Jorge no tiene amigos? A Alberto se lo parece. Le preguntó a Julia por los amigos de Jorge y Julia contestó “no conozco a ninguno”. “Pero ¿tiene alguno?”, reiteraba Alberto. “Ninguno que yo conozca”, afirmaba Julia.

Con lo cual, Alberto está seguro de que Jorge no tiene amigos. A lo mejor, tiene compañeros en la escuela. Pero amigos…

Alberto se pregunta si Jorge es gay. Nunca le ha oído hablar de chicas. Nunca le ha visto reaccionar ante un desnudo en la tele. Y eso que Alberto le observa. A Julia un día se lo preguntó, “¿es Jorge gay?”. Julia, sin rechistar, contestó, “será lo que quiera ser”.

Alberto pensaba que un hijo, con la adolescencia, se convierte en un volcán. No debería parar de hablar, de contestar, de protestar, de rebelarse, vamos. Alberto estaba convencido de que Jorge, de adolescente, empezaría a dar problemas, pero no. Jorge no da ningún problema. No protesta ni se rebela. Acata las decisiones familiares sin inmutarse.

Para Alberto, Jorge es un buen hijo. Pero Alberto no recuerda cómo era él con la edad de Jorge. Lo único que le preocupa, sin embargo, es ser un buen padre para Jorge.




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viernes, 7 de agosto de 2009

Si hubiera sido Ronaldo...

En esta época veraniega, en la que los diarios deportivos viven, casi exclusivamente, del mercado de fichajes y que, por supuesto, no pueden creerse la suerte que han tenido con Florentino Pérez, recopilando en un solo club el álbum Panini, me acordé de una historia de fútbol de hace muchos años. Es una historia de un fichaje, una estrella, que ilusionó durante un breve verano a los aficionados de un pequeño equipo toscano, la Pistoiese, recién ascendida a la Serie A (la primera división italiana), allá por el año 1980.

Luis Silvio Duanello (clase 1960) desembarcaba en Italia en verano de 1980. Fue recibido por un directivo del recién ascendido Pistoiese, equipo con la camiseta naranja. El directivo pregunta al fichaje estrella "¿punta?" (delantero) y Luis Silvio, en portugués, "sí, sí... ponta" (ala, jugador de banda).

Así empieza una historia entrañable, a raíz de la cual la leyenda irá creciendo y adquiriendo tonos y matices surrealistas, hasta 2007. Ese año, el diario italiano La Gazzetta dello Sport logrará entrevistar a Luis Silvio, quien nos aclarará algunas dudas, razonables y creíbles visto el preámbulo.

La leyenda dice que el segundo entrenador de la Pistoiese fue enviado un día a Brasil a ojear al delantero Palinho, del Palmeiras. Sin ninguna razón aparente, el hombre asiste también al Ponte Preta-Comercial. Mira que hay cosas que hacer en Brasil... Pues no. Este señor, muy profesional el hombre, se apunta a este partido cuya trascendencia, siceramente, debe de haber sido igual a cero. Claro, cosas de la vida, Luis Silvio marca los dos goles con los que el Ponte Preta se impone.

La gran pregunta es: si le vio jugar, ¿no se dio cuenta el segundo entrenador de la Pistoiese que Luis Silvio era un jugador de banda? Es aquí que todo se ofusca y nos remitimos a las leyendas oscuras del principio de los tiempos. Y la leyenda dice que ese partido fue organizado para colársela al segundo entrenador de la Pistoiese. Con todo el respeto del mundo por la Pistoiese, me imagino una conspiración a tres bandas entre Palmeiras (propietario de la ficha de Luis Silvio), el Ponte Preta y el Comercial, todo para engañar al segundo entrenador de un equipo que, en Italia, conocerían los que se interesaban al fútbol y, fuera de Italia, ni el tato... Todo por unos 170 millones de liras de la época, menos de 15 millones de pesetas también de entonces.

De todos modos, alguien empieza a dudar. Preguntados por la prensa, los brasileños que jugaban en Italia decían que no tenían ni pajolera idea de quién coño era Luis Silvio Duanello.

Bueno, pues el supuesto fraude tiene éxito. La Pistoiese ficha a Luis Silvio y, seis partidos de liga después de comprobar que su delantero centro es un paquete de dimensiones galácticas, el pobre hombre es apartado del equipo. De hecho, a mitad de temporada, decide, sin permiso, volver a Brasil para regresar a Italia el verano siguiente y pedir el salario mínimo. Creo que ni el billete a Brasil consiguió.

Claro, aquí acabaría la historia, pero no. Es en aquel momento cuando las leyendas urbanas llegan a su apogeo. Luis Silvio era un actor porno. Luis Silvio trabajaba en un bar. Luis Silvio vendía helados en el estadio de la Pistoiese... Luis Silvio era "pizzaiolo" en un restaurante de la zona. En fin, que Luis Silvio ya era de todo menos un jugador de fútbol.

Menos mal, el pobre hombre pudo volver a Brasil y jugar de verdad. De hecho, se transformó en la estrella del San José, equipo de la primera división brasileña. Sin embargo, para los italianos quedará como el mayor paquete futbolístico de la historia del calcio, con la enterna duda de si realmente era un futbolista.