lunes, 24 de septiembre de 2007

Por qué me llamo Odasso

Mi apellido es Odasso. Lo digo para todos aquellos que estuvieron jugando a adivinarlo… Odasso es un apellido típicamente piamontés (Piamonte, región del noroeste de Italia). Hay varias teorías sobre su origen. La primera es que el nombre proviene de Odus u Oddus (Odonis), con claros ascendientes germánicos. Se encuentran Odasso desde, por lo menos, el siglo XVIII.

Sin embargo, me quedo con la de un instituto de heráldica, contactado hace unos 35 años por parte de uno de mis tíos. Me gusta más.

Alrededor del año mil, el marqués de Saboya solía contratar los servicios de un grupo de caballeros mercenarios durante las guerras y para mantener el orden en la zona de Ginebra, en Suiza. Sin embargo, debido a su carácter violento, los caballeros se convirtieron en un problema y resultaba muy difícil controlar sus acciones.

Para acabar con el problema, el marqués de la época les ofreció tierras en otro lugar, justamente al sur de Piamonte. Y allí se establecieron.

Ahora, bien. Este grupo de locos se llamaba Chevaliers de l’Audace, caballeros de la audacia; y del término audacia llegamos a Odasso, Audasso y Adani, apellidos que existen en la actualidad en Italia.

La transformación se debe a la fonética en el caso de Odasso, donde la O reproduce la forma de pronunciar el vocablo francés Audace.

Por otro lado, Adani es por las sucesivas transcripciones del nombre, escrito a mano en los varios documentos y donde las eses se transforman en “n” y la “o” en “i” latina.

Existe todavía un pueblo en la provincia de Cuneo que lleva como nombre Gli Odassi (los Odasso), al lado del pueblo de mi abuelo. Realmente, son literalmente cuatro casa y está casi abandonado.

Parece ser que los mercenarios más o menos sentaron cabeza y su cabecilla se ganó el título de conde, tras una breve aparición en Tierra Santa durante la Primera Cruzada. Título, sin embargo, que se perdió en el tiempo.

jueves, 20 de septiembre de 2007

Grand Prix



Todas las mañanas intento leer todos los periódicos, de derechas, de izquierdas, nacional, internacional, crónica, cultura y, por supuesto, deportes. Es una tradición que se perpetúa desde que empecé a trabajar; algo ritual que ocurre debido a mi formación de periodista. No puedes opinar si no lees. Y las noticias son fuente inagotable de ideas, por muy manipuladas que estén.

Pues esta mañana estaba leyendo una noticia acerca de Fernando Alonso, bicampeón del mundo de Fórmula 1. Niki Lauda, ex piloto tres veces campeón del mundo, lo criticaba por no centrarse en ganar en vez de hacer “politiqueo”… Hablaba de Senna, Prost y de él mismo.

Lauda es de otra generación, aunque fue un precursor de los pilotos calculadora que vemos actualmente competir en los circuitos de la F1. Pilotos sin corazón, tan máquinas como los propios bólidos en los que se sientan. Lauda fue también quien dijo “el coche se conduce con el culo”, refiriéndose a que las sensaciones en cuanto a tracción, velocidad, frenada y entrada en curva se producen al notar en las nalgas por dónde tira el monoplaza. Feliz descripción, a mi modo de ver.

En fin, toda la polémica sobre el caso de espionaje entre McLaren y Ferrari, la rivalidad entre Hamilton y Alonso, y el romanticismo desaparecido de un deporte que antes sí que era riesgo, me han recordado (como siempre) al único ídolo deportivo que tuve cuando era chaval: Gilles Villeneuve.

Premisa número 1

Para los italianos la Fórmula 1 es más que un deporte. Para nosotros, es Ferrari. Y Ferrari es una religión. Considerad que la scuderia tiene sede en un pequeño pueblo al lado de Modena, llamado Maranello. La creó un tal Enzo Ferrari, antiguo piloto de Alfa Romeo. El día que uno de sus coches le ganó a Alfa, él se puso a llorar como un niño, por haber traicionado a sus mentores. Fue el inicio de un mito, allá en los años 50.

Enzo Ferrari, de todas formas, fue “padre” de pilotos. No le bastaba con tener a los mejores, tenían que ser algo más que eso. Tenían que ser animales de raza, valientes si no inconscientes, que enamoraran a los tifosi, que le enamoraran a él.

Premisa número 2

Los coches e Italia son lo mismo. Ferrari, Maserati, Alfa Romeo, Lamborghini, Bugatti (en sus principios), De Tomaso, son todas marcas italianas, nacidas a pocos quilómetros la una de la otra.
Recuerdo el día en que el doce cilindros de Ferrari dejó de rugir. Cuando la scuderia decidió pasar a un más eficiente 10 cilindros (hoy estamos en 8), se acabó una época. El día que, por última vez, el 12 cilindros rodó en un circuito, en una sesión de pruebas aerodinámicas, la gente fue a oírlo… Y lloraba. Sí, señores de 60 y 70 años de edad lloraban como niños, porque ese ruido tan característico iba a desaparecer de los circuitos.

Para entenderlo, hay que entender primero la relación entre Italia y los coches. La “revolución” industrial y social italiana se forjó con los coches.

Canadiense loco

Volvamos a Gilles, piloto de motos de nieve en el lejano Canadá. Gilles, el más querido por Enzo Ferrari. Su forma de conducir sin miedo, capaz de dar espectáculo a pesar de las prestaciones del coche. Recuerdo el año después de que ganara el mundial su compañero de equipo Jody Sheckter, sudafricano. Ferrari presentó el T5, un coche fallido nada más nacer. Pues Gilles ganó un Gran Premio manteniendo detrás a otros siete coches más rápidos que el suyo; todos en fila indiaintentando, por turnos, adelantarle. No hubo manera.

Pero, sobre todo, recuerdo el Gran Premio de Francia de 1979: el mítico duelo con Renè Arnoux (Renault) por la segunda plaza, detrás de Jabouille (también Renault). Es el vídeo que he puesto. Son nueve minutos y cincuenta segundos. Estuve a punto de elegir la versión más corta. Pero luego he pensado que merecía la pena ver todo el duelo. De todas formas, lo bueno empieza en el minuto 3 y 55 segundos.

Villeneuve y Arnoux se adelantan varias veces y se tocan en uno de los intentos. Hasta casi la línea de llegada nadie puede decir quién llegará segundo. Al final, será Villeneuve (espectacular cuando vuelve a adelantar a Arnoux primera vez, bloqueando ambas ruedas delanteras).

La verdad, me río pensando en las escaramuzas de hoy, en las que si a un piloto le tocan el coche en un adelantamiento, luego éste se pone a lloriquear. Villeneuve fue espectáculo, también porque nos dedicaba momentos de gran belleza agonística. Donde todo parecía posible al volante de esos monoplazas de hojalata.

Otra vez, Gilles se encontraba segundo, detrás de Alan Jones, Williams. Su coche era más lento, pero él no se rendía. Llegaba a alcanzarle pero se salía del circuito, ya que el coche estaba demasiado al límite. Daba igual. Volvía a meterse en pista, recuperaba posiciones y volvía a alcanzar a Jones. En uno de esos intentos, Gilles destrozó una rueda delantera. Llegó sobre las llantas a boxes, cambio de neumático y otra vez, a alcanzar a Jones. Al final, tuvo que rendirse, tras romper un motor ya agotado. Pero él fue el protagonista de la carrera.

Por último, el recuerdo más triste. El día en que murió, en Zolder, una mañana gris de mayo de 1982. Cuando su osadía pudo con su suerte. Esa misma suerte que tantas veces le había salvado. Yo tenía 13 años y medio.

Gilles había sentía que había sido traicionado por su compañero de equipo, Didier Pironi, en el Gran Premio de San Marino. En Imola, Villeneuve iba primero y Pironi segundo, con órdenes estrictas de mantener las posiciones, en vistas de un mundial que se estaba poniendo muy bien para Ferrari. Pero Didier, otro gran piloto, decidió adelantar para ganar y pasar a encabezar el mundial. Eso fue el 25 de abril, dos semanas antes de Zolder.

Gilles se sintió herido. Él que había dado tanto a Ferrari, se veía relegado al segundo lugar en la scuderia. Ni el gran Enzo Ferrari pudo recomponer una situación que se iba a deteriorar a una velocidad tal que nadie pudo evitar los acontecimientos que de allí a poco iban a sacudir al equipo.

La mañana del 8 de mayo, Pironi había hecho la pole provisional. Quedaba poco para que terminaran los ensayos. Villeneuve salió con su coche a por todas. Arrancó la vuelta rápida con unos tiempos espectaculares.

Pero, a las 13.51, al entrar en una curva, Gilles se encontró con el March de Jochen Mass. En vez de frenar para volver a intentar consguir la pole más adelante, decidió pasar por un hueco que solamente él tuvo que ver. Chocó con la rueda posterior del March y su Ferrari despegó literalmente para dar varias vueltas de campana en el aire, y él fue catapultado del habitáculo. Se estrelló contra las redes de protección, muriendo en el impacto. Y, con él, la leyenda.

Recuerdo que empecé a llorar en silencio. Murió sin ser campeón del mundo.

Enzo Ferrari nunca quiso hablar de lo ocurrido. Fue como si hubiera perdido a un hijo (que de hecho había perdido unos años antes, sustituido, de alguna forma, por ese loco canadiense). Se sintió responsable por la muerte de “su” piloto. Para él, se trató posiblemente del momento más doloroso de su vida deportiva.

Pironi, también profundamente afectado, iba primero en el mundial. Pero el 7 de agosto, en los ensayos del Gran Premio de Alemania en Hockenheim, tuvo otro grave accidente y estuvo a punto de perder la vida. No obstante eso, Keke Rosberg (Williams) consiguió proclamarse campeón del mundo tan sñolo a dos carreras del final de la temporada.

El año maldito de Ferrari terminó con un título de constructores celebrado entre las lágrimas de ingenieros y mecánicos.

Así que hoy me aburro con los Schumacher, Alonso, Massa, Hamilton y Raikkonen de turno; con la spy story en la que McLaren se hace con los diseños de Ferrari. Primero es absuelta y luego, gracias a la “colaboración” de Alonso y de De la Rosa, se descubre que efectivamente todo el mundo en la scuderia británica utilizaba esos documentos. ¡Vaya con el fairplay!

Veo cómo los coches se adelantan en boxes, durante los repostajes, y me pregunto cuándo volveré a ver a un Villeneuve y a un Arnoux, con sus coches tocándose rueda con rueda, para luego saludarse tras la línea de llegada, entre deportistas y pilotos de los de verdad.

Para los que nunca habéis estado en un Gran Premio, no hay nada como el ruido ensordecedor de un motor de Fórmula 1, arrancando y alcanzando revoluciones.

jueves, 6 de septiembre de 2007

Esperanza de vida...

He pasado unos días en Londres y he tenido tiempo de leer un artículo muy interesante, basado en un estudio del Journal of Epidemiology and Community Health. De por sí, el nombre de la entidad da escalofríos.


Pues el estudio analiza la esperanza de vida de las estrellas del rock y el pop en el mundo. El dato, la verdad, es impresionante. Resulta que los mitos de la música tiene el doble de posibilidades que el resto de la población mundial de morir antes de tiempo. El estudio se basa en 1.050 músicos americanos y europeos que han conseguido la fama entre 1956 y 1999.


Además, la posibilidades de que una estrella muera aumentan de forma exponencial en los primeros cinco años desde que se hace famosa. Los europeos, encima, viven menos que sus colegas americanos. Su esperanza media de vida es de 35 años, contra los 42 de los americanos. Sin embargo, si nuestras estrellas consiguen alcanzar los 25 años de carrera musical, vuelven a entrar en las medias de esperanza de vida del resto de mortales. Los americanos, no. Siguen teniendo un porcentaje muy elevado de posibilidades de morir. O sea, los europeos, de alguna manera, si sobreviven a la fama sientan cabeza...

Por supuesto, las razones de tan poca esperanza de vida son las obvias: drogas, alcol, suicidios... Vamos, lo normal en estos casos. Son pocos originales.

Como decía la canción, "I hope I die before I get old", My Generation, The Who, 1965.